José Ángel Esteban. Señales de los rincones de la cultura. Y, por supuesto, hechos reales.

Mastretta a la vista

Es tiempo de pactos. Ja, se reirán muchos. Hablo de pactos con uno mismo. De hacer lo que a uno le sale, le place y le complace. De citas clandestinas con la memoria, de aceptaciones y realces. Y hablo de música, en este caso. Si a uno le gusta, pongo por caso, la sabia elegancia de Ellington, la melancolía arisca de Piazzola, la intensidad sin concesiones de Aníbal Troilo, el tintineo popular y verosímil de Nino Rota y y el ácido de Kurt Weill, la apuesta desnuda de Edith Piaf, el clarinete inquieto de Sidney Bechet, la energía inabarcable de Louis Amstrong y la íntima de Fela Kuti, la irreverencia de Cuchi Leguizamon, la seda de Joao Gilberto y Tom Zé, el desparpajao bailonguero de Renato Carosone, las ilustraciones cínicas de Randy Newman, la gravedad noctábula de Tom Waits y la tolerancia de Lexter Bowie , la armonía de melodrama según Agustin Lara o Bola de Nieve, la infidelidad popular de Bela Bartok, el callejeo de Charles Trenet, la sorpresa en cada nota de Thelonius Monk y el apasionamiento desbocado de Tchaikovsky, si te gustan todos juntos y a la vez, y todos te han influido, puede que el pacto sea complicado pero, desde luego, nunca para resultar indiferente. Y también que el resultado de esa herencia arrope una banda sonora como para irse de viaje sin saber exactamente donde le esperan, si es que te esperan, bailar muy tarde en la noche, escuchar historias con posos marinos, confesarse, mirar como se apaga la última bombilla de la fiesta con la calle barrida por las primeras horas del día verdadero, recordar sabores de infancia, de cualquier infancia, deseos nuevos. Lo que me gusta de la música de Nacho Mastreta es que siempre vence a la rutina, que torea a la inercia, que se expone, que se preocupa mucho más de hacer que de vender. Dónde hay que firmar. Y que sabe pactar con su memoria, con su (buen) gusto, ahora con un estilo de traje y sonrisa larga. Le había oído de refilón en las películas, a la vuelta de una esquina en una radio -nunca hay que dejar de escuchar la radio- de pan en los bocadillos mentales de Ajo, su micropoeta de guardia, en discos cazados en casas de amigos, en un dvd de aniversario. Ahora tiene una banda de diez músicos, diez arreglos, una receta de alta gama que se inventa cada vez que se cocina en un escenario. La otra noche, apoyado en la barra de un bar, pactando conmigo mismo, me la zampé. Y pienso repetir.

4 comentarios

  1. Dice ser Perico, el de los Palotes

    Escuchénla. Les va a gustar (además de relajar).Nada que ver con Tchaikovsky (afortunadamente).Pdta.: Pinchen en el artículo (a ser posible más tarde de las 00:00 horas de la noche): Nacho Mastreta.

    23 marzo 2007 | 2:54

  2. Dice ser L.

    Y ahora, mójate y dí qué radio…Anda…

    23 marzo 2007 | 16:48

  3. Dice ser jaes

    Me mojo. Cualquiera que me sorprenda. En las de información, cada vez me sorprenden menos. Todo el mundo se comporta como se espera de él. Aún así a lo señoritos, a los que predican y las que hablan por encima del hombro, no los soporto. Ante la duda, los que hacen periodismo. Y, bueno, luego, las otras: siempre, siempre a DAM, desde hace años y años. Galilea, por supuesto; y algunos sábados y domingos, cuando puedo, entre las tres y las cuatro, siempre me sale R3, y a su lado R2. Dicho.

    23 marzo 2007 | 22:45

  4. Dice ser Vumte

    joder … lo etoy leyendo y escuchando a la vez !!!!!

    14 abril 2007 | 15:50

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