Odio la palabra ‘suegra’ para designar a una persona que para más inri es la madre de tu hombre. Pero hay algunas que se merecen que las llamen así, entre ellas, la mía.
Esto lo cuenta siempre una amiga mía, que lleva una relación de tira y afloja con la madre de su pareja. Dice que intenta mantener la compostura, pero que a veces hace esfuerzos por no salir detrás de ella llamándola: suegra, suegraaa, suegraaaa, como si fuera el peor insulto del mundo.
Me lo recordó ayer otra amiga, lectora del blog, que me sugirió tratar este tema tan espinoso para muchas mujeres.
Cuenta que es automático, cuando la suegra llega a su casa para pasar una temporada, la libido se va por la ventana y con ella todas las ganas de follar.
«Mi novio es un gran tipo, pero las mayores movidas que tenemos al cabo del año, son cuando su mamá viene a casa, a pasar un mes y se pasa el día hablando de su niño como si fuera un desvalido».
Está hasta las tetas de esta situación y si no fuera porque lo adora, hay veces que le pondría el ultimantum de película: o tu madre o YO.
Además de no follar, lo que más le fastidia es la complicidad entre madre e hijo y que se pongan a recordar viejos tiempos, como si ella no estuviera allí. No sopoprta tampoco que su mamá lo trate como a un niño y a ella como el bicho que le ha pervertido, porque ahora lleva un tatuaje y tiene una profesión más liberal, que la que tenía.
En el otro lado -el de los chicos-, tengo un amigo al que su suegra le llama de usted, para que se note bien que mantiene la distancia con el malvado que ha seducido a su hija y le ha sorbido el seso y el sexo.
Esas son suegras.