Divorciarse no es sólo sinónimo de fracaso, también puede ser una liberación y quienes lo consideran así, es lógico que quieran celebrar desprenderse de las ataduras.
Es la segunda vez que me invitan a una fiesta de divorcio y la tercera que conozco de cerca. Son como las despedidas de soltera pero más reducidas y algunas también con hombres, pero a mí no me gustan nada. Las fiestas de divorcio se pusieron de moda -importada de Estados Unidos, claro- hace dos o tres años, deben de tener éxito, porque hay empresas que las organizan.
La anfitriona de esta vez ha vuelto a la soltería hace un par de meses y lo celebra ahora que ya ha pasado el mal trago y el papeleo. Porque aunque sea una liberación en un sentido, no deja de ser un revés.
Me ha dicho que va a ser una cena discreta, sin boys ni chorradas, pero con alegría y ganas de juerga. La anterior a la que asistí fue todo lo contrario. A la divorciada se le debió caer un tornillo, a pesar de ser una mujer cuarentañera y cabal, y tiró la casa por la ventana. Contrató a una empresa para que le organizara desde la cena hasta la fiesta posterior con boys y polvos incluido, para ella, que era la protagonista, no para las demás.
La tercera que he mencionado, que es la primera que conocí y que ya conté aquí, fue la que más me gustó. Allí no había invitados ni boys ni girls ni camareros, pero sí mucho sexo. Los dos divorciado se dieron el último homenaje marchándose de fin de semana por ahí. Dio igual a donde fueran, porque no salieron de la habitación del hotel.
Para esto no todo el mundo vale, el divorcio tiene que ser de común acuerdo también en la cabeza, no sólo en los papeles, los protagonistas tienen que tener mucha cintura y que el final no sea un adios sino un hasta luego darling.