Mil historias de sexo y unas poquitas de amor Mil historias de sexo y unas poquitas de amor

Mil historias de sexo y unas poquitas de amor

Otra despedida de casada

Divorciarse no es sólo sinónimo de fracaso, también puede ser una liberación y quienes lo consideran así, es lógico que quieran celebrar desprenderse de las ataduras.

Es la segunda vez que me invitan a una fiesta de divorcio y la tercera que conozco de cerca.  Son como las despedidas de soltera pero más reducidas y algunas también con hombres, pero a mí no me gustan nada. Las fiestas de divorcio se pusieron de moda -importada de Estados Unidos, claro- hace dos o tres años, deben de tener éxito, porque hay empresas que las organizan.

La anfitriona de esta vez ha vuelto a la soltería hace un par de meses y lo celebra ahora que ya ha pasado el mal trago y el papeleo. Porque aunque sea una liberación en un sentido, no deja de ser un revés.

Me ha dicho que va a ser una cena discreta, sin boys ni chorradas, pero con alegría  y ganas de juerga. La anterior a la que asistí fue todo lo contrario. A la divorciada se le debió caer un tornillo, a pesar de ser una mujer cuarentañera y cabal, y tiró la casa por la ventana. Contrató a una empresa  para que le organizara desde la cena hasta la fiesta posterior con boys y polvos incluido, para ella, que era la protagonista, no para las demás.

La tercera que he mencionado, que es la primera que conocí y que ya conté aquí, fue la que más me gustó. Allí no había invitados ni boys ni girls ni camareros, pero sí mucho sexo. Los dos divorciado se dieron el último homenaje marchándose de fin de semana por ahí. Dio igual a donde fueran, porque no salieron de la habitación del hotel.

Para esto no todo el mundo vale, el divorcio tiene que ser de común acuerdo también en la cabeza, no sólo en los papeles, los protagonistas tienen que tener mucha cintura y que el final no sea un adios sino un hasta luego darling.

Casarse no es para siempre

A pesar de los tiempos, aún no se entiende que a veces casarte no tiene porqué ser para siempre. Que un día, casado, te puedes dar cuenta de que la mujer o el hombre de tu vida está en tu camino y que por desgracia, no es con quien te has unido en santo matrimonio. Porque para las mentes biempensantes el matrimonio es santo, sea civil, eclesiástico o mediopensionista.

Estas disquisiciones me las hacía el otro día una amiga, que es ahora la mujer más feliz del mundo porque ha encontrado al hombre de su vida, -casado y padre él, con compañero ella- en un camino muy cuesta arriba y lleno de chinarros.

 ¿Porqué tendremos aún esos prejucios tan antiguos con los hombres casados?, decía.

Porque él lo tiene todo en contra: a su ex mujer que lo chantajea con los hijos, a sus amigos, a su familia… Pero a ella, además de haberse enfrentado con su proceder también a sus padres y al resto de su familia, le ha tocado el peor papel, el de la mujer que ha seducido al pobre bobo engañado, que ha dejado a su mujer y a sus hijos por una loba -que nadie de la misma especie se sienta aludido, por diosss-. 

Para su propia familia, ella ha roto un matrimonio, no el suyo, porque él es un «hombre casado» y padre de 3 hijos. De él no dicen lo mismo y también ella tenía un marido, aunque no fuera oficial ni consagrado.

Pero contra viento y marea, los dos están encantados juntos, porque ya viven juntos. «Es el hombre de mi vida, te lo dije hace 6 meses y hoy te lo cuento más rotunda que nunca. Jamás pensé que fuera a encontrarlo así. No puedo ser más feliz, es imposible».

Y mientras, dejan pasar el tiempo, que siempre es el bálsamo que cura todas las heridas y trae la distancia suficiente para que se vean las cosas con claridad.

Por qué nos pone el lenguaje soez

Porque como el sexo es lo auténtico, sin artificio. El sexo es indomable, rebelde, la fiera que llevamos dentro, lo primitivo… Y el lenguaje soez es lo subversivo, lo prohibido, y al  igual que el sexo, nos atrae por lo mismo.

