Cada vez creo en menos cosas Un foro para pensar en lo divino y en lo humano

Archivo de agosto, 2007

Todos se alegran por lo de Rosa. Ella, inexplicablemente, también

Consumatum est. Llevamos todo el día de ayer hablando de Rosa Díaz, y todos coincidimos, creo, en que es un símbolo. Un símbolo de la traición y de la falta de ética política para unos, y un símbolo de coherencia vital para otros.

Y siguiendo con los latinajos (me encantan) nuevamente surge la eterna pregunta: Cui prodest? ¿A quién beneficia? Creo que de los análisis recogidos ayer, a la única que no aprovecha es a la propia Rosa Díez, pues un partido político improvisado a siete meses de las elecciones tiene todas las papeletas para el fracaso. A lo que hay que añadir que su valor como contertulia en la armada mediática ultra conservadora (COPE, Telemadrid) ha quedado muy devaluado, pues desde hoy ya no puede cumplir con ese papel de militante del PSOE al que se lleva, como un florón, a las tertulias para presumir de pluralismo informativo.

Curiosamente, su golpe mediático ha aprovechado a los dos partidos de los que pretende (sin conseguirlo, pues el electorado a estas alturas de la democracia tiene más conchas que un galápago) ser equidistante, el PP y el PSOE.

Al PP le vino a ver dios con su muerte política, de la que han pretendido sacar tajada, casi tanta como con la muerte de Paco Umbral al que habían elevado a la categoría de escritor del régimen aznarista y de su representante en la Tierra Pedro Jota (Pedro Cinco Jotas, ya le llaman, por su carácter ibérico). Si Umbral viese la pandilla que acudió a llorarle en sus exequias se volvía a morir. El caso es que Rajoy aprovechó la dimisión de Rosa Díez, cómo no, para constatar que el partido socialista de Zapatero hace aguas por todas partes, por lo que el presidente debería estar dimitiendo ya, etcétera, etcétera. Lo cual no deja de ser cómico, viendo cómo está el patio de su casa.

El PSOE, por su parte, se quita al fin del zapato de Zapatero esa piedrecita que le estaba horadando el talón y que nadie se atrevía a eliminar. Puente de plata.

Curiosamente, en Ferraz y Génova 13 han descorchado ayer el champán al unísono, aunque por diferentes razones. Rosa Díez, por su parte, creo que también. Alguien debería haberle avisado de que no era este el momento.

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Nuestro contertulio J. Ruiz Maestro Español de Fontanería y Patrón de Pesca, navegante de mares lejanos, me remite a una página en inglés en la que me insta a una unión de blogueros de todo el mundo para un día determinado, en defensa del medio ambiente, o algo así. Y digo algo así porque el inglés es un idioma que por desgracia me domina a mí, pero no yo a él. El caso es que J. Ruiz me ofrece la posibilidad de acudir, para salir del paso, a un traductor automático. Y me advierte: “La pagina esta escrita en USA. Para leerla sin conocer ese idioma, como es mi caso. Uno busca en google “herramientas de idioma” y manda a traducir. Sale el escrito como si hablara Tarzan pero se entiende”. Antes de encargar a mi traductor automático el trabajo quise ponerlo a prueba, y le pedí que me tradujese el comienzo del Quijote. A continuación le mandé hacer la traducción inversa de lo que había traducido, para chequear. Y así varios pases sucesivos. Este es el resultado (os lo juro por Arturo):

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.

In a place of Mancha, of whose name I do not want to decide to me, there is not long time that lived hidalgo on those of lance in shipyard, running old shield, rocín skinny and galgo.

En un lugar de Mancha, que de nombre no deseo decidir a mí, no hay el tiempo largo que vivió hidalgo en los de la lanza en astillero, viejo blindaje que se ejecutaba, el rocín flaco y el galgo.

In a place of Spot, which of name desire not to decide me, is no the long time that lived hidalgo in on the lance in shipyard, old shield that was executed, rocín skinny and galgo.

En un lugar del punto, que del deseo conocido de no decidirme, es ningún el tiempo largo que vivió hidalgo adentro en la lanza en astillero, viejo blindaje que fue ejecutado, rocín flaco y galgo.

El traductor y yo estamos confusos. Porque ahora ya no juno si la bentraca es galopina o si los gentisoles herudan la solva por las mañanas cuando el canitrote cenzurra en el viejo opensal. Y eso me toca los condilones del pirueno. Y mucho, aunque no os lo creáis.

Los disidentes Rosa Díez y Ruiz Gallardón

Parece ser que la eurodiputada del PSOE, Rosa Díez, abandona el partido socialista para fundar, con el filósofo Fernando Savater y los miembros de Basta Ya, un nuevo partido, con dos ejes principales programáticos en curiosa y exacta sintonía con el Partido Popular: oponerse al modelo de lucha antiterrorista de su actual partido, y fortalecer, mediante convocatoria de referéndum, la famosa unidad de España, es decir, recortar el poder actual de los partidos nacionalistas y su peso en la política nacional.

Cuando oí la noticia me dije: ¿Pero todavía militaba en le PSOE? Es como cuando se muere un actor famoso a los 90 años que tú ya lo dabas por muerto hacía mucho tiempo. ¡Ah! ¿Pero todavía estaba vivo?

