Un deportista es aquel que sabe que el triunfo del otro es también una recompensa: la de haber encontrado alguien mejor

Hombre rico, mujer(es) pobre(s)

La vieja serie de televisión de los hermanos Jordach me ha venido a la cabeza en esta semana de tanto tenis y tan bueno. Uno piensa a veces que Rafael Nadal es un extraterrestre, y luego rectifica: es un crío de Manacor con unas condiciones atléticas envidiables, una técnica más que correcta y un inmenso afán de triunfo. ¿Qué le diferencia de tantos chicos de su edad, tan dotados como él en muchos casos?

La concentración. Su control mental es digno de estudio: asombroso, sencillamente. Quien crea que estoy disminuyendo la figura de quien es ya una leyenda de nuestro deporte se equivoca: ese suplemento es el que le hace más grande que los demás.

Espero que no le falle mañana en un partido en el que todo es nuevo: de nada vale la historia previa, porque se enfrentan dos máquinas de ganar, dos campeones que, por ahora, no admiten un tercero en su coto privado y dos maneras legítimas de entender el deporte. Se enfrentan, en efecto, la elegante facilidad de quien domina todas las suertes del juego y la tensión extrema de quien sabe morir en cada punto, el dueño de una técnica depuradísima y el gran jugador al que su corazón hace gigantesco. El clásico de los clásicos: eso que nunca tiene pronóstico, aunque Rafa esté jugando a un nivel incomparable: lo que hay enfrente se llama Roger Federer y no hay más que hablar.

Que toda la suerte que le deseamos a Rafa, el del torneo inmaculado, el que puede compartir mañana el trono de Borg (¿por qué las cámaras de televisión se quedan con la alegría del que suelta de golpe el puño hacia arriba porque ha ganado y no con la imagen posterior, dos chavales saliendo juntos, pasándose el brazo por la espalda, como debe ser? Era Djokovic, el casi tercero en discordia, y eso hacía más grande la lección para los jóvenes que lo estaban viendo: a muerte en la pista, amigos al acabar el trabajo…), que toda esa suerte no nos haga olvidar un triunfo grande y humilde, en el que una de las protagonistas se abalanza sobre la periodista para abrazarla. Anabel venía en gran forma esta primavera y Vivi es la mejor especialista en dobles del mundo. Y han ganado el Roland Garros, y nos han llenado de alegría y de orgullo. Grande, grande, grande, chicas…

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