Debe de ser peor el remedio que la enfermedad, pero ante la crisis económica no hay elección: de divorcio nada, hay que seguir aguantando juntos hasta que arrecie el temporal financiero.
Lo he leído en distintas informaciones que se referían a que los divorcios han descendido hasta un 30% y no precisamente por el amor que se profesan los cónyuges, sino que por la imposibilidad de hacer frente a los gastos que supone una separación, las parejas mal avenidas llegan a acuerdos de convivencia a la fuerza.
Claro que también he leído que entre divorciarse o irse de vacaciones, las familias optan por lo último y lo otro se lo tragan.
Debe ser complicado, una vez que se ha decidido dar el paso de divorciarse, con todos los cambios que implica, dar marcha atrás y negociar la paz, porque no hay otra salida.
¿Y qué se le dice al que se tiene al lado y a quien no se soporta, después de venir del abogado que ha dicho que el proceso puede ponerse en un pico?: ¡Hala cariño!, sigue durmiendo en el sofá o con Paquito y vamos a hacer como que nos seguimos queriendo, que el desamor sale muy caro.
¡Qué difícil! Es otra hipoteca.