En su partido actual nadie (bueno, casi nadie) se explica cómo alguien en campaña permanente contra el PSOE desde las últimas elecciones generales podía continuar en su puesto sin poner su acta a disposición del partido. En estos casos lo fácil es pensar que extra Ecclesiam nulla salus (fuera del partido hace un frío que pela, en traducción libre) y que un sueldo de eurodiputado no se puede tirar por la ventana si no tienes nada mejor como contrapartida. A mí, sin embargo, Rosa Díez no me parece de ese tipo de gente, por el vigor con que defiende su posición, por la radicalidad de sus planteamientos tan alejados de la doctrina oficial.

Pero su travesía vital de estos últimos años es la historia, si no la de una traición o del apego a un sillón, quiero suponer, sí la de una incongruencia que acaba en malos entendidos, malos entendidos que ella debería despejar urgentemente si piensa ser la bandera de enganche de un próximo partido. Porque la disidencia, una figura que ha dado muchos frutos literarios, unas veces es una liberación, y explica los mecanismos del desencanto (con un partido, con una religión), y otras es entendida como traición, donde los principios, como en el caso de Groucho Marx, pueden ser modificados en función de la oferta y la demanda, como ocurrió con los tristemente célebres Tamayo y Sáez.

Y el apego a un escaño, al que moralmente ya no pertenecía, no es el mayor. Sino su disidencia que sospechosamente coincide en el tiempo con la pérdida de las elecciones a la secretaría general del PSOE… que ganó Rodríguez Zapatero. Solamente una vez despejada esa duda, la de una oposición con vicio de nacimiento, sospechosa, más que de disidencia ideológica, de rencor mal digerido, podrá plantear su nueva oferta a la ciudadanía con mejores perspectivas de éxito.

Es, sin duda, un paso valiente, porque ser disidente implica, como ser emigrante, dejar atrás una biografía labrada durante muchos años, abandonar para siempre un territorio intelectual y moral ya conocido donde habías construido tu casa, una religión (de religio: unión) donde por desgracia tantas veces la fe ciega sustituye a las razones, un lugar acogedor que te amparaba y te daba de comer.

Salvando las distancias (sobre todo las morales, a favor de Rosa Díez), desde hace mucho tiempo vengo sospechando que Ruiz Gallardón, en el PP, es otro disidente, y que, al igual que la eurodiputada del PSOE, es una amenaza constante para Génova 13 como posible germen de un nuevo partido de centro. Por eso es un intocable. Pero en ambos casos, la apuesta tiene unos riesgos incalculables, que a pesar de todo me arriesgo a calcular.

Y el mayor de todos es la tendencia a la sobrevaloración personal, a pensar que los liderazgos son fruto del magnetismo de determinados individuos y no del trabajo de una maquinaria política y mediática bien urdida. El mensaje es el medio, como dijo Mac Luhan, y ello también vale para los políticos. Quizá por ello, Ruiz Gallardón, más calculador, menos temperamental que Rosa Díez, lleve algún día su partida de póker, ese farol de tahúr que esconde tras sus cartas, hasta la presidencia de su partido.

El futuro partido de Rosa Díez, en cambio, quizá no pase de una formación bisagra en Euskadi, lo que no es poco en términos locales pero que encierra nuevamente una contradicción: ser un partido que propugna el debilitamiento de los partidos nacionalistas, y al mismo tiempo apenas tener influencia para otra cosa que actuar de bisagra ¡como el resto de los partidos nacionalistas! Creo que a Rosa, la disidente, la contradicción le va a perseguir hasta su muerte política.

El tomate absurdo

Mi chica tiene una huerta que es la envidia del pueblo. Y la joya de aquel reino vegetal son los tomates. Desde la carretera aledaña los vecinos miran sus tomates con una mezcla de sorpresa y envidia, porque para ellos “los de Madrid” son (para mis paisanos, todos los de fuera son de Madrid, aunque sean de Jerez), por definición, gente necia que piensa que los espaguetis se cultivan en los árboles.

Mi chica primero hace semillero, luego cría las matas minúsculas bajo un invernadero que más parece una casita de muñecas translúcida, las abona con una mezcla sabia de compost fabricado por ella y estiércol de gallina, las riega, va guiando sus ramas en un entramado de cañas que crece al ritmo biológico de las plantas, y sé que cuando yo no estoy presente, para que no me asalten dudas sobre su salud mental, les canta, porque en algún sitio leyó que así crecen mejor. Mi chica canta de miedo, de miedo, literalmente, pero las plantas son muy agradecidas; por fortuna no parecen gozar del oído exquisito de nuestro gato Pizca, que en paz descanse, que la arañaba nada más oírle entonar la primera estrofa de la copla de aquel tipo que vino en un barco de nombre extranjero.

A finales de agosto, los tomates parecen brillar en sus matas como bombillas incandescentes. Las dos o tres semanas de la cosecha son una fiesta continua, con la cesta llena de unos tomates color rojo pasión, pesados como latas de tomate ya frito, jugosos y fragantes cuando los partes. Estoy seguro de que quiere más a sus tomates que a mi persona humana, pero a mí no me importa porque en venganza me devoro a sus amantes.

