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Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

Una vida rodeado de mapas

En alguna ocasión que otra he tenido que explicar a contertulios inquisidores aquello de «¿Estudias Geografía?, pero eso ¿qué salidas tiene?». No tiene. Eso vaya por delante. Vamos a ver, tiene, pero para poder dedicarte a ello tendrías que pasarte de meritorio media vida y -aun así- dar con el enfoque que te llene profesionalmente, dado que la disciplina tiene muchisimos campos donde caer (climatología, geomorfología, geografía urbana, SIGs, urbanismo, etc).

Yo caí en ella por despiste. Me despisté entre borracheras y conciertos punk en mi primer año de universidad, y cuando quise darme cuenta había suspendido, angelito de mí con 19 años y el cerebro espongiforme, todas las asignaturas posibles, en todas las convocatorias posibles, en Ciencias Matemáticas. Sección fiestalaprimavera. Así las cosas, Geografía e Historia fue mi criadero -parte II- y despertar a verdades innúmeras de la vida, del amor, del perder el tiempo y regresar justo a tiempo y antes de que cerraran el chiringuito, a algo que me había apasionado. Tanto, que llegué a sacar un sobresaliente en 5º de carrera. Tanto más todavía, que me lancé a quemar una pasta en un MPhil, un máster, vaya, en otra universidad madrileña, y que al final usé como trampolín para zambullirme de pleno en aquella universidad holandesa en la que, bueno, se puede decir que triunfé justo a tiempo y antes … eso. Lo mismo que cinco líneas más arriba.  

Pero el pequeño Spanjaard y sus habilidades manifiestas (y manifestadas en sus hijos, según todas las pruebas) traían de fábrica un regusto por el mapa. Recuerdo entre los primeros libros ojeados un mapa de carreteras de Michelín que había en nuestro renault 5, en el que siquiera había la mitad de las carreteras que tomábamos para rodear el cinturón metropolitano barcelonés (porque yo nací y viví por allí una temporada larga).

Qué tendrán los mapas que se coleccionan, se imprimen, se reciclan para envolver bocatas, se pierden, hacen que uno no se pierda, se ojean y se repasan con o sin un motivo claro. En mi caso era una sensación de paseo espacial; la sensación de abrir una página y empezar a pasar la vista por encima de nombres de localidades, ríos, colores que indicaban maneras de ir y venir.

Con el tiempo uno echó a correr. La cosa ganaba en interés, porque con aquel equipo mítico de atletismo viajábamos. Bueno, viajar es una constante en nuestra familia. De hecho mi otra familia siempre aduce que tenemos alguna tara, que no podemos estar quietos. O sea, que es una maldición dar con nosotros porque siempre os tendremos de allá para acá. Sea cierto o exagerado este último aspecto, los mapas seguían a mi lado. Más adelante empecé a tirar de mapas para saltar de país en país. Comenzaron mis aventuras británicas y descubrí que, además, y sin necesidad de ser mapas antiguos, los mapas podían ser bellos.

Estábamos hechos a la cartografía del Instituto Geográfico del Ejército y del IGN y la cosa siempre tenía pinta de mapa de emboscadas napoleónicas. Pero esa grafía que descubrí en el Ordnance Survey era superior en todos los aspectos. Una letra redondeada, una manera de poner casas, barrios o el poblamiento disperso británico casi inmejorable. Caí a los pies de aquellos mapas. Aún hoy me sigue fascinando lo sencillo y hermoso de su dibujo. Y pasado más tiempo todavía empecé a entrar a los mapas con la pasión del loco por la gran distancia, del aventurero. Y pasado un poco más aparecieron las herramientas de Internet y esto se desmadró: la sumisión a los satélites y la combinación de foto aérea y mapa que ya probábamos en los talleres de SIG en la facultad, allá por 1995; el patrón de los patrones, google earth, los nuevos navegadores del Instituto Geográfico Nacional, visores por aquí y allá, y ese uso corrompido, sin afeitar, sudoroso y suicida que hacemos cuando planteamos una ruta atravesando mil montes, veinte leguas o -simplemente- nos enroncamos un Sabado de madrugada para empaparnos durante diez horas en el campo. Siguiendo esas trazas que comenzaron cuando un necesitado pintó sobre un trozo de piel de animal una ruta, dos puntos de referencia y un modo de unirlos. Y se lo transmitió a alguien, porque esa es la esencia del mapa. No tanto usarlo como propio modo de encontrar un camino, sino la difusión del conocimiento geográfico.

