Un deportista es aquel que sabe que el triunfo del otro es también una recompensa: la de haber encontrado alguien mejor

Telón sobre el agua de los ríos

Se consumó la tragedia zaragozana. El agua del Ebro, que no viajará, por lo visto, a buscar al Turia o al Segura, contempla desde hay la misma tristeza. El resto de lo que ha sucedido no tiene demasiada importancia, si exceptuamos que el dedo de la justica ha señalado El Sardinero como estadio europeo: eran demasiadas jornadas acumulando méritos y ha tenido que ser el niño Iván Bolado el culpable del éxtasis cántabro. Hasta la raya ha llegado el Mallorca de Manzano, que ha hecho una campaña admirable: como el Rácing, ha sido un equipo consistente en la Liga y ambicioso en la Copa, y no creo que se pueda pedir más.

Tragedia: ese drama en el que intervienen los dioses para castigar la hybris, la autocomplacencia excesiva, el triunfalismo desmesurado de los seres humanos. Pero los hombres no aprendemos. El año pasado el Barcelona iba a ganar siete competiciones, todas aquellas en los que iba a competir: y ahí está, para el desguace. El año pasado, también, el Zaragoza, de la mano de un sabio como Víctor Fernández, realizaba una campaña ejemplar que, al parecer, supo a poco.

Este año soñaban: y soñábamos los enamorados del fútbol con la consolidación del proyecto del entrenador maño, tan adicto al fútbol de seda. Pero los sueños, ¡ay!, sueños son. Se empezaron a exigir resultados a una plantilla descompensada, en la que habían llegado refuerzos a la zona rica y se habían dejado lagunas de las que cuesta mucho secar. Cuando Víctor anunció su marcha por no haber sabido responder a las expectativas despertadas tuve la seguridad de que el Zaragoza tendría problemas. Los entrenadores que se buscaron duraron lo que un papel de fumar en el infierno, y ha tenido que ser Manolo Vilanova, un hombre de la casa, quien asumiera la responsabilidad de acompañar a unos chavales desconcertados a su destino menos natural, que era la segunda división. ¡En una plantilla trufada de internacionales, qué barbaridad! ¡Con César, Zapater, Ayala, Sergio García, Celades, Diego Milito, Oliveira…!

Pues sí. El fútbol es como la vida y siempre se paga la falta de humildad, que es la verdad, en el decir de Teresa de Jesús. Queda el consuelo del inevitable regreso, una vez que alguien haga la necesaria limpia de un vestuario carísimo y magullado. Al año que viene, cuando la plaza del Pilar se llene de jotas, recordaremos que los dioses traman y cumplen el destino de los hombres para que los venideros tengamos algo que cantar.

Y que nadie se queje: los directivos han dejado, una vez más, un espléndido espejo en el que pueden mirarse los demás. Pero muchos no lo harán: seguirán mirándose a sí mismos en el espejo falso de la adulación y de la autoborrachera. Y es que en cuanto ganan un puñado de euros se creen algo, caray…

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