Runstorming Runstorming

Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

Eva

1.

-¿Desea algo para beber, señora?, Wilt U iets te drink?

El personal de vuelo y la estrechez de su asiento, preferentemente ventana, sin apenas equipaje de mano, muchas veces metiendo el maletín de su portátil simplemente debajo de sus piernas, alguna aprovechando el maletín como reposapies, tapando su regazo con una trenka amplia que usaba como cubrecamisa, que le permitía estar cómoda, recogerse en el calor que emanaba su vientre y sobre el que posaba las dos manos, entrecruzadas como si fuera a beber agua en un caño del campo, con el sol filtrándose entre las dos ventanas del avión o la lluvia escupiendo con ira, dependiendo del trayecto.

-No, gracias – entre dientes; y se dejaba caer, de regreso a Madrid o de regreso a Amsterdam. De ambos sitios se sentía alejada aunque en los dos tenía una razón para llegar, una llave. Eva podía sentirse afortunada de pertenecer a una juventud preparada, viajera, cosmopolita, habían recibido de la generación pionera, de los cuatro privilegiados que vivieron en España, o mejor, fuera, aquellos años sesenta míticos, que abrían camino a las chicas normales como ella. Becas, pisos compartidos, tiempo para conocer gente y preguntar chorradas. Ella había podido escabullirse una temporada como estudiante a la Vrije Universiteit de Amsterdam, pero de regreso a Amsterdam o de regreso a Madrid sentía que le faltaban piezas.

Entre sueños a diez mil metros de altitud se preguntaba si era un privilegio bajar a desayunar a la cantina de la VU, sofocada por los veinte minutos de bicicleta y embutida en las mil capas que rodeaban su piel de madrileña de barrio. En su diario anotaba puñados de dudas: “Me encuentro a dos semanas de haber comenzado el curso y esto me empieza a sorprender. Lo que parece ordenado es frío. ¡No puedo echar de menos mi barrio!, ¡los holandeses convierten el desorden en magia alternativa pero luego lo desprecian, como si tuvieran dos caras!”. “¿Por qué me atrae la idea de juntarme con otros españoles?, ¿tienen algo más valioso lejos pero que no sé apreciar cuando estamos en casa?, es absurdo pero el estómago me empuja hacia dentro cuando oigo hablar en español por los pasillos”. “No puedo echarlo de menos, Eva, prohibido ponerse tonta. Para eso te quedas en tu pueblo y no rompes con todo. ¿Qué te pasa?
Había tomado una decisión para no quedarse anclada en la aldea. Despreciaba la atracción que tenía aquella ciudad de pisos cortados a ras y montados sobre hojaldre de ladrillos blancos y rojos y zonas ajardinadas y cientos de coches aparcados en doble fila y de servicios del montón, de cuadrillas municipales y meritorias a las que las moscas adolescentes se pegaban buscando la dulce protección y el futuro puesto de trabajo de los universitarios sin lugar. Para Eva, su anónima ciudad de periferia era un desolladero que solo colgaba de su realidad por aquel abono transportes, la B1 de los bordes mordidos y del plástico desgajado, en el que estaba trapada su foto de fotomatón en la que salía más narigona pero más delgada, o las dos cosas a un tiempo, tiempo en el que los horarios los dictaba una dejadez somnífera donde escoger por escapar, las asignaturas prendían de un programa claveteado en un tablón de crucifixiones en el vestíbulo de aquella facultad de techo bajo y paredes color dientes de fumador, que mareaba si entrabas por la puerta de la cafetería ínfima de Juanjo. Dos semanas habían bastado para que una estudiante pelirroja y ancha de pómulos atrajera su aliento. La fiesta de primavera de aquel campus lleno de estímulos para perderse, alcohol, tabaco, partidas de mus, los acordes de los grupos que tocaban en la esplanada de la estación de tren mientras un hormiguero juvenil se acomodaba entre los pechos de otras, se rompían tobillos tras piruetas alcohólicas, las fotocopiadoras repetían en negro y gris los culos y los anagramas de las camisetas de los chicos que saltaban sin control por Malasaña, por San Mateo; había sido el amarillo brillante del sol de Madrid y el naranja de las botellas de cerveza, que se filtraban el uno con el otro, y habían bañado en saliva besos de chicas mojadas. “Me paso a verte por la facultad, después de comer”- Eva se repetía aquella joya guardada en su memoria selectiva, secretista. Había encontrado en los vaivenes del tren y en las escaleras del metro la inspiración perdida para memorizar los apuntes fotocopiados y de otro sobre años sin referencia, puntadas mal dadas a sus hojas en blanco sobre el tratado de Cambrai, sobre si los mismos Habsburgo y franceses que se aliaban contra los otomanos eran los mismos que en breve estarían echando Europa a perder. En realidad a Eva le traía si cuidado si los Estados-Nación nacían o eran o habían dejado de ser. Claro que tenía una idea, era una estudiante que había solventado sin problemas la selectividad, leía la prensa y había solicitado una beca Erasmus para salir de un futuro atado a una hipoteca y una oficina en cualquier sitio. Y ‘la Roja’, la cadera más blanca y pecosa y que explotaba bajo los pantalones de cintura baja, formaba más parte de su lado visceral y caliente que de su lado matriculado.

2.

Tuvo que romper con todo cuando España dejaba de ser una frasca de decantar de dimensiones infinitas, a la que nadie había visto y de la que todos hablaban en cafeterías de barriada, y se convertía en la puerta de salida D32 de la antigualla por la que una se convertía en una turista más, una viajante concrédito de platino o una expulsada a Ecuador. España tenía ahora letras, tenía dimensiones y muchos la oían, porque España ahora sonaba. Era cuando metales y llaves y cinturones pitaban bajo el arco de seguridad. España, pensó Eva, era un arco de control de un aeropuerto por el que entraban y salían miles de mundos al día.

Y empezó a confeccionar una lista en el espacio de espera de atmósfera neblinosa. Por las grandes cristaleras se colaban rayos tumbados de luz que explotaban en millones de perdidas motas de polvo, y empezó haciendo click con el dedo gordo de su mano derecha sobre el botón de arranque de su vida, tinta negra, boligrafo robado en la biblioteca municipal y vínculo con el pasado reciente. La tinta del boligrafo se terminaría tarde o temprano. Era cuestión de tiempo; la lista, eso; alegría; llamar a Sandra y mamá; 672 032 339; cuenta hotmail mejor gmail; natación –seguro hay clubes universidad; seguridad social Holanda; muy importante matrícula VU; ¿por qué no correr como papá; ¿hay parques zona piso?; preguntar Isma; comprar mapa…

“Bienvenidos a bordo de este vuelo de Transavia…” – la resistencia al sueño terminó antes que la tinta.

2 comentarios

  1. spanjaard

    Seguirá. Por algún lado, pero seguirá.

    08 julio 2009 | 08:57

  2. Dice ser Celemin

    Ya estoy impaciente….

    Sólo puedo decir que, cuando sea capaz de cerrar la boca, me gustaría poder escribir asi.

    Chapó, Luis, Chapeau.

    08 julio 2009 | 10:11

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