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Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

Berlin, la enorme autopista del peatón

Leyendo de sobaquillo las últimas boquedas de las crónicas berlinesas, las hazañas anónimas de los cuarenta mil lugartenientes del ejército desharrapado del pantalón corto y las camisetas finas, he ido a recuperar un vistazo de una ciudad que, en su día y en escapada de Agosto, soltería y fin de milenio, me dejó correr por las avenidas –unas pocas- y parques llenos de historia.

Berlín estaba en aquellos momentos estrenando Reichstag, demoliendo muro. Construyendo una muralla aún más grande pero un pelo más lejos, no mucho. Recordemos una cosa: cuando uno conduce hacia la ciudad de la Pomerania y el Brandenburg, no se ven carteles en árabe que dicen Algeciras, no hay coches franceses cargados de colchones y trastos camino de Africa, ni matrículas guiris de costa sino carteles en polaco, camiones lituanos, letones, entre los que desentona una matrícula por entonces de Madrid. En los vagones del U-bahn no se habla con acento colombiano, sino en ruso. En los pasillos del S-bahn se acomodan caras grandes, pálidas, pecosos pelirrojos a lo Boris Becker. Es innecesario decir que uno se siente lejos. A tomar por saco de casa.

Pero Berlín tiene dos ventajas. Una red interminable de transporte público y calles llanas. Con esas premisas, las combinaciones para recorrerla al trote son enormes. Solo hay que llevar, había, unos marcos, 1.40 quizá, y tenía resuelto regresar al Pankow del Este donde vivía mi amiga Sabrina. Puestos en materia, se me ocurrió ir de turismo zapatillil bajando desde Wollankstrasse hacia el parque del bunker de Gesundbrunnen, y atravesando por unas paredes kilométricas hacia Frederichstrasse, la estación del resurgir, de los dos lados, la que me rodeaba con unas arcadas donde hubo terror, escapadas, mucho antes un Berlín de los años 20 terriblemento culto, como la Europa que nunca más seremos.

El giro hacia la Puerta de Brandenburgo es inevitable. Una fuerza telúrica me hizo echar a correr hacia el Oeste. Me sentía como la rata de laboratorio a la que muestran el túnel para que plasme su instinto atravesándolo. Quizá fue la escapada hacia la libertad, el progreso de la Alemania capitalista de los años 60 (capital que subyuga, engorda y esclaviza). Tras la puerta, hoy símblo de gay parades, meta de maratones y postal necesaria de mundo, eché un vistazo por el Reichstag, con sus ingentes colas de estreno. Desde arriba, comprobé más adelante, se ve la nueva Alemania. Solares, grúas y dinamismo inmobiliario.

Era tiempo de escapar por el Spree adelante. Por el gigantesco Tiergarten, casa del picnic turco de la ciudad y donde se esparcen cientos de miles de pares de piernas cada fin de semana, logré una salida al paseo peatonal que acompaña al río durante un rato. Mas la perspectiva de la ciudad de las aceras gigantescas, el Buenos Aires del peatón europeo, 100 veces más amplia que Parisney, me pedían más avenidas, más parque. La salida natural, 13km en las piernas, era la TU, la Technische Univeristät Berlin. Cúpula, ciencia, Alexander von Humboldt -que dió nombre, sin embargo, a una universidad hermana sita a unos 4km más al sur, al lado del Teatro de la Opera berlinesa- y una avenida de tiralíneas que me llevaría hacia Charlottenburg, castillo barroco bonito y cuidado en todo el West Berlin.

Riñonera y medios propios hicieron que evitara parar mucho buscando fuentes, asi que el siguiente destino con subterráneo era el estadio Olímpico. El encuentro difícil entre deporte, demostración de una cultura sana y formada, la exaltación despiadada de la raza, todo quedaba al final de Castanienstrasse, subiendo por encima del puente ferroviario que te acerca desde el Este, cruce a Marathonallee, y ahí estaba. Un escalofrío me recorrería todo el cuerpo al recordar la de estupideces que se hacen en nombre del ser humano.

Es una visión reducida y acelerada de una veintena de kilómetros. A cada uno de ellos le debo una tercera visita. Me llevaré las zapatillas, de nuevo. Las masas se mueven siempre hacia direcciones extrañas.

2 comentarios

  1. Dice ser Anonymous

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    22 octubre 2007 | 15:33

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