Tengo un amigo que se pone hasta nervioso al escuchar a su chica en pleno delirio sexual usar el lenguaje más burdo.  La primera vez pensó que era otra, le costó acostumbrarse, pero le gusta, dice que ahora no puede prescindir de ese vocabulario.

Lo cuenta  muy bien Paul Auster en su novela Invisible:

Ahora que vives en situación tan íntima con ella, Gwyn se ha revelado como una persona ligeramente distinta a la que conoces. Es a la vez más divertida y más lasciva, más vulgar y excéntrica… y te asusta descubrir el profundo regocijo que le produce el lenguaje indecente y la extravagante jerga de la sexualidad… Un buen orgasmo pasa a ser la gran corrida. Su culo es un polisón. Su entrepierna es un chochín, una almeja, un guardapolvos, el conejo… En uno u otro momento, tu pene es el zupo, el cimbel, la longaniza, el chuzo, el pirindolo, el troncho, el trabuco, el cingamocho, Don Cipote, Doña Polla y Adam junior….

… Margot vuelve a excitarlo con gráficos relatos sobre sus encuentros sexuales con mujeres, su pasión por tocar y besar pechos grandes, por lamer y acariaciar la entrepierna femenina…, y mientras Walker no acierta a decidir si se trata de historias verdaderas o simplemente de una artimaña para que se empalme de nuevo…, disfruta escuchando esas guarradas, lo mismo que cuando Gwyn empleaba aquel lenguaje soez en el apartamento de la calle Ciento siete Oeste. Se pregunta si las palabras no serán un elemento esencial de la sexualidad.

Imagen: Desnudo II, óleo de J. Enrique González.

¿Alguien busca la perfección en la pareja?

La perfección no existe y, por tanto, ni existe el hombre perfecto ni la mujer perfecta. Y si sus mimbres no son perfectos, tampoco la pareja lo puede ser, por mucho que nos empeñemos en encontrar al hombre o la mujer que en nuestros sueños rozan la perfección.

La pareja perfecta no existe y eso es lo mejor. Si existiera sería una lata, porque me imagino yo que tanta perfección aburre a las ovejas. Lo que encontraremos, con suerte, es el complementario ideal, el que nos hace vibrar de abajo a arriba y de arriba a abajo, nada más verlo acercarse por la puerta -no confundir con el que dicen las pavas cuando les preguntan sobre su hombre ideal: me fijo en sus ojos y que me haga reír. Reír, sí, pero después de vibrar-.

Sobre la perfección en la pareja, ayer leí esto en El Pais Semanal:

Mariana se anticipa a mis deseos al segundo, sin mediar palabra por mi parte; lee mi retorcida mente y transforma mis lascivos pensamientos en caricias, besos y posturas con las que sólo había soñado, interpretando una mirada, una expresión, un gesto. Pura quínica, diría yo. Auténtica telepatía carnal, lo llama ella. Explora la geografía de mi cuerpo haciendo pausas donde sólo ella sabe que puedo explotar… Si me amara, sería la pareja sexual perfecta.

Celos de lo que no se ha vivido

Lo acaba de dejar porque ya no podía más. Ha sido un año, pero un año que se ha hecho muy largo, mucho más de doce meses, dice, muy largo e insoportable.

Empezó con una atracción brutal, casi todas al principio lo son. No podían estar el uno sin el otro ni estar frente a frente sin que se les notara las ganas que se tenían, aunque ella notaba algo en él, que no acababa de entender, pero incluso eso le daba morbo.

Amortiguada la pasión de los primeros meses, él empezó a interesarse por su vida sexual anterior, por sus novios, sus amantes, sus costumbres.

Al principio preguntaba como si fuera simple curiosidad y ella le contaba -no todo- cómo había sido su vida en ese aspecto, sin darle mayor importancia. Pero después no dejaba de preguntar con un interés injustificado y una obsesión que ella no entendía. Además, había notado que no le gustaba lo que le decía y que le daba vueltas una y otra vez al tema hasta provocar un enfado entre ellos.

