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¿Me firma aquí, doña Imelda?

Hoy, Mariano Rajoy encabeza una mesa petitoria, al viejo estilo de las damas de la Cruz Roja, para escenificar la definitiva pérdida del sentido de Estado por parte del partido que preside. Tras haber hecho el ridículo anunciando un mecanismo inconstitucional para pedir un referéndum sobre el Estatuto de Cataluña, ensaya ahora una parodia de recogida de firmas, para que contestemos a una pregunta sencilla. ¿Considera usted conveniente, doña Imelda, que España siga siendo una única Nación en la que todos sus ciudadanos sean iguales en derechos, obligaciones, así como en el acceso a las prestaciones públicas? Y doña Imelda, que está ya un poco teniente, le contestará que es mucho más guapo en persona que en la tele, y que gracias por el bolígrafo, hijo, porque así se lo llevo al nieto. Y Mariano, conmovido, le prenderá una banderita con una gaviota en la solapa, por patriota.

La Iglesia tiene dificultades

El presidente de la Conferencia Episcopal Española declaraba a Iñaki Gabilondo en una entrevista en televisión que la Iglesia en España “encuentra dificultades para propagar el Evangelio”. Vamos a ver.

El número de parroquias no baja de 23.000. Hay casi 20.000 curas seculares de los que el 40% están jubilados. Según la Conferencia Episcopal Española somos (es que a mí también me incluyen) 34 millones de católicos. Cuenta con seis universidades, 25 colegios mayores o residencias de estudiantes, 33.440 profesores de catolicismo en todo el sistema educativo -casi la mitad, 15.600, en la enseñanza pública-, un millón y medio de alumnos estudian en sus más de 45.000 aulas, tiene 80.900 profesores en preescolar, primaria, secundaria, bachillerato y universidad, 280 museos, 130 catedrales o colegiatas y casi mil monasterios.

¿Y tienen dificultades para propagar el Evangelio?

¿Pero tan grande es?

¿Mienten sus señorías?

El jefe del primer partido de la oposición, en su ejercicio de la sana vigilancia de la Administración del Estado, acaba de llamar «bobo solemne» al presidente del gobierno. Se le calentó la boca, bien es cierto, después de que ZP le hubiese sacado de quicio con la acusación falsa de que la oposición hace «patriotismo de hojalata».

Y reconozcamos que ahí Zapatero se pasó (cuando no tiene razón, se le niega), porque desde lejos se ve que los del PP no son de hojalata y ni mucho menos patriotas. De hojalata eran mis juguetes en la infancia, y a mí me parecía un material noble; por lo tanto, descartado. Patriotas tampoco parece un epíteto adecuado, visto lo que va diciendo Aznar de todos nosotros por el mundo.

Claro que llamar solemne al presidente, cuando él mismo consiente que le llamemos ZP, también parece falso. Sólo lo de bobo es un insulto.

En conclusión, que mienten más que insultan.

¿Lo del Prestige no era serio?

Querido hijo: tú que estuviste cuatro días recogiendo chapapote en la marea negra provocada por el hundimiento del Prestige, y agravada por la incompetencia del gobierno de Aznar; tú que arrastraste a varios amigos a un largo fin de semana solidario para que los efectos del fuel oil fueran menores para las vidas e industrias de los habitantes de la costa gallega; tú que sufriste después un proceso alérgico de varios meses, tanto en las vías respiratorias como en la piel, por el contacto con aquella peste negra; tú que te volviste sin recibir el agradecimiento del gobierno porque en aquellos momentos estaba ocupado en la caza mayor; tú, querido hijo, habrás de saber que el entonces vicepresidente, «El señor de los hilillos» como le llamabais jocosamente, acaba de decir que ya no hay que hablar de eso, que «hay que hablar de cosas serias». O sea, que eres un capullo, hijo mío.

Naranjas de la Chi-na-na

He leído que, como consecuencia de los acuerdos firmados entre España y China, en diez años podremos vender al gigante asiático cítricos por valor de 660 millones de euros. En tiempos de la autarquía (cuando un estado intenta subsistir exclusivamente con los recursos propios) Europa se comía nuestra variedad Navel, naranjas grandes como melones, dulces, seductoramente presentadas en cajas-bombonera, mientras que el mercado español debía conformarse con ácidas naranjas de estrío o de calibre inapropiado para la exportación. La necesidad de divisas obligaba al sacrificio. Pero el ayer podría repetirse: si el ritmo creciente de la demanda de las economías asiáticas hizo triplicar el precio del petróleo en tres años, ¿podría pasar lo mismo con nuestras naranjas? ¿Serán tan caras que en los próximos cumpleaños diremos aquello de «naranjas de la Chi-na-na te voy a regalar»?

