Es uno de mis clásicos. Llevo años haciéndolo. En los primeros días de mayo los periódicos traen cuadernillos y deplegables sobre los cursos de verano de toda clase de universidades, nuevas, lentas, especializadas, o de lejos.
Durante una larga hora, o más, en el momento justo del día, por ejemplo, después del café de la comida, repaso todo lo que se ofrece, tanteo por las estanterías de esos ultramarinos de la cultura académica. Leo las ofertas, la misma variedad de unos grandes almacenes, fascinado, como cada año, por todo lo que se sabe y lo que se podría saber.
Hace unos pocos años encontré tiempo y durante semanas me senté de nuevo como alumno en una universidad. Todo un semestre. Fue un enorme placer. Tomar apuntes. Discutir. Dejarme enseñar. Tener un horario, un descanso, una lista de lecturas.
Aprender era la única responsabilidad.
Como siempre, no podré asistir pero me gustaría darme una vuelta por El Egipto Faraónico y sus proyección mediterránea; echar un vistazo a La mirada melancólica; dudar sobre los Progresos y retos de matemática interdisciplinar; escarbar por las Memorias, entre el olvido y la reconciliación; husmear por los Desafíos y respuestas de la química en el siglo XXI; escuchar con la atención que merecen las Lecturas de Juan Ramón Jiménez; preguntarme ¿A quién pertenece Africa? Tradición y Cambio, el continente africano frente al siglo XXI; someterme a La Autoridad de la letra; imaginar con meticulosidad calculada los Modelos de Gestión de la Movilidad: el vehículo ecológico y su introducción en la ciudad; acompañar muy de cerca a los Viajeros y coleccionistas de Arte a finales del siglo XVIII en Gran Bretaña, Italia y España, yo que sé. O tomarme un café. Por ejemplo.
Termino. Luego, apuro el café. Y me doy por aprobado.
Yo también estoy mirando cursos, pero creo que a mí el mal de la sociedad me tiene más contaminado, jeje, y en vez de moverme a las fuentes de conocimiento por sana curiosidad e imperiosa necesidad de saber, en mi caso, como la mayoría de alumnos, lo hago para ser asquerosamente productivo. Y ahí que me ves, mirando cursos, sí, pero de algo concreto, «a distancia» y por un precio ya rebajado.Eso sí, el café me enseñaron a tomarlo tranquilamente, que ya correríamos luego.(Suena bien el que citas sobre África)
07 mayo 2007 | 1:58
Cursos….yo también me tiro todo el año haciendo cursos. Muchos por curriculum que casi no me aportan nada pero hay que hacerlos.Y de repente hay uno que abre una puerta y te dejas llevar, te dejas hacer y aprendes.Ahora recuerdo cuando mi única responsabilidad de esta vida era la de estudiar. Que maravilla ¿no? eran días interminables pero que ahora, valoro mucho más…que bien vivía…Un saludo Jaes.
07 mayo 2007 | 10:11
Podía haber imaginado que vosotros dos, MM y Jo, desde vuestras esquinas tan distintas, podrías tener rituales parecidos. Que el curriculium sirva al menos para tener conversación.
07 mayo 2007 | 21:50
;)Al final no hago curso. Me van a dejar unos apuntes y lo aprendo por mi cuenta. Mi curriculum es más así, más de andar por casa.De todas formas, para conversaciones siempre encontraremos tema. No lo dudes. Aunque te reconoceré que en política turca me pierdo un poco.
08 mayo 2007 | 21:58