Mil historias de sexo y unas poquitas de amor Mil historias de sexo y unas poquitas de amor

Mil historias de sexo y unas poquitas de amor

El ex como amante

Se separaron después de tres años de convivencia y lo que acabó con su relación, sobre todo, fue que el sexo era desastroso entre ellos, más por él que por ella.

Ella siempre estaba dispuesta, es una chica lanzada, a la que le gusta cambiar, innovar, porque sus anteriores amantes le enseñaron mucho y bien y a saber disfrutar de las buenas relaciones sexuales. Pero con él era siempre la rutina -se quejaba-, una vez a la semana y gracias; y además era sólo la postura del misionero. Un aburrimiento.

Cuenta que los últimos seis meses, la relación ya era inexistente. Ni se tocaban, así que lo dejaron.

Hace un par de meses, se volvieron a encontrar. Era por la noche, en un bar donde hablaron, recordaron, se rieron y bebieron quizá en exceso. «Hasta que al final acabamos en mi casa. Fue salvaje, emocionante, espectacular. Aún se me ponen los pelos de punta con sólo recordarlo», dice ella emocionada.
Después de ese día, cada 15 díasvuelve a encontrarse con su nuevo amante, con el que ha descubierto una nueva forma de vivir el sexo que le encanta.

Está sorprendida por lo que ahora está viviendo con él, la misma persona, y se pregunta: «¿Por qué ahora es tan bueno y antes no?, ¿Será el morbo de ser mi ex-pareja?, ¿Hemos cogido el reencuentro con más ganas?… No lo entiendo, pero sinceramente me encanta esta nueva situación».

Tiquismiquis en la cama

Hay mujeres que aunque dicen sí, quieren decir que no; y aunque parece que dan pista libre para una noche de pasión, luego es también sí, pero a medias.

Esto lo dice así un amigo -yo creo que un poco exagerado- que en los últimos  meses ha tenido unas cuantas amantes ocasionales y con las que más parecía que prometía la noche, al final ha salido rana, no porque ellas no estuvieran dispuestas a llegar hasta el final, sino porque entremedias era difícil acertar porque eran unas taixmaix (tiquismiquis, según Manolito gafotas):

No, así no que yo prefiero de la otra forma.  Vale, vamos a la otra forma. No, tampoco, es que no me acomodo. Otra: ten cuidado con las sábanas , que son de hilo, justo en el momento más inoportuno.

O se sentaban en el sofá y cuando el magreo subía varios grados, ella cortaba por lo sano porque allí no le gustaba, prefería la cama no se fuera a manchar el sofá, y se lo decía tan de sopetón que al otro lo dejaba en un ay. O en la ducha como que tampoco, porque luego el pelo no se seca…

A cuenta de  estas manías -dicen ellos- otro amigo  contó que se lió una vez  con una chica que le gustaba mucho, pero que la experiencia fue de risa, porque ella se tiró toda la noche diciéndole: Ay, ten cuidado con mi pelo, no pongas el brazo ahí que me rozas el pelo, no me lo toques, ¡Cuidado!

Se había puesto extensiones en el pelo y eran muy caras para que se las pudiera estropear durante el polvo, le dijo.  El otro se partía por no echarse a llorar. Él sí que se tiraba de los pelos.

P.D.:  Este post va de mujeres, porque los que cuentan  sus cuitas son hombres. Cuando reflejo  lo que dicen algunas mujeres de los hombres, otros me llaman feminazi.

Perfume con olor a hembra

 Ya no saben qué inventar para seguir facilitando todo lo relacionado con el sexo. Una empresa llamada Viva Eros  produce desde hace dos o tres años un perfume con olor a vulva, que ellos llaman «el erótico aroma vaginal de una mujer deseable». Tela.

El vídeo de promoción de esta «fragancia» no tiene desperdicio. Cuesta creer que se trate de verdad de una promoción de colonia, pero así es.

Dicen sus promotores que Vulva Original no es un perfume exactamente, sino «el fascinante aroma íntimo femenino como sustancia olorosa pura que satisface el propio placer olfativo. Se entiende que de los hombres, mayormente.

El líquido se vende en un frasco de vidrio que hay que agitar antes de aplicar una cantidad mínima en el dorso de la mano… «y el olor irresistible y desbordante  -dice la promoción- de una vagina aumentará inmediatamente  sus fantasías eróticas y dará alas a su imaginación».

Por muy logrado que esté, digo yo que no será lo mismo oler a una mujer en directo que en este frasquito, por muy logrado que esté.

Lo dicho, ya no saben qué inventar estos romanos.

El poder de atracción de las rubias

El 75% de las morenas consideran que las rubias son creídas, caprichosas y superficiales, mientras que el 45% de las chicas de pelo claro creen que las otras son ariscas, peludas y que los hombres coquetean con morenas, porque no hay una rubia en ese momento.