Os lo cuento, porque hoy comienza para mi chica una de las fiestas más absurdas de cuantas fiestas absurdas es capaz de inventar el ingenio hispano. Y mira que tenemos una panoplia inacabable de fiestas absurdas, desde los sanfermines, toros embolaos y alanceados, a cabras que son despeñadas desde los campanarios para mayor disfrute de los mozos del pueblo. La fiesta absurda que toca hoy, y que sume a mi chica en el mayor estupor, es la Tomatina del pueblo valenciano de Buñol, una fiesta que consiste en lanzarse tomates maduros (115.000 este año, según las previsiones) durante una hora, hasta convertir las calles del pueblo en un riachuelo de rojo gazpacho.

A mi chica le pasa lo que a mí con las religiones: yo no soporto que a mis congéneres se les maltrate psicológicamente y se les mienta con dioses inventados para engorde de los sacerdotes contadores de cuentos, y ella no soporta la falta de delicadeza y el maltrato que se infiere a un producto de la huerta que tantos sacrificios demanda para salir adelante. Ella, ya es hora de decirlo, es atea de la Tomatina de Buñol.

Sé que hoy va a tener un mal día. Y aunque intentaré consolarla con los consabidos argumentos de que es muy divertido tirar tomates, que eso relaja mucho porque es como tirarse los trastos a la cabeza, que hace quemar la agresividad colectiva, que en realidad son tomates de bajo coste y peor sabor, criados exclusivamente para esa guerra absurda, que no se trata de un despilfarro porque apenas servirían para hacer el primer plato de los pobres de la madre Teresa de Calcuta… aunque lo intentaré por todos los medios sé que es una batalla (la de los tomates) perdida.

Ella piensa en lo difícil que es ser ateo de cualquier cosa hoy en día, rodeado de millones y millones de creyentes en cosas absurdas, porque si todos ellos dicen ver a dios por las esquinas o encuentran divertido tirarse a la cara tomates maduros, algo que a ella le espanta, es que a lo mejor los anormales somos nosotros. Y contra eso no tengo argumentos. Así que, para distraerla, en estos casos le prometo llevarla al cine mientras preparo una suculenta ensalada de las lechugas de su huerto, que también son de dios. Así, hasta que se le pase.

(Nota para gastrónomos: Como bien sufrís los glotones, a partir de octubre los tomates de invernadero no saben a nada. Os propongo este apaño para rescatar algo del sabor perdido para el resto de la temporada: Comprad los tomates en rama; machacad en un mortero unos trozos de las ramas verdes (no demasiado, solamente romperlos) con vinagre y aceite virgen; dejad que se marinen durante una hora; luego, sazonar la ensalada de tomate con ese zumo. Veréis que resurge el perdido aroma “a mata” de los tomates del verano.)

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Meditación para hoy: “Hay que ir preparando las sucesiones”, les ha dicho Manuel Fraga, el presidente honorario del PP, a sus correligionarios. Las reacciones dentro de su partido han sido dignas de una tesis doctoral que dejo para los alumnos más aventajados. Rajoy, cuando le preguntaron qué podía contestar a la recomendación del dinosaurio (cuando Rajoy despertó, el dinosaurio todavía estaba allí) se dio media vuelta y dejó la pregunta en el aire. Sin comentarios. Desde hace 24 horas, el cadáver político de Eduardo Zaplana tiene su célebre sonrisa congelada en una mueca de rigor mortis. Pero lo mejor, como siempre, fue la actuación ingeniosa del jefe de los payasitos de la bancada popular, Martínez Pujalte, que dio a entender que Fraga en realidad se refería a la próxima “sucesión” en la Moncloa de Zapatero por Rajoy. Les ha entrado a todos una risa espantosa. Vamos, que en Génova 13 Rue del Percebe lo están pasando de miedo.

Ateo, como la madre Teresa de Calcuta

Llevo días dándole vueltas a la doble vida vivida por la Madre Teresa de Calcuta, a raíz de la publicación de unas cartas suyas en las que descubre sus dudas sobre la existencia del dios al que había dedicado toda su vida. La versión moderna del unamuniano cura ateo “San Manuel, bueno, mártir”. Una imagen sabiamente elaborada para vender por el mundo el producto de la bondad cristiana, del desapego a las riquezas mundanas. El contrapunto al oropel vaticano, a las sedas púrpuras de los príncipes de la Iglesia, a las intrigas palaciegas de la curia romana.

Al igual que el Escriba Escrivá de Balaguer, esta monja de apariencia quebradiza fue para Juan Pablo II un instrumento más del mensaje ultra conservador de la iglesia católica. Ejercía su caridad en la India, un país agobiado por la pobreza y la superpoblación, pero era contraria a cualquier control de natalidad. Cuando una vez se le hizo ver tal contradicción contestó que “Dios siempre provee. Él cuida las flores y los pájaros y todo aquello que ha creado. Y los niños son su vida. Nunca llegarán a nacer bastantes”. Como siempre, para el dios de las contradicciones vale cualquier respuesta, por infantil que parezca.

