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Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

Cómo es un día para un organizador.

Como constantemente gotean opiniones sobre las carreras, que si son, que si deberían haber, que si menos mal que no… pego lo que dan de sí unos día (por ceñirnos a 48h.) cuando se organiza una carrera de 50km tal cual los Castillos de Avila.

El viernes por la noche, día anterior a la carrera, los corredores se unen en la terraza del hotel oficial y reciben una charla técnica con cafetito caliente. Desde el día anterior ya se está marcando el recorrido por grupos o a tirón (y no es la primera vez que toca patearse los 50km), llenando las bolsas de los corredores, atendiendo al movil constantemente. Las bromas y las explicaciones se mezclan en un primer encuentro entre corredores y organizadores, y las temperaturas empiezan a avisar. A la hora de cenar, tres cuartas partes de los participantes ya son como una familia que se completa el sábado por la mañana, con la entrega de los últimos dorsales. El final de octubre y arranque de noviembre tiñen de blanco muchos campos y el personal se atavía con ropa de rodajes largos, y los autocares llevan a la expedición completa hasta Solosancho. Más lio a primera hora, así que comprobaremos que la zona de salida está adecentada y, ‘bang’. A lo largo de esos 25km de carretera recorremos al revés el valle, vemos amanecer por encima del Zapatero y se hace un silencio en el autocar. A las 9 de la mañana se rompen los nervios: una suave subida desde los 1.149m nos confrontan con las Parameras de Avila. Los grupos se forman, no importa el idioma o procedencia, y la camaradería se instala hasta la hora de cierre de meta, 7 horas después.

Nosotros salimos de regreso a meta mientras doscientos corredores de todo el mundo encaran las primeras pisadas sobre nieve del otoño, suben y bajan entre bosques y piornales hasta el primero de los dos avituallamientos (la carrera se celebra en régimen de semiautosuficiencia alimentaria), y apenas hay algun retirado porque se trata ahora de subir a la segunda fortaleza, encaramada entre rocas. Entre tanto estamos revisando un avituallamiento en el que todo marcha aunque algo más lento de lo deseado, y corriendo hasta el vadeo del río en el paso del km42, tan simbólico que lo hemos situado bajo el agua del Adaja (que baja fresca).

Por delante, en 3 horas y pico los primeros empiezan a asomar por esa recta que les conduce al puente Romano y a las murallas de Avila. Todo ha de estar listo en meta. Micrófono en mano se ‘descansa’ con un ojo en las listas de inscritos, la llegada de héroes, que el ropero vaya rodado, el avituallamiento y las fotos entre los amigos, las poses, enviar a los participantes correctamente al hotel, fisios, y recordarles que a las 9 se celebrará la cena.

¡Vámonos de banquete!

Tras una ducha y buen masaje, los corredores van compartiendo una tarde de reposo para encarar nuestro ‘kilómetro 51’. Es la cena posterior a la carrera en la que se entregan unos trofeos que todos merecen, se comparten unas palabras y se remata el sábado entre conversaciones y nuevos planes. La disposición de la carrera en el fin de semana permite emplear el domingo en visitar una ciudad que ha hecho de su historia un escaparate turístico, pero también los alrededores adustos y recortados por donde discurren los Castillos: el milenario ‘Cordel de Avila’ hasta el puente romano, los yacimientos arqueológicos, las compras de productos típicos de la provincia, las impresionantes murallas o quizá repetir sobre ese chuletón al que los corredores llevan dando vueltas todo el fin de semana. Todo esto cuesta medio año de faena. Cualquier día sacamos oposiciones a director de carrera.

1 comentario

  1. Dice ser cabesc

    Pues suerte, y para los que participamos también.PD el mío al punto, jeje.

    26 septiembre 2006 | 05:45

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