José Ángel Esteban. Señales de los rincones de la cultura. Y, por supuesto, hechos reales.

El caballero protagonista

Cine sobre cine. Y sobre literatura. Y sobre mucho más. Michel Winterbotton se atreve con el Tristram Shandy, el clásico inglés de Laurence Stern. Nos reímos con su apuesta por cazar el espíritu del libro y sobre las quiméricas peripecias que plantea rodar una película con esos mimbres, adaptar lo inadaptable, es decir lo que convirtió al libro –heredero de Cervantes y de Rabelais: nueve tomos de hace 250 años– en una referencia para el oficio y la libertad de contar historias: un laberinto inacabado con la disgresión como norma, las citas y la autoreflexión como estilo.

Y la falta de trama, claro. En un pequeño ensayo Milan Kundera recuerda que Sterne renuncia absolutamente a la story, es decir, al encadenamiento causal de actos, gestos y palabras que pretende ser constitutivo del sentido y al esencia de un relato, y que la novela «no es más que una una única disgresión multiplicada, un único baile alegrado por episodios cuya unidad, deliberadamente frágil, singularmente frágil, esta tan sólo hilvanada por algunos personajes originales y sus acciones microscópicas, cuya finalidad hace reir».

Con un poco de todo eso, a mí me hizo reír. Como en el libro, poca información sobre la vida del caballero Shandy y muchas más sobre las opiniones de su padre, las obsesiones de su tío por las narices y las batallas, el modo de vida del siglo XVII… y las dudas, quebrantos de su protagonista y del equipo que rueda la película. No tendrá trama pero que una película te permita hablar de la paternidad y el fracaso de aquello que planeas; de la ficción y como se fabrica; del amor y de la infidelidad; de por qué se hacen las películas y para quién; y que utilice para todo eso desde el color de los dientes hasta las imitaciones de Al Pacino, desde las citas de Bresson para hablar de la guerra y sus metáforas, o de Fassbinnder y los oficios del amor, hasta los nombres de los personajes y de los actores; desde las ilustraciones musicales – el Nino Rotta de Fellini, el Haendel de Barry Lindon- hasta la oportunidad histórica y dramática de los trajes o la altura de los tacones, y que lo haga todo de manera ligera y sin un ápice de pedantería, no está nada mal.

Que no se me olvide. En la muy recomendable24 horas Party People, el falso documental, o la ficción realista de Winterbotton sobre la escena musical de Manchester en los años 80, el protagonista, Tony Wilson, hablaba a cámara y se quejaba de su condición: «soy secundario de mi propia vida». Ahora, con el Tristram Shandy, hemos subido de categoría, y Steve Coogan, el mismo actor, se jacta de su condición: «soy el protagonista de mi propia historia». Las dos historias, por cierto, tienen el mismo guionista: Frank Cottrell Boyce:que tenga también su protagonismo.

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