“Nunca llegarán a nacer bastantes”. Por ello, este instrumento papal hizo campaña en Irlanda (a donde fue transportada en avión en primera clase) a favor de la prohibición del divorcio en el referéndum en el que se pretendía su abolición. Durante años, la maquinaria eclesial se encargó de acallar las voces de representantes de ONGs que denunciaban la falta de equipamientos básicos en sus hospitales (morfina, otros anestésicos, o antibióticos) mientras la Orden de la Misioneras de la Caridad a la que pertenecía manejaba fondos de millones de dólares en sus sedes fuera de la India.

Esta mujer, a la que Juan Pablo II se apresuró a buscarle un milagro tras su muerte para acelerar precipitadamente su camino hacia la santidad, era una integrista que consideraba el SIDA como “un castigo de dios por un comportamiento sexual inadecuado”. En vida se comportó como la papisa de una Orden multimillonaria que tiene en la India su escaparate de pobreza para obtener fondos, aunque ahora, en su muerte, su tránsito hacia la santidad puede ser incierto, tras la inoportuna publicación de sus dudas, más que dudas, sobre la existencia del dios que da de comer tan ricamente a sus hermanas en Cristo.

Esa doble vida de la que hoy pretenden hacer santa, para así seguir engrasando la maquinaria empresarial de la Iglesia católica, es la alegoría perfecta de las religiones, de su poliédrica moral, de su inmoral moralidad. Yo pude escapar de sus garras a los diecisiete años, pero la madre Teresa de Calcuta tuvo que morirse para poder decir al mundo lo que su trabajo cotidiano con los más miserables se empeñaba en demostrarle a diario: que dios no existe, que es imposible que exista alguien tan cruel y desalmado.

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Meditación para hoy (otra): Leo que cinco niños y dos mujeres murieron ayer, y otras cinco personas resultaron heridas en un bombardeo aéreo estadounidense contra una vivienda en la ciudad de Samarra, a 125 kilómetros al norte de Bagdad. Un helicóptero de EEUU destruyó a bombazos la casa, con ellos dentro. Yo sabía de la existencia de Samarra por el cuento sufí más inquietante de cuantos conozco. Por él siempre pensé que Samarra se encontraba a uña de caballo de Bagdad, lo que en Galicia llamamos “unha carreiriña dun can”. Pero creo que tanto el mejor caballo como el perro más corajudo morirían en el intento si intentaran cubrir corriendo los 125 kilómetros que separan a ambas localidades. Dejando a un lado ese pequeño detalle, una licencia literaria, el autor sufí ya sabía de alguna manera, con varios siglos de antelación, que en 2007 es imposible escapar a la muerte, vivas en Bagdad o en Samarra. Este es el angustioso cuento de nunca acabar:

Vivía en Bagdad un comerciante llamado Zaguir. Hombre culto y juicioso, tenía un joven sirviente, Ahmed, a quien apreciaba mucho. Un día, mientras Ahmed paseaba por el mercado de tenderete en tenderete, se encontró con la Muerte que le miraba con una mueca extraña. Asustado, echó a correr y no se detuvo hasta llegar a casa. Una vez allí le contó a su señor lo ocurrido y le pidió un caballo diciendo que se iría a Samarra, donde tenía unos parientes, para de ese modo escapar de la Muerte. Zaguir no tuvo inconveniente en prestarle el caballo más veloz de su cuadra, y se despidió diciéndole que si forzaba un poco la montura podría llegar a Samarra esa misma noche. Cuando Ahmed se hubo marchado, Zaguir se dirigió al mercado y al poco rato encontró a la muerte paseando por los bazares.

“¿Por qué has asustado a mi sirviente? -preguntó a la Muerte-. Tarde o temprano te lo vas a llevar, déjalo tranquilo mientras tanto”.

“No era mi intención asustarlo -se excusó ella-, pero no pude ocultar la sorpresa que me causó verlo aquí, pues esta noche tengo una cita con él en Samarra”.

Me he desayunado con ETA

Son las diez de la mañana. Me he desayunado con la noticia de la bomba de ETA. El objetivo era un cuartel de la Guardia Civil en Durango, continuando con la vieja filosofía de selección de objetivos. Dos guardias heridos leves, pero, como ya sabéis, una bomba ciega, como la de Hipercor, podría haber matado indiscriminadamente a su “objetivo militar” y a sus familiares, esposas y esposos, hijos…

Todavía no he conocido a estas horas del desayuno ningún comentario de la cúpula del PP. Estoy esperando que algún descerebrado achaque a un milagro el que tan sólo dos guardias civiles hayan sido heridos levemente tras la explosión, pero no estaría mal que las fuerzas políticas, de derecha e izquierda fueran tomando posiciones.

De la derecha esperamos que haga un alto en el camino en la utilización de la política antiterrorista en su beneficio, y condene sin paliativos el atentado, sumándose a la trinchera del gobierno, sin adjetivos. De lo que digan, de cómo lo digan, obtendremos pistas sobre si Rajoy piensa hacerle un hueco en lo que queda de legislatura a Ruiz Gallardón (uno de los dirigentes que siempre se ha opuesto a la utilización partidista del terrorismo) o si el espíritu centrista (¿) queda barrido definitivamente por los estertores políticos de la agonizante extrema derecha que codirige su partido.

