José Ángel Esteban. Señales de los rincones de la cultura. Y, por supuesto, hechos reales.

La fórmula de la dinamita literaria, una ciudad y una película

Una mesa, una habitación limpia, papel, café y una estilográfica.
Primero sentencias largas y retorcidas, como un perro que se muerde la cola.
Luego borrar, tachar, quitar y poner frases, del mismo modo que alguien construye un puente piedra a piedra.
Buscar las heridas que llevamos dentro y explorarlas pacientemente, poseerlas y hacerlas una parte consciente de nuestros espíritus en compañía de las palabras de aquellos que vinieron antes, de las historias de otras gentes, de los libros de otras gentes.
Contar las historias propias como si fueran las de otros, y contar las historias de otros como si fueran propias.
Y obstinación, paciencia, necesidad innata, enfado contra el mundo, pasión, hábito,
y no conocer otra forma de ganarse la vida.

Eso, una ciudad, por supuesto, y una maleta llena de viejos manuscritos, la fórmula de Orhan Pamuk para el Nobel. Una lección.

Tomemos nota.

Y, mientras, hablemos de la ciudad, de la suya.

Una distribuidora se había comprometido a poner en el mercado en estas fechas Cruzando el puente, un documental musical hecho por un alemán y un turco, a la mayor gloria de Estambul, el rincón desde el que Pamuk se inventa el mundo.

Nada se aprende si no se descubre. Y todo aprendizaje es una peripecia, un viaje, un proceso. Cruzando el puente empieza con una cita de Confucio (para conocer a una ciudad hay que conocer su música) y termina con una confesión de humildad: quería descubrir el alma y me he quedado apenas en la piel, dice su protagonista; en el medio, en el viaje hacia la piel de una ciudad,de un mundo, hay mucha sustancia.

Fatih Hakin, que es turco y alemán y director de cine y su músico de guardia, Alexander Hacke, es un alemán, barbado, enorme y tatuado, soporte del grupo Einstürzende Neubatenen que lleva veinte años produciendo música ruidosa, industrial, abrasiva. Habían trabajado juntos (y habían ganado premios) en Contra la pared, que dirigió el uno y de la que el otro compuso la música.

Dos tipos con los ojos y los oídos muy abiertos que relatan la fascinación de Hacke por todos los sonidos de la ciudad, de una frontera, de un cruce de mundos. Una fascinación que se contagia durante todo el relato, fresco e impecablemente montado. Hay mucha música, claro, y muy diversa: violines y ordenadores, bajos de gruta y clarinetes mágicos, laúdes, saz, guitarras callejeras, tablas, saxos, percusiones. Y muchas voces, de hip hop, del rock, de tradición, de la calle o de estrellas nuevas como Aynur, o de la historia y del momento como Orhan Gencebay o Sezen Aksu, un fenómeno. Y hay palabras, confesiones, retratos, declaraciones sobre lo que se es, sobre lo que se importa, sobre oriente y occidente, Asia, Europa, los idiomas, las naciones,sobre límites, fronteras, civilizaciones. Hacke se asoma a una ventana, fuma y mira. Y se mete en la ciudad. Lo que ve es mucho más que turismo: Cruzando el puente es cine puro y desmuestra desde otro sitio que Pamuk y su premio Nobel no es una casualidad.







1 comentario

  1. Dice ser anahi

    jfreakiggdghdfgfjhjhhkrresfdghhj

    30 marzo 2007 | 12:09

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