Cuando ella le preguntó por qué hacía eso que los estaba separando, él le dijo que no podía soportar pensar que ella hubiera estado con otros hombres. Entendía que eran adultos, que han tenido recorrido, pero era superior a sus fuerzas evitar pensarlo y sufrir por ello, y que nunca había conseguido superarlo.

Este sentimiento no disminuyó con el tiempo ni con el hecho de que ella le exigiera un esfuerzo para que no volviera a interesarse por nada que no fuera su vida ahora. No pudo y ella ha acabado cortando porque se había hecho insoportable y, sobre todo, porque pensó que no quería quedarse a esperar un disgusto mayor.

En la distancia, todo se enfría

«LLevo con mi novia toda la juventud y creo que estamos hechos el uno para el otro. Nos llevamos muy bien y la vida en pareja nos va -nos iba- de maravilla en todos los sentidos. 

Hace tres meses ella se fue a Londres a estudiar y todavía le queda un mes de estar allí.
Pero yo me comporto como siempre y al no tenerla conmigo, intento demostrarle todo mi cariño por teléfono, en los mensajes, Internet, etc.


Ella por el contrario está muy distante, fría. Ya no la noto como antes, no está cariñosa, discutimos por tonterías y si la llamo varias veces, me dice que la agobio.
Se me pasan muchas cosas por la cabeza. Pienso que está así simplemente porque está más distraída y más ocupada. Otras veces, creo que me ha sido infiel, aunque lo dudo, porque nos queremos mucho y creo que no me podría hacer eso. También se me ocurre que simplemente la distancia le ha provocado lo contrario que a mí, yo me he dado cuenta de que la amo con locura y no puedo estar sin ella; y puede que ella  no me necesite tanto o que esté mejor sin mí. Incluso, me ha planteado que nos demos un tiempo y que conozca a otras chicas para poder olvidarla este tiempo hasta que vuelva. Pero yo solo tengo ojos para ella.

Parece que intenta disculparse a sí misma diciéndome estas cosas. Ya no puedo hablar claramente porque  dice que siempre estoy con lo mismo, pero lo estoy pasando realmente mal y ya no se a qué recurrir.
Me gustaría que los que comentan en este blog pudieran darme alguna idea sobre qué hacer, porque creo que ella no está siendo sincera conmigo. Gracias de antemano».

Es una carta de un lector de este blog, que se encuentra perdido en la distancia. Por lo que dice, sí que parece que ella ha encontrado mejor forma de pasar el tiempo allí, que no tiene por qué significar una infidelidad, como dice él. Está disfrutando de una ciudad nueva, con gente  y vida nuevas y, por lo que parece, de momento, sólo ha aparcado la relación hasta que vuelva. Él debería hacer lo mismo, porque puede que sólo sea eso. O no.

Acariciar, tocar lo que no es

Le gusta tocar lo que hay, lo que se supone que es, porque lo ve con sus ojos, y lo que espera que sea.

La conocía de haberla visto entrar por allí varias veces. Y alguien los presentó una tarde. Le gustaba mucho esa chica, su cara, su cuerpo, sus pechos, cómo se movía… y la conexión que tuvieron enseguida. Y cuanto más tarde se hacía y más copas consumían, más le atraía.

Al final de la noche llegaron a la casa de ella excitados, dispuestos a culminar el encuentro con el mejor polvo. Entraron presurosos y  quitándose la ropa el uno al otro por el camino hasta la habitación.

Y así ocurrió. Una vez despojados de todo, a él se le cayó el alma a los pies y con el alma, todas las ganas que le tenía a la chica. Sus pechos ya no eran lo que creía haber visto minutos antes y el culo se había desinflado como por arte de magia.

Los putos rellenos, se dijo. Se sintió engañado porque le habían vendido lo que no era. Y ya no se pudo recomponer, entre excusas tontas se quitó de en medio y se marchó.

Cuando después, al contarlo, algún amigo le ha afeado la conducta por exagerado, él ha contestado que no puede con eso, porque lo cree un engaño, una tomadura de pelo. Una decepción.