Y de la izquierda abertzale esperamos lo de siempre. Tienen una ocasión de oro para dejar de amparar política y psicológicamente a los terroristas. Y entre ellos incluyo, como buen test, al conglomerado de izquierda que a punto estuvo de pactar en Navarra un gobierno con los socialistas. No encontrarán mejor ocasión de confesión de intenciones que ésta para despejar dudas, esas dudas que en el PSOE nacional aconsejaron no utilizarlos como incómodos compañeros de viaje hasta las elecciones.

Es un día para retratarse todos.

El lío de las empresas amigas y el interés general

El fútbol nos une y nos separa. A punto está de comenzar la liga galáctica de fútbol, la de las estrellas (se van a estrellar, ya veréis), la de las inversiones multimillonarias en euros. Pero antes hay que jugar un partido decisivo por las retransmisiones televisivas donde se dilucida la mayor tajada del negocio que llaman deporte del fútbol: un partido a cara de perro entre Sogecable (del grupo Prisa) y Mediapro, el grupo multimedia catalán especializado en cine, televisión, márketing y publicidad.

Audiovisual Sport (80% de Sogecable, del grupo Prisa) le niega a Mediapro el suministro de la señal televisiva de los partidos de fútbol de la Liga española que emitía por La Sexta, por una supuesta deuda de 58 millones de euros. Por medio hay acusaciones mutuas de incumplimiento de contrato, pero si la cosa acaba en los tribunales la liga podría comenzar con un apagón televisivo, y se jugaría en el campo a oscuras de los televisores de medio país.

A simple vista parece un lío más entre empresas, pero ya sabéis que el fútbol, como el Barça o como el Madrid, es algo más que deporte. Tan es así que el PP ha decidido pescar en ese río revuelto presentándose como el garante de aquel invento de Álvarez Cascos que entronizó el fútbol como una actividad “de interés general”, en la misma categoría que la salud, la educación o la vivienda. Cierto es que el fútbol despierta un interés bastante generalizado, pero no “es” de interés general, aunque así haya pasado a formar parte ya de ese diccionario exótico que está rescribiendo continuamente el Partido Popular. Pero bueno, la nueva definición, por más que pareciese un disparate a los que manejamos el sentido común, convenía a aquel gobierno de Aznar para recortar el poder de su grupo mediático enemigo.

Y hoy lo vuelve a resucitar. Y lo resucita no para defender, como es norma entre ultraliberales, la empresa privada, sino el “interés general” de los aficionados al fútbol, que suman muchos más votos para las próximas generales (elecciones, por supuesto). ¿Y por qué tanta generosidad? Pues porque ambas empresas en litigio son instrumentos del mal, que dirían el Papa y Bush: el tradicional enemigo Grupo Prisa y el rojo perdido grupo Mediapro, todavía más a la izquierda y del que poco apoyo puede esperar el partido conservador.

El portavoz del PP en el Congreso hizo un alto en el chiringuito de la playa, y entre cerveza y cerveza proclamó al mundo que “el fútbol es de interés general y los ciudadanos deben recibir los partidos de sus equipos por televisión. No se puede consentir que los ciudadanos sean la víctima de la guerra entre dos empresas” (…) “Aquí el Gobierno tiene una ventaja porque las dos empresas son amigas”. Tan acostumbrados estaban en sus gobiernos a mangonear empresas públicas y privadas que considerarían normal una llamada de Zapatero, pongamos por caso, repartiendo la señal y distribuyendo partidos a su antojo, como en tiempos del inefable ex portavoz MAR (Miguel Ángel Rodríguez).

Por cierto, ¿empresas amigas? Un último dato. El País de hoy saca a toda pastilla, a cuatro columnas -todo un lujo-, la noticia de que “Audiovisual Sport suspende la señal del fútbol a Mediapro por falta de pago”. Sorprende que a cuatro columnas se incluya la noticia de un rifirrafe empresarial entre su empresa editora y la competencia, en la misma página en la que ¡a una mísera columna! (lo que se dice un rincón) se da la noticia minúscula de que han empezado las pruebas del acelerador de partículas del CERN, un acontecimiento científico mundial de dimensiones impredecibles.

El último dato que quería aportar a este lío empresarial es que Mediapro es el grupo que promueve el diario “Público” (a la izquierda de El País y su mismo “público” objetivo) de inminente aparición en otoño, y cuyo anuncio de salida es de suponer que poca gracia le habrá hecho a Prisa. ¿Seguro que son empresas amigas? ¿Amigas de quién?

Cosas de la derecha

El PP pide que Zapatero acuda al Congreso de los Diputados para que explique el “caos” de Cataluña, tanto eléctrico como ferroviario como en las carreteras. Es una manera de decir que los populares están de vacaciones, pero vigilantes, aunque sepan que todos los grupos parlamentarios se pondrán en contra de la medida, por oportunista. Sólo habría una excepción, pero es un regalo envenenado. Se trataría de CiU, la derecha nacionalista, que estaría dispuesta a facilitar el debate siempre y cuando la derecha españolista del PP, la que gobernó con Aznar durante ocho años, admitiese de antemano que existe un déficit de inversión crónico en infraestructuras en Cataluña. Algo así como reconocer la “dieta de adelgazamiento presupuestaria” recetada por el PP a la díscola y autonomista Cataluña en sus últimos dos gobiernos de régimen aznarista.