Las morenas, claro, responden que los hombres sólo buscan sexo en las rubias. Estos datos pertenecen a una encuesta que hizo hace ya tiempo una marca de champú, pero al margen de lo que digan unas y otras, lo que está claro es que las rubias vuelven locos a los hombres. Si no, por qué hay tantas rubias de bote. Por la secular atracción que este color de cabello tiene para ellos.

A través de varios estudios que se han hecho en distintos momentos, ellos vinculan el pelo claro con la inocencia y la bondad y, además, históricamente, se lo ha relacionado también con la fertilidad. Consideración esta que no entiendo muy bien, porque no sé que tiene que ver eso con las rubias, las morenas o las pelirrojas, tendrá que ver con todas las mujeres. 

Sí me creo el mito de la rubia y que como dice Madonna en el Magazine de El Mundo, «el artificio de ser rubia tiene una increíble connotación sexual». No hay más que ver en cualquier fiesta o reunión el poder de atracción que despiertan las rubias.

Aquí, el 61,6% de las mujeres son teñidas de un color más claro al suyo o llevan mechas rubias, según una marca de tintes. De origen, el 20% son morenas, el 70%, castañas; y sólo el 1%, pelirrojas, pero luego la mayoría se vuelven rubias; y aunque no es lo mismo que una natural, el tinte también despierta emociones en el sector masculino.

Como se ha dicho tantas veces, cada uno se encapricha de lo que no tiene. Seguro que en los países nórdicos, una morena tiene su aquel, como aquí, un país de morenos, una sueca siempre les ha puesto los pelos, y lo que no son los pelos, de punta.

¿A partir de los 40 da más pereza?

Es un mito que a partir de los 40 el sexo dé más pereza. Lo decían todas las respuestas a esta pregunta que planteaban y que leí ayer en el dominical de El País.

A partir de los 40 se sabe perfectamente lo que nos gusta y lo que no, hasta dónde queremos llegar y con quien y tenemos más serenidad, sabiduría y la libertad, decía una de las respuestas.

Yo también creo que curre lo contrario, no da pereza, sino que las cosas se hacen más despacio, con más conocimiento de causa y con el ritmo que da la mayor serenidad con que uno se toma la vida. Y además pones en práctica todo lo que llevas aprendido con más seguridad.

El sexólogo Pedro Villegas señalaba que a partir de esa edad es cuando ya no da pereza nada, porque, supuestamente, ya tienes mejor aprendido cómo, cúando y con quién. Y añadía que de los cuarenta para abajo sí hay a quien le da pereza dejar la play station para tener que hacer eso tan aburrido.

Yo no diría tanto. Los que no quieren dejar la play están en una edad muy por debajo de los 40 o de los 30. O eso me parece a mí.

Tensión sexual con fecha de caducidad

Dicen los que saben de estas cosas que después de los dos o tres primeros años de relación, la vida sexual cambia para la gran mayoría de las parejas, para algunas más que para otras.

Que lo más frecuente -salvo honrosas excepciones, que las hay, y funcionan por todo lo que no lo hacen los demás- es que el deseo sexual baje considerablemente, que la rutina conduzca a una merma de la pasión, que los cuerpos se habitúen y que las mentes se acomoden en el sillón de la apatía sexual. ¡Que desolación!

Con lo que cuesta encontrar al otro, como para que aquello se apague en dos telediarios, que dice una amiga mía. Que cuando ya has conseguido acoplarte, te encuentras con el finiquito sin previo aviso.

Las encuestas de la antropóloga Helen Fisher señalan que la pasión dura de uno a tres años; y un estudio de la Universidad de Cornell le da una vida entre 18 a 30 meses. Así que concluyen que después de ese tiempo las parejas que siguen juntas deben sustentarse en otros pilares más fuertes que la efímera pasión.

Tan corto nos lo fían, que no da tiempo a tener una vida sexual tan apasionante como dicen que tienen la mitad de los españoles. Apasionante, sí; y corta, según esto, más. En cuanto a la pasión se refiere; porque para tirar como sea, la mayoría se da mucho tiempo, sentaditos en ese sillón de la apatía.

La fantasía del ascensor

Cumplió ayer la penúltima fantasía sexual que tenía en su cabeza: hacerlo en un ascensor.

En honor a la verdad hay que decir que fue sólo media fantasía la que llevó a cabo, porque lo que él soñaba es hacerlo en un ascensor y con una desconocida.

Estuvo varios días merodeando por un edificio cercano a donde trabaja, con varias oficinas y centros de trabajo, donde entraba y salía gente, aunque no demasiada. Se aseguró de que podía ser allí, pero no terminó de decidirse.

Hace dos días, cuando pasaba por delante del mismo edificio, tiró del brazo de su chica, cruzaron el portal y subieron al ascensor.

Y así fue, dice. No hubo que convencerla mucho. Estaba muy dispuesta porque también quería experimentar la excitación del momento sexual y el nervio que te entra pensando que te van a pillar.

