Hará un mes me quejaba sobre un artículo aparecido en una revista seria como Corricolari. La cosa es que los datos que utilizaba para construir una exposición poco seria me patinaban mucho. Muchísimo. Ayer, el responsable de la publicación (buen amigo, de hecho) me arrimaba el ascua. Y yo soplé hacia otro lado.
– Él lo ha basado que si en datos de población, en fin, es una cosa sui géneris
– Ya, puede haberlo basado como le salga de la chorra, pero usa datos reales
– Yo siempre prefiero hablar de llegados a meta
– Ni aún así es España el país más maratoniano del mundo
– Incluso –me admitía– España no es un país maratoniano ni de lejos. Ni siquiera es un país deportista.
Tenía razón ayer Isaías, en este descanso que nos estábamos dando de un maravilloso Estudiantes-Bruesa de la ACB (nuestra 12ª victoria consecutiva, sin par racha). España está llena de gentes que sólo saben de personalistas esfuerzos y de mitos deportivos, que no de deporte. Fernando Alonso, el oro de Japon, o si Paquillo marcha mejor y más rapido que el resto del planeta. Pero desconocen sobre el fondo del deporte. Sobre la moral de la educación deportiva.
Y ya, sobre el significado del deporte en la sociedad, ni hablamos. Una acometida contra los defectos del sistema de salud pública. Un remedio para hábitos promovidos por el reparto de los medios de producción y los mecanismos de acumulación del capitalismo. De eso mejor no hablar. Que es cosa de rojos.