Ruido tan sólo. Como el de Ruiz Gallardón con sus declaraciones a la agencia EFE, volviendo a insistir en que la alcaldía de Madrid, como ya demostró su admirado (¿) socialista Enrique Tierno Galván, no tiene por qué ser incompatible con un escaño en el Congreso. Él quiere ser diputado y alcalde, y lo deja caer ahora, otra vez como en mayo, con la vana esperanza de que sus opositores dentro del partido estuviesen relajados estos días, navegando con las neuronas a remojo.

¿He dicho vana esperanza? Su Esperanza, la Aguirre, ni es vana ni se chupa un dedo. En su carrera personal para postularse como presidenta del partido al primer tropezón serio de Rajoy, no quiere encontrarse con la pierna de Gallardón poniéndole la zancadilla. La versión oficial del entorno del actual alcalde de Madrid es que, como dijo dios en el Génesis, no es bueno que el hombre esté sólo, sobre todo cuando ese hombre es Mariano Rajoy, acosado por toda la fiera fauna de la ultraderecha que le acompaña en su camino hacia la nada, es decir, las próximas elecciones generales. Gallardón quiere ser el contrapeso a la imagen de su jefe, la ilusión óptica de que en el PP existe gente de centro, de la misma manera que el PSOE tiene entre sus filas a gente cristiana y de derechas, gente decente, como debe ser, vamos.

El secretario general del partido, Ángel Acebes, desde Marbella se limitó a echar balones fuera del veraneo, y aplazar el asunto para septiembre, cuando comience la guerra fratricida de la elaboración de las listas electorales: por ahora “los diputados como diputados y los alcaldes como alcaldes. Cada uno debe estar en su trabajo”. Los niños con los niños y las niñas con las niñas.

¡Ah!, pero su enemiga interior, la poca Esperanza que a Gallardón le queda, saltó como un resorte: le quitó importancia al ofrecimiento, como el que se refiere a las obsesiones recurrentes del abuelito, y aportó un argumento más, por si alguien en Génova 13 está considerando la posibilidad de enrolarse en la causa del alcalde: no le hagáis caso a mi niño, no sería posible ni deseable ser alcalde y diputado a la vez porque “de alguna manera se rompería nuestro sistema constitucional”. La presidenta de Madrid ha pronunciado la palabra mágica, inconstitucionalidad. Las puertas, una vez más, han quedado selladas para el faraón hasta nuevo aviso.

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Meditación para hoy: al fin, hoy lunes, a las 12 de la mañana volví a los bancos en los que el otro día intenté, infructuosamente, hacer una donación en una cuenta solidaria con Perú. En dos de ellos “todavía” no tenían ninguna comunicación de sus oficinas centrales sobre ninguna cuenta corriente especial de socorro a los damnificados de Perú. En la tercera entidad bancaria, después de diez minutos de duda y consulta telefónica con sabe dios quién, una funcionaria arrancó un papel del fax y se lo presentó victoriosa al cajero: “Aquí está, acaba de llegar”. Todo ello me ha movido a dos meditaciones que os invito a compartir.

1) Si la ayuda a los damnificados dependiera de los reflejos de los bancos españoles (al menos de determinados bancos y cajas de ahorro que no voy a citar), el dinero acabaría utilizándose provechosamente en lápidas en lugar de alimentos y medicinas.

2) Que hasta las 12 del mediodía, en la ciudad en la que me encuentro, tres de las principales entidades bancarias todavía no hubieran tramitado ni un sólo ingreso de ayuda a Perú me hizo pensar que los efectos de los terremotos son más devastadores cuando las conciencias están de vacaciones.

Solidaridad con Perú

Esta mañana, apenas un día después del terremoto de Perú que asoló la ciudad de Pisco, me acerqué a dos bancos con los que trabajo regularmente y una caja de ahorros. Pregunté, como suelo hacer en casos de grandes catástrofes (hasta para la solidaridad necesitamos los seres humanos la presión mediática que nos empuje) si en alguna de las entidades bancarias se había abierto una cuenta de socorro a los damnificados. Debe ser cosa de las vacaciones, porque en los tres sitios me miraron con la cara de extrañeza reservada para los mileuristas que osan entrar a pedir un crédito. Nadie sabía nada.

A lo mejor también os ocurre a vosotros, pero en estos casos nunca sé muy bien qué hacer, como cuando alguien se cae delante de tus narices y empieza a sangrar, y te mira con esos ojos entre suplicantes y aturdidos, aunque generalmente el mayor aturdido eres tú. Lo único que se me ocurre, ante semejantes catástrofes, después de un buen rato de estupor viendo por televisión cómo lloran, sangran y mueren, es dar dinero, como el señor marqués del cuento que prefiere la caridad a la justicia porque las monedas tintinean al caer en el cacillo del mendigo. Bueno, yo no es que lo prefiera, es que no sé cómo hacerlo mejor.

