Cada vez creo en menos cosas Un foro para pensar en lo divino y en lo humano

Archivo de marzo, 2010

¿Cuánto nos deben los del PP?

Mi particular equipo de investigación ha descubierto el plan secreto del PP para superar el déficit público y acabar así con la crisis económica: las cuentas del Estado quedarán niveladas cuando devuelvan los millones de euros que sus militantes han distraído de las arcas públicas.

Para empezar, para hoy se espera (¡esto es un sinvivir!) la decisión del juez instructor del caso Matas en relación a la aceptación de imponer una fianza al ex president por valor de tres millones de euros. Cuando conozcamos lo que queda del sumario Gürtel, dentro de pocos días, sabremos al fin la fortuna que podemos ingresar en Hacienda en concepto de fianzas multimillonarias.

Para empezar, al ex alcalde de Boadilla del Monte el Tribunal de Cuentas le pide que devuelva medio millón de euros repartidos entre sus amiguetes. Y falta Aznar. El mismo tribunal está investigando su intento de comprar, infructuosamente, la famosa medalla del Congreso de los EE.UU. Serán 2,3 millones más a devolver. Suma y sigue.

En verdad que sólo con lo que nos debe el PP salimos de esta penuria.

¿Quién tira la primera piedra?

El Papa Ratzinger dice estar muy preocupado por los casos de pederastia entre sus sacerdotes. Bueno, conociendo el lenguaje vaticano, lo que en realidad quiere decir es que está preocupado porque hayan salido a la luz los miles de casos de delincuentes pederastas que engrosan las filas del clero.

Por ello dedicó una carta pastoral a su iglesia de Irlanda, evitando convenientemente referirse a los casos detectados en su Alemania natal, en los que su querido hermano podría estar involucrado, al menos por malos tratos. Eran disculpas con la boquita pequeña, como todo en aquel minúsculo país.

Pero no habían pasado ni horas veinticuatro cuando el farsante de Roma matizaba los delitos de sus pupilos con la frase evangélica de “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”.

Oculta hábilmente el ex nazi que lo que Jesús quería evitar era que lapidaran a una mujer, la verdadera víctima, hasta la muerte, mientras que sus sacerdotes, a punto de ser lapidados por el brazo laico de la ley, son los victimarios. Tanta teología para adolecer de tan poco sentido común. O tanto cinismo para confundir las víctimas con los verdugos.

El mérito de ser víctima

La pasión del PP por la sangre empieza a ser enfermiza. Lleva dos legislaturas utilizando sin pudor a las víctimas del terrorismo en un claro intento de hacer coincidir, en la conciencia de los ciudadanos, a los terroristas (11-M y ETA) con el gobierno socialista. Es la más rastrera utilización del sentimiento de dolor de sus congéneres, pero en su calvario hacia Moncloa parece ser que vale todo.

En su momento manipuló para su causa el dolor de Irene Villa y su madre, víctimas de un atentado de ETA. Por eso a nadie extrañó que, años después, otra víctima de la violencia (esta vez machista), Jesús Neira, aceptase la presidencia del Observatorio de la Violencia de Género de Madrid ofrecida por Esperanza Aguirre.

Ahora le toca el turno al padre de la niña Mari Luz, Juan José Cortés, nombrado asesor del PP en materia de Justicia para la reforma del Código Penal. ¿Su mérito? Ser víctima. Una foto tan sólo, burda propaganda, una nueva banalización del papel de las víctimas.

¿A qué juegan nuestros chicos?

Las viejas generaciones de españoles jugábamos en nuestra infancia con un ordenador de papel que se llamaba “cuaderno de recortables”, que servía para vestir el dibujo de un muñeco con todo un fondo de armario que coloreábamos con lápices de colores. Tijeras en mano, podíamos vestir a nuestros pequeños héroes de aviadores, princesas, soldados, pilotos de carreras…

Hoy, las Nuevas Generaciones (del PP), con su presidente a la cabeza, juegan a los pilotos de carreras borrachos