El atractivo sexual de una cicatriz

Siempre había considerado que las cicatrices tienen una historia detrás, fascinante o no, pero también, mucho atractivo sexual. Las cicatrices en los hombres, no todas, suponen un suplemento de masculinidad.

Lo vio por primera vez en un bar de copas a esa hora en que aún la luz no es muy tenue y pudo distinguir la cicatriz con claridad cuando se fijó en su cara. No fue instantáneo, sino unos segundos después, cuando sometido a un superficial examen general ella le concedió el aprobado alto y se dispuso a verificar si merecía mejor nota.

Entonces reparó en que una senda producida con seguridad por un arma blanca se adentraba en la mejilla desde muy cerca de la oreja derecha. No era muy pronunciada, quizás por antigua, pero resultaba inquietante y le confería un interés muy particular al rostro que, sin ser demasiado guapo, sí sobresalía entre la gente de su edad, pongamos de treinta y cinco para arriba, que andaba por allí.
Pasaron unos meses antes de que ella volviera al mismo garito y un poco más hasta que se dio de nuevo la coincidencia.

Si la primera ocasión sirvió para despertar en ella curiosidad, en la segunda definitivamente estaba dispuesta a indagar  el origen de su seña de identidad más llamativa. Y decidió que no sólo quería saber el origen de la marca, sino lo que el resto de su cuerpo escondía. A cada minuto que pasaba se acrecentaba su excitación y se dispuso a no dejar pasar más que unos pocos minutos, pero alguien muy cariñoso se interpuso en el camino. Un tipo de aspecto escasamente varonil se acercó a él y le estampó un beso en los labios que a ella la dejó paralizada.
Se marchó y no lo ha vuelto a ver, pero visita con mucha más frecuencia aquel bar con secretas esperanzas.
Ya hace algún tiempo de aquello y no se quita de la cabeza esa cicatriz  ni a quien la llevaba.

Ropa interior femenina, también para hombres

¿Por qué a algunos hombres les gusta ponerse ropa interior femenina?

No tiene nada que ver con la homosexualidad o la transexualidad. Hay hombres heterosexuales fetichistas, a los que les excita mucho ponerse la ropa interior de su mujer. Sobre este asunto que, en principio rechina, hay mucha literatura.

Y ejemplos los ha habido y los hay, alguno más sonado que otro por la personalidad del atrevido. Alguna página que otra en Internet hasta dice que es una moda y que hay muchos hombres, y también las parejas de estos, que consideran excitante vestirse con prendas de mujer.

Uno de ellos dice:

«Desde niño siempre me han gustado las mujeres… y sus prendas, hoy soy adulto y me enamoro de una mujer cada dos minutos, pero ardo en deseo de encontrar una mujer con la cual pueda compartir este gusto, una mujer que no sólo lo vea bien sino que también le excite y lo disfrute, no es malo y no soy un fenómeno, hay muchos machos que usan prendas de mujer con o sin consentimiento de su esposa».

Las marcas del amor

Siempre llega al trabajo con unos lametones rojos en el cuello o en el escote -lo que se ve-, que es la envidia de toda la planta, porque significa que la noche anterior ha tenido mambo.

Y claro eso anima mucho al personal, que ya se querría ver con un lametón, porque, bromas aparte, las señales de ese tipo provocan envidia sana.

Esto lo cuenta una amiga, después de ver cómo la otra aparece cada poco con marcas de amor. Le dice que vaya trabajito más bueno que le han hecho, mientras ella se tapa y se pone roja. «Pero no te tapes -le insiste-, que eso es muy sano y hay que enseñarlo siempre para que los demás se contagien.

Pero se contagian pocos, dice, aunque de vez en cuando, alguno deja asomar por el cuello de la camisa la prueba irrefutable de una noche de pasión. Entonces, cuenta, se produce un gran revuelo, más que cuando es una chica la que llega con la pista. Pero eso es porque las mujeres montan más bulla con estas cosas. Los hombres son más discretos.