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Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

Ya no hay vuelta de hoja

Salvo despeñamiento, mutilación o pérdida selectiva de funciones cerebrales (y ya veríamos si esto sería impedimento) ya es definitiva mi participación en el Gran Trail de Peñalara. Ayer se pudo tramitar el momento crucial de toda vida de participante: la inscripción. Es este instante una especie de rareza suicida; se tienen que superar todos los miedos a base de una buena dosis de empeño o dejación. Si te inscribes por empeño se te suponen toneladas de ilusión. Si por dejación, el resto del grupo creerá que siempre hay que hacerte estas cosas.

Siguiendo cualquiera de ambos sistemas, en el caso que admitamos la dejación como sistema inercial, uno va y se mete en la espiral de la lavadora interna del evento. Es como si te zambulles en una de esas atracciones de río en los parques acuáticos. Están circulando peces, focas, ballenatos, merluzos, y de sopetón estás dentro de sus contactos, el roce y la flotación constante (salvo crecida). Ayer llegaba ese momento, el de tirarse en plancha al torrente de noticias y de consejos, de recomendaciones para expertos, novatos, y todo por el sencillo motivo de haber abonado la cuota de ingreso a una prueba que se celebrará uniendo a 500 participantes a lo largo de 110km por la montaña de Madrid y Segovia.

En sí el GTP en cuestión no es más que una de las muchas carreras que se organizan por la montaña. No tiene más ni menos misterio que seguir un recorrido. Para profanos, contarles que nos dan un tiempo prefijado para ir completando pasos por los puntos de control, lo mismo que en un rally. El meollo es que, aún siendo pasos relativamente cómodos (por ejemplo, cuatro horas para cruzar desde Navacerrada pueblo, por la Barranca, hasta la Pedriza), digo que el meollo es acumular pasos y pasos hasta convertirlo en una prueba de ultradistancia.

Claro, colocando los metros de desnivel del circuito completo (más de 5000m de ascensión acumulada), las 30 horas de tiempo límite, los 110km totales o el hecho de tener que cruzar de Navacerrada a Canto Cochino, luego subir la falda de la Morcuera para bajar a Rascafría y, desde ésta, remontar hasta la cima más alta de la región para bajar a La Granja por pedregales, cenar deprisa y corriendo, regresar a la comunidad de Madrid de noche por los bosques y escalando hasta el puerto de Navacerrada y descender al pueblo, pues sí. Es una bestialidad.

Prometo no desgranar mis entrenamientos, ni contar mis sensaciones tras cada mirada a la báscula ni escribir aquí qué como o qué bebo. No os merecéis semejante tormento y blogs de esos ya teneis de sobra.

Voy a hacer mis abluciones. Un saludo.

1 comentario

  1. Dice ser Bandoneon

    De todas las alternativas para añadir un poco de heroismo y entretenimiento a tu vida, esa no es la peor. Conozco a un ultra(catolico) que tiene 8 hijos y siente ese mismo vertigo cada vez que tiene que comprar zapatos para toda la familia. En la argentina, los ultras(hinchas de un club de futbol) van al estadio con el mismo equipamiento que llevarias a la guerra de Irak. Y lo usan.
    Lo tuyo es transhumancia sin ovejas y con el cuerpo acostumbrado a la silla de la oficina.

    05 enero 2010 | 12:38

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