Tengo que deciros, hijos, que lo siento: sois humanos

Y es que os hemos traido al mundo vuestra madre y yo para alinearos dentro de una especie despreciable. Pertenecéis a una especie que parece buscar la autodestrucción permanente. Es capaz de aniquilar en masa seres de su especie sin miramientos. Es más, lo asume como daños colaterales de la destrucción de otros seres puntualmente asignados, a los que llama enemigos. Todavía mejor, no es que esa gente les haya quitado la comida o haya marcado con orín su territorio por la supervivencia, es porque son enemigos desde la cuna, por pertenecer a una creencia opuesta y matar, a su vez, en nombre de ella.

Fíjate si estáis marcados por esa pertenencia al género humano, que veréis como se usan las víctimas inocentes para denunciar en ambos bandos, saldrán en los periódicos, saldrán niños como vosotros asustados (los mejor parados) o desmembrados (los otros) y la especie humana se revolverá en su sillón. Una vez saciado el morbo, generada más ira, perdido el apetito, llorado, se quitarán esas imágenes de vuestras pantallas para hablar de cotilleos, de más guerras, o de deporte. Hombre, hablar de deporte relaja para no estar todo el día pensando lo aberrante que es esa especie vuestra (y de mamá y mía, lo siento). Lo bueno es que en nombre del deporte se generará más odio, habrá bandos, se insultará, se moverán millones y acabará pareciendo una guerra más. ¿Nos irá la caña, hijos?.

Todo eso llevaba ayer en el estómago y me impidió salir a correr a voces. Lo que son las cosas. No quería escribir otra cosa antes que esto. Ví a niños que lloraban heridos porque les habían bombardeado. Ví a otros niños, también como vosotros, que sonreían sin saber que estaban en el bando que se salvaba, a quienes evacuaban y les colocaban un simpático chaleco salvavidas naranja y un horrendo casco militar. Niños todos.

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