La segunda transición

Creo detectar que medio país está pasando del estado de cabreo al de asco generalizado. El problema es que nuestro asco sólo es bueno para el agresor y muy malo para el agredido.

Un amigo me consuela con que esto que nos está pasando es estupendo para España: el pus nos da mucho asco cuando sale, pero sólo sanamos cuando se libera. Es decir, todo lo que nos callamos y perdonamos en la Primera Transición está aflorando en forma de pus en esta Segunda. La primera fue posible porque la Iglesia montaraz y la extrema derecha fueron amortiguadas por el centro político y la Iglesia de monseñor Tarancón. La izquierda, los hijos de los represaliados, torturados y asesinados tras la guerra civil, aplicó generosamente una tirita antiséptica al grano, pero dejó dentro el pus.

Ahora, por fin, el pus está saliendo. No os preocupéis, cuando lo limpiemos, volveremos al estado de sosiego.

De Madrid al prostíbulo

Madrid, donde vivo, es una ciudad incómoda, en la que su alcalde, Alberto Ruiz Gallardón, que quiere pasar a la Historia por el método faraónico de la obra pública gigantesca, ha puesto la ciudad patas arriba, con un desprecio absoluto para la flora (decenas de miles de árboles talados) y la fauna (la que vivía en esos árboles y la que circula penosamente en coche y por las aceras, sorteando manifestaciones, zanjas, grúas y vallas). La ciudad de Madrid, donde vivo, está gobernada por un alcalde de derechas tan caótico que la gente de izquierdas cree que es de centro y la gente de derechas le reprocha ser de izquierdas. Y por si fuera poco, se adorna con Ana Botella como concejal, quien considera que el problema de su ciudad es el estatut catalán y no el caos, la misma que amenaza con hacer de Madrid un lugar «incómodo para los clientes de las prostitutas». Y yo me pregunto, ¿es que los puteros todavía están cómodos? ¿Dónde hay que apuntarse?

¿Acaso quieren pelea?

El PP no quiere que el estatut de Catalunya llegue a ser debatido en el Parlamento. Tampoco quiere que se hable con ETA (ya no digamos negociar) para lograr el desarme de la banda terrorista.

El PP parece tener una aversión patológica a parlamentar. Es lo que tiene el poseer la verdad absoluta. Y no quiere porque podría aprobarse civilizadamente un estatut y todos los estatutos que vengan después, sin que España se rompa, o de las conversaciones con ETA podría surgir la paz definitiva. Y eso es bueno para España, pero parece que es malo para el humor visceral del PP.

Sus mayores, cuando rompieron España lo hicieron tan a conciencia que tardamos cuarenta años en unirla nuevamente, tras mantenerla ellos falsamente pegada a sangre y fuego.

El único pegamento duradero que une España (me gusta la palabra España, tan secuestrada por la derecha) es el Parlamento. Si no quieren parlamentar, ¿acaso quieren pelea?

La calentura de los clérigos

La gente se extraña de que el imán de una mezquita de Lleida se haya negado a ser entrevistado por una periodista de televisión maquillada. Dice el clérigo que lo ha hecho para evitar tentaciones. Y es que la gente pensaba que era privativo de los curas cristianos esto de ver a la mujer como fuente de la perdición del hombre, el rey de la Creación.

Siempre me ha intrigado esta calentura enfermiza de los clérigos, algo que le llevó a decir a San Agustín: «nada hay tan poderoso para envilecer el espíritu de un hombre como las caricias de una mujer». El velo ha de cubrir la cabeza de la mujer islámica para que el hombre no arda en deseos, y no faltan voces en la Iglesia católica que exigen que la mujer no pueda comulgar sin el velo.

Quizá por ello una invitada del Papa en el sínodo de los obispos acaba de pedir que se separe nuevamente a niños y niñas en la escuela. No sabemos si en previsión de la calentura de los adolescentes o de la de sus profesores.

Otro mensaje en las cajetillas

Dentro de poco tiempo, en casi todos los lugares públicos cobijados por un techo estará prohibido fumar. Sólo podrás echar un pitillito mientras apacientas las ovejas o en el trayecto de desierto que media entre dos oasis. Ni tu despacho privado queda libre de la prohibición.

Y todo por culpa de esta pasmosa facilidad del ser humano para acostumbrarse a convivir con el peligro. L os avisos de riesgo de muerte de las cajetillas ya no surten ningún efecto, por repetitivas. Y no hay gobierno del mundo que se atreva a prohibir el tabaco. Por dos razones: porque no puede renunciar a recaudar los impuestos que genera, y porque su prohibición total provocaría un problema de orden público de parecida magnitud a la ley seca de la Norteamérica de los años veinte.

¿Por qué no envolvemos las cajetillas con fotografías de pulmones podridos, corazones reventados, o caras deformadas por la parálisis cerebral?

Es una idea. Jodida, pero una idea.