La primera vez que hice una aportación en un caso semejante, hace de esto muchos años, me sentí en verdad el marqués que hacía sonar las monedas de su caridad. Yo no lo sabía, pero cuando el empleado del banco me preguntó si quería un recibo de la transacción para desgravar, le pedí que me lo repitiera. A ver, me lo repita. Para él se trataba, en primer lugar, de una transacción bancaria, como quien abre una libreta de ahorro a un jubilado. Y entonces se me vino a la imaginación la escena de un médico de urgencias tratando a un paciente accidentado mientras discute con el enfermero el pufo de Schuster y sus galácticos niños bonitos. Yo estaba allí, acojonado por la visión de los brazos y piernas que había visto asomar entre los escombros, y el funcionario me hablaba de los privilegios de la caridad, que hasta desgrava a Hacienda.

El caso es que tragedias como la de Perú, que superan las posibilidades de respuesta locales y que necesitan un rápido aporte de recursos y mayores reflejos por parte de la comunidad internacional, deberían tener prefijada una sección de la Administración, algo así como un fondo de provisión inmediata para las ONGs, donde encauzar la solidaridad, para aprovechar sobre todo los primeros impulsos solidarios, cuando la ciudadanía está todavía bajo lo efectos de las imágenes de la catástrofe y más predispuesta a colaborar.

No sé si es una tontería, pero a mí me ayudaría mucho a no sentirme un marqués cada vez que tengo que preguntar en un banco si alguien se ha acordado de abrir una cuenta solidaria.

No sé si estoy engordando o matando a alguien

Un amigo mío, cocinillas como yo, ha dejado de comprar salsa de soja porque dice que es la culpable de parte de la deforestación del Amazonas brasileño. Y para amargarme la existencia, me pasó varios informes en los que se denuncia que casi un millón de hectáreas de selva amazónica han sido taladas para poder hacer frente a la demanda mundial, sobre todo europea, de la soja, cultivada en explotaciones clandestinas e ilegales donde se emplea trabajo semi esclavo, con la consiguiente contaminación de las aguas en los procesos de cultivo y la inevitable expulsión a la fuerza de poblaciones nativas.

Me fui a la nevera y me quedé mirando a mis tres botellitas de apariencia inocente, casi como tarros de colonia… ahora del sospechoso color de la sangre coagulada. Me jodió bien jodido. Mi soja china, fuertemente salada y ligera, mi soja japonesa, más compleja, de aromas ahumados profundos, mi salsa europea fabricada en Holanda, dulce, especiada, ideal para acompañar en reducción a un foie fresco a la plancha, todas ellas eran culpables, como los diamantes, de un comercio asesino, responsable de la desaparición de buena parte del pulmón de oxígeno del planeta. Luego supe que el gobierno brasileño, en un convenio con los grandes productores y comerciantes, ha puesto fin a esta explotación suicida, y volví a mirar a mis tarritos de salsa con los ojos de la ingenuidad. Hasta el siguiente sobresalto.

Y es que, con la globalización de la economía, nunca sabes si estás consumiendo un inocente producto o con ello estás poniendo en peligro la vida de alguien. Fijaos lo que ha ocurrido con millones de juguetes de Mattel procedentes del extremo oriente, en cuyas pinturas se utilizaba más plomo que en los cañones de Irak, esperando a que millones de bebés se los llevasen a la boca y acabaran poniéndose azules de saturnismo, una enfermedad que ya da miedo desde el nombre mismo.

Y como los sobresaltos no vienen solos, el otro día consulté con el fabricante de mi coche si había que hacer alguna manipulación al motor para poder utilizar biocarburante. Lo anuncian en la gasolinera cercana a mi casa, es más barato, y no proviene del petróleo. Porque, a falta de otro dios, creo que sólo la Tierra, en el estado actual de la tecnología, puede asegurar el futuro de la especie y de la vida que todavía nos rodea. Sé que ni las iglesias ni las mezquitas ni las sinagogas son necesarias para la vida futura, que el más allá sólo está asegurado si conservamos lo que queda del Amazonas, o si mantenemos a raya el agujero de ozono de la atmósfera, la contaminación, el cambio climático… Así que, cuando ya estaba dispuesto a dar los pasos necesarios para convertirme en un consumidor de biodiésel responsable resulta que eso, precisamente eso, era una forma más de consumo irresponsable. Vapordiós.

Sí, vapordiós. Porque si, gracias a nuestras necesidades de petróleo, estamos apuntalando regímenes autoritarios (Venezuela, Rusia) o simplemente conculcadores de los más elementales derechos humanos (Guinea, Arabia Saudí, Irán y demás compaña), además de tapizar la atmósfera de CO2 y contaminar todas las aguas del planeta, la aparición de una contrapartida “biológica”, es decir limpia, respetuosa con el ciclo de la vida, como los biocombustibles procedentes del maiz, sorgo, remolacha, caña de azúcar, y otros cereales, parecía que podía aplacar nuestras conciencias de consumidores compulsivos.

Pero no. Los ecologistas ya nos están avisando de que aquí hay gato encerrado. El cambio de consumo está a punto de provocar un cambio mayor de consecuencias impredecibles: la sustitución de los cultivos tradicionales por los señalados antes, lo que podría provocar un alza en los precios de productos básicos (como ocurrió el año pasado en México, con el alza insoportable para las economías familiares del precio de las tortitas de maiz) y, lo que es peor, extender una suerte de monocultivo enfocado a producir combustible para nuestros coches, con la consiguiente pérdida de la biodiversidad.

