José Ángel Esteban. Señales de los rincones de la cultura. Y, por supuesto, hechos reales.

Al anochecer

Poco a poco se sucedían los relatos: descargas eléctricas sólo para hacer gritar y que al lado se oyeran esos gritos donde otros estaban siendo torturados; limpiar huesos de restos humanos hasta dejarlos mondos para que pudieran ser enviados a familiares de detenidos como aviso y como tortura; detenidos colgados de aspas de helicópteros; detenidas violadas sin hacer una sola pregunta; bebes recién nacidos apuntados a cañón tocante delante de la madre que los acaba de parir. Todo. Del horror más extremo hasta el absurdo igualmente incompresible: una festín de navidad, un asado, antes de ser mancillados o fusilados, un hijo de torturador al que su padre lleva de visita a su trabajo. Todo les estaba permitido desde la amabilidad insensata hasta la muerte más cruel en los años terribles de las dictaduras militares de Chile, Argentina, Uruguay. Y todo estaba medido, decidido, controlado. Era un sistema. El documental del periodista Vicente Romero y el juez Baltasar Garzón de ayer quería escarbar en el alma de los verdugos y se preguntó por su pericia, por lo que les convierte en burócratas del dolor, por lo que les hace vulgares, cercanos, amables padres de familia y asesinos oficiales de nómina y horario, por lo que hay dentro de los seres inhumanos, por lo que les hace posibles y no monstruos extraordinarios. Desfilaron teorías y recuerdos terribles, nuevos y antiguos testimonios, hijos, nietos desparecidos y encontrados, perversas historias de amor y dependencia, regalos, miseria, falsos padres, gente bruta, enloquecida, testigos corroídos, lógicas económicas que se impusieron a sangre y fuego, leyes de impunidad, leyes del olvido. El más verdugo de todos los verdugos es el sistema que necesita los verdugos, le escuché decir al escritor Eduardo Galeano. Los militares defendieron la fe y la civilización cristiana, estaban bendecidos, le escuché sermonear a un abogado de los uniformados. Los que salimos vivos siempre fue a cambio de algo, le escuché decir en voz alta a una superviviente. El juez se empeña en que no se baje la guardia: ahora hay cárceles secretas, vistas que miran a otro lado, democracias olvidadizas, contagiadas. De acuerdo, que no se baje.

Al final, uno de los que aceptaron confesar, uno que había arrojado cuerpos vivos desde aviones al océano, el viejo Scilingo, volvió a susurrar la frase más oscura: la peor hora era al anochecer, cuando ya no podía soportarme a mí mismo. Qué mala hora. También para sus víctimas.

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3 comentarios

  1. Dice ser MM

    Si, efectivamente, el documental fue desolador.Que impotencia, que perversión más absoluta…y que impunidad.Recordar que hoy en día existen torturas, violaciones sistemáticas de derechos humanos y mil aberraciones que en la mayoría de los casos la Comunidad Internacional mira hacia otro lado.Un saludo

    11 abril 2007 | 9:50

  2. Dice ser Chaval

    Debe ser horrible participar en actos de ese tipo. Pero el único consuelo que le queda a los torturados es el del insomnio perenne de sus torturadores. Y no solo a la hora de dormir sino al enfrentarse en la vida con el resto de seres humanos que podemos leer en sus ojos el inmenso dolor causado a sus propios hermanos por el enorme pecado de pensar de manera diferente. Pero aun debe ser peor para los sacerdotes que bendicen a los torturadores…Y podría seguir pero no puedo. ¡Miserables!

    11 abril 2007 | 10:35

  3. Dice ser laura aro

    Que fuerte!Es la primera vez que veo su trabajo y fue por accidente. Le felicito

    16 abril 2007 | 18:54

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