Le gustó la experiencia, pero dice que le supo a poco, que lo que él quiere es montarse en un ascensor con la desconocida en cuestión y consumar, mientras escucha a la gente de varios pisos golpear las puertas y preguntar si otra vez se ha estropeado el elevador. Montar un follón en el tiempo que tardan en rematar la faena.

Pues eso, una fantasía. Tengo otro amigo que tiene la ilusión de hacérselo con dos gemelas a la vez.

Para gustos están los colores… y las fantasías.

Le gustaba mirarse en el espejo mientras lo hacíamos


Le gustaba mirarse en el espejo mientras follábamos. Era un espejo que tenía el armario ropero colocado frente a la cama de su dormitorio.

La primera vez que fui a su casa me sorprendió cuando vi que abría sus puertas de par en par, de modo que nuestras figuras se reflejaban en él cuando ocupábamos el espacio indicado para retozar.

Yo, ingenuo, o con los pensamientos ocupados en otros asuntos, le pregunté distraídamente: ¿No irás a encerrarme en el armario si no terminas satisfecha de este encuentro?

Y ella, con un tono repleto de insinuaciones que yo no acababa de identificar me susurró al oído: “ni por asomo se me pasa por la cabeza semejante posibilidad”.

– ¿La del encierro?, insistí yo.

-No. La de quedarme insatisfecha.

Y en ese momento procedió a provocar un giro en mi cuerpo con el fin de obligarme a hundir mi cabeza entre sus piernas. En el espejo mi figura quedaba expuesta en dios sabe qué postura. Pero a ella le gustaba mirarse en él.

No hay mujer más deseable que la que no se puede tener

No hay nada más deseable que lo que no se puede tener.

Sobre todo, para un tipo de hombres a los que les gusta ser conquistadores y huyen de las mujeres fáciles de conquistar o que hayan osado llevar ellas la iniciativa.

Su pensamiento me resulta arcaico pero está muy extendido. No creo que tenga que ver con la edad. He visto a cincuentañeros con esta filosofía de conquista-caza y he visto también a veinteañeros. Creo que es más un pensamiento que tienen incrustado de muchos años este tipo de cazadores.

Son los que se vuelven locos por lograr que se enamoren de ellos, pero no a la primera, porque les gustan los retos, las mujeres difíciles, las que les dan caña y no les pasan ni una; y con las que hay que invertir mucho esfuerzo en la conquista, para conseguir que pasen de la indiferencia absoluta a quedarse colgadas y a sus pies. Eso sí, con ellas tienen un trato exquisito.

Como dice una amiga mía, tienen un punto guerrero o cazador con las mujeres que les gustan, van directos a salirse con la suya y a dedicarle tiempo a la «presa» para conseguir que caiga rendida, transtornarla y que después no piense en otra cosa que no sea él. Es como si fuera un virus -dice ella- que se te mete en el cuerpo y se te va comiendo por dentro y por fuera.

Esto vale para los dos sexos, claro.

Una de las poquitas historias de amor

Apareció por aquí por primera vez hace un año, no más, para contar una historia, la suya, que era de esas poquitas historias de amor a las que se refiere la entradilla de este blog.

Me sorprendió porque desprendía amargura, y yo pensaba -equivocadamente- que los hombres saben controlar mejor la pena del desamor y que no la arrastran como nosotras.

Esto es lo que decía:

Hoy tengo 46 años. Conocí a la mujer de mi vida cuando tenía 32. Hasta entonces fui lo que se dice «un golfo», nunca me había enamorado, iba de flor en flor. Cuando la vi, el mundo se paró. Nada ha vuelto a ser igual en mi vida. No puedo quitármela de la cabeza, da igual lo que intente. Ella era y es la mujer de otro, está casada.

Sé que quizá intuya lo que siento pero jamás ha sucedido nada entre nosotros y se que no sucederá. La veo 2 ó 3 veces al año, cuando viene por mi tierra a visitar a su familia y aunque parezca de locos, esos días son para mí los más felices del año. Soy incapaz de emprender una relación con una mujer más allá de unos meses. Mis amigos no me reconocen, dicen que donde está el «Don Juan». Quizá sea mi castigo, que me devuelvan con creces lo que tal véz yo hice sufrir en su día a otras mujeres, no sé. Es duro pensar que sólo tengo esta vida y que indudablemente la voy a pasar sin la única mujer que he amado.

Ella es lo más bonito, dulce, especial, inteligente…que he visto en mi vida y nunca va a ser mía.

Tres meses después, por fortuna, ella vino a buscarlo, y desde entonces no se han separado, viven el uno para el otro y él es ahora el hombre más feliz del mundo. Y yo que me alegro.

Al final, el tiempo pone cada cosa y a cada cual en su sitio. En el amor, en el trabajo, en la amistad… todo vuelve a su lugar. Sólo es cuestión de esperar y ayudar un poco, claro.