La Federación Gallega de Panaderos acaba de denunciar que la compra “masiva” de cereales para transformarlos en biocombustibles es una “amenaza” que podría retrotraernos al problema vivido en México, pues el precio del trigo, por la necesidad de acudir a comprarlo fuera de España, sobre todo a Francia, se ha disparado en un 66%. Así que estamos a punto de que el bocata de calamares (con lo caro que está el pescado) pase a ser un capricho al alcance tan sólo de ricos jeques del petróleo.

Quedamos avisados. El Instituto de Ciencia y Tecnología del Medio Ambiente de la Universidad de Barcelona acaba de remachar el clavo con un informe en el que se afirma que el uso de biocombustibles conlleva “un impacto negativo tanto económico, social, como medioambiental”.

Así que como me van a dar por donde comienzan los cestos y se enhebran las agujas, sea cual sea la determinación que tome, voy a dedicar un rato a meditar si prefiero que se haga inmensamente rico un agricultor de Cuenca o seguir engordando la cuenta corriente del bandarra de Brunei, el de los 500 Rolls Royce.

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Meditación para hoy: Meditad todos conmigo si es mejor que se haga inmensamente rico un agricultor de Cuenca o que sigamos engordando la cuenta corriente del bandarra de Brunei.

Su reino es de este mundo

Creo que una de las razones del éxito del radicalismo cristiano de los últimos años, comenzado por Juan Pablo II y continuado con mayor energía, si cabe, por su gran inquisidor Ratzinger, ya Benedicto XVI, es la reacción y contrapeso a la pujanza misionera de los países islámicos. Y digo bien países islámicos, mucho mejor organizados y cohesionados por su religión, como común denominador, que los cristianos. Reunidos en un bloque más o menos homogéneo dentro de la Organización de la Conferencia Islámica (OCI), forman parte de ella 57 países, de los 251 soberanos del planeta.

Ya el hecho de definir un país como islámico, es decir, donde la doctrina religiosa del Islam es la ley misma o su inspiradora, retrotrae a esos países al estado mental, social y económico de la alta edad media, en la que imperaba la verdad revelada de los dioses (falsos, como bien sabéis), administrada sabiamente por sus sacerdotes. A este lado de la trinchera, el santo Josemaría Escrivá (antes Escriba) suspiraba por estar al frente de una comunidad de fieles con la “fe del carbonero”, que, en la escala de valores de un marqués que soñaba en vida con la santidad, era algo así como el escalón más bajo de la sociedad. Las religiones los prefieren carboneros, incultos, de fe ciega, que son los que ya no tienen nada que perder pero mucho que ganar, y a los que es fácil convencer de que un cinturón de explosivos adosado a la cintura puede catapultarles al paraíso. En trozos pequeños, pero directamente al paraíso.

Lo malo es que en los países cristianos quedan pocos carboneros, mientras que en los islámicos, la mayoría de ellos los más pobres de la Tierra, todos son carboneros, cuando no simplemente carbón mismo. El perfecto caldo de cultivo para los salvadores. Mientras la iglesias cristianas se despueblan, las rebosantes madrasas y mezquitas de todo el mundo se radicalizan.

Ayer, por ejemplo, en Yakarta, la capital de Inonesia, uno de esos estados donde se gobierna mediante la ley islámica, la sharia, se reunieron cerca de 100.000 personas para pedir el establecimiento del gran Caifato mundial que unifique a todos los países islámicos ¡incluido España! Yo imagino la envidia del Vaticano ante noticias como éstas, admirado quizá de la habilidad de sus colegas vendedores de dioses para extender su producto por todo el mundo con éxito tan certero, incapaz de detener la sangría de fieles incluso en sus propios territorios históricos, donde los carboneros de América, de norte a sur, son seducidos por los talibanes de las iglesias evangélicas.

Por eso, episodios como éstos me hacen pensar que la radicalización lenta pero progresiva de los católicos, desde Polonia a España, está siendo animada por los departamentos de imagen de la Curia romana, como la única estrategia posible contra la invasiva radicalización islámica y de las iglesias evangélicas, dueñas de poderosas cadenas de radio y televisión, a falta de capillas sixtinas, que están depredando su territorio.

A este lado de la civilización nos puede parecer ridículo, cómico y trágico que una iglesia pretenda imponer su criterio a toda la sociedad en contra del divorcio, el aborto, el matrimonio homosexual, la asignatura de Educación para la Ciudadanía… Pero toda esta carga ideológica, transportada en el tiempo, en un salto atrás de siglos, a ese lugar nebuloso y medieval al que los curas talibanes de toda laya les gustaría confinarnos, y en el que se encuentran la mayoría de las repúblicas islámicas o los habitantes de algunos estados de la América profunda, esa ideología retrógada cobraría entonces una lógica rotunda, la que justifica la fe en seres mágicos como un principio superior al de la razón.

Y por si alguien piensa que es mejor, en todo caso, el radicalismo de Rouco, Ratzinger y Cañizares que la amenaza del califato panislámico propuesto ayer en Yakarta, no tiene más que entrar en una biblioteca y repasar la historia del cristianismo y de cómo el emperador Constantino nos convirtió a media humanidad a su fe, a golpe de hostias, de torturas y a cristazo limpio.