José Ángel Esteban. Señales de los rincones de la cultura. Y, por supuesto, hechos reales.

Esconderlos

De casualidad vuelvo a la cárcel de Carabanchel. Recorro el entorno, me asomo a las grietas, recuerdo algunas visitas, trabajos, lo que no pudimos hacer. Y me rebelo contra la certidumbre cada vez más evidente de que uno de los monumentos de la política y la sociedad de España se deja pudrir, abandonado, sin solución, sin alternativa, se certificar su historia. En las esquinas, suciedad de décadas, en las paredes, en los patios paisajes después de las batallas que policías de toda Europa han dejado con sus entrenamientos (durante meses pasaron cuerpos especiales de toda Europa, simularon secuestros, asaltos, cargas: yo he pisado suelos completamente adoquinados de casquillos), rincones tomados al asalto por okupas de querencias peculiares y un despliegue de graffiti. Una ruina para sepultar su pasado.

Antes de marcharme me encuentro con la cola que espera delante de la comisaría de documentación: el antiguo hospital penitenciario decorado de azules, con conos alargados que parecen torrretas de un torneo medieval, transformado en oficinas policiales y centro de internamiento para extranjeros. Decenas de emigrantes esperando sus papeles. Es un espectáculo: alguien que trabaja en el negociado del asunto me cuenta que hay días de espera que llenan doce, catorce, treinta horas, en invierno y en verano, a cuarenta grados o bajo al lluvia de estos días; un espectáculo sólo para ojos muy curiosos, lejos ya de los tiempos en los que asediaban el palacio de las Cortes cuando los trámites se hacían en una comisaría cercana.

En una esquina, bajo los soportales de la vieja entrada de visitas familiares, mea un hombre con maletín de ejecutivo. Un abogado.

Cuando me alejo junto a la carretera me entregan dos flyers publicitarios: un restaurante de menú, cinco euros, y una dirección de abogados expertos en reagrupamientos familiares, el target adecuado.

De regreso le cuento el espectáculo a un amigo caníbal que me cruzo por la calle. Y él, rápido, se acuerda de un viejo chiste de Mafalda: la niña y su amiga cursi, Susanita, pasean por una avenida salpicada de mendigos. Mafalda se indigna, habría que acabar con la pobreza, que no hubiera más mendigos. Susana, pragmática, replica: bueno, bastaría con esconderlos.

2 comentarios

  1. Dice ser laura

    Foto de ETA señalando las explosiones del 11M:http://blogs.periodistadigital.com/11decadames.php

    07 diciembre 2006 | 9:57

  2. Dice ser soledad

    ¡Qué barbaridad! estos del PP tienen puesto el «ventilador» en todos los blog.

    07 diciembre 2006 | 19:29

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