8 comentarios

  1. spanjaard

    Hala, ración doble.

    23 mayo 2008 | 11:02

  2. Dice ser sylvie

    A mi también me gustan, pero hasta mirándolos me pierdo!!!!!!!!!!

    creo que nací perdida ya.

    besitos.

    Ps: ays, recuerdos…me has traído a mi renault5 naranjito a la mente…ese que en lugar de con gasolina, funcionaba con empujones…

    23 mayo 2008 | 12:33

  3. spanjaard

    El mío era color burdeos hasta que mi hermana lo subió a una rotonda viniendo de una boda.. Aunque estaba ya para pocas alegrías.

    23 mayo 2008 | 12:38

  4. Dice ser Cocolocus

    Yo me estrené con un 600 blanco M-2xx.xxx (de los que se abrían las puertas ‘al revés’).

    Se lo compré a una pareja de Vallecas y tenía una calavera en la palanca de cambios (muy ergonómica, por cierto). X-DDD

    Sylvie, está el libro «Por qué los hombres no escuchan y las mujeres no saben leer los mapas», aunque no te creas todo lo que viene en los libros. 😉

    P.S.: En mi caso no escucho porque el oído izquierdo ya tiene ‘pérdidas’, así que si alguna vez hay mucho ruido ambiente y no contesto no me lo tengáis en cuenta. X-DDD

    23 mayo 2008 | 17:32

  5. Dice ser Cocolocus

    P.S.2: Los mapas también me gustan.

    Pero no los utilizo, ya soy capaz de perderme llevando el GPS. :-!!!

    23 mayo 2008 | 17:33

  6. Dice ser Sylvie

    Spanji, pobres renaulesfaif…si es que fueron unos santos!!!

    Cocolocus…ehhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh..que yo leerlos sí sé…lo que pasa es que en cuanto levanto la vista del mapa ya no sé donde estoy!!!!!!!!!!!!!!!!

    Besitos.

    23 mayo 2008 | 18:05

  7. Dice ser Juan Pedregosa

    Hola
    Aprovecho tu artículo para poner cuatro reflexiones sobre el tema que he aprovechado para otro post. Agradezco de verdad que hayas utilizado la palabra cartografía en su verdadero significado. Después de tanto verlas utilizar sin ton ni son, me encuentro con que alguien sí que utiliza bien el nombre: CARTOGRAFÍA y su sentido real.

    Lo que viene ahora, les lo del otro post:

    Pobres cartografías, ¿qué han hecho para ser tan maltratadas y mal
    utilizadas por parte de tantos?Será que es el nombre que mejor concuerda con ciertos valores del pretencio actuales: es decir, si bien el modo antiguo de la pedantería era tirando a campanudo (la prosa sonajero que criticaba Marsé) ahora el modo es el gafapasta culto y moderno, super pero que supertransversal.

    Unos ejemplos:
    Cartografías disidentes.
    http://www.casamerica.es/es/casa-de-america-madrid/agenda/arte-y-exposiciones/cartografias-disidentes
    Cartografías efímeras
    http://www.e-barcelona.org/index.php?name=News&file=article&sid=8793
    Cartografía cinematográfica
    http://www.cccb.cat/es/audiovisual?idg=22145
    Cartografías culturales:
    http://www.lehman.cuny.edu/ciberletras/v09/manzoni.html
    Cartografías políticas:
    http://www.invenia.es/oai:ccdoc.iteso.mx:3504
    Cartografías poéticas:
    http://www.dramateatro.arts.ve/publicaciones/ileanadieguez.html
    Cartografías literarias:
    http://notaszonadenoticas.blogspot.com/2006/12/nuevas-cartografas-literarias-en.html

    Realmente sólo hay que poner cartografía y cualquier adjetivo y la lista llegaría ad infinitum. También se puede probar en más idiomas.

    25 mayo 2008 | 19:55

  8. Dice ser galipote

    …ya lo dijo Jacques Dupuet (Santiago para los amigos):

    «Una carta náutica es mucho más que un instrumento indispensable para ir de un sitio a otro; es un grabado, una página de la historia, a veces una novela de aventuras.»

    Mapear las corridas con el Fore debería ser asignatura obligada para todo runner que se precie 🙂

    26 mayo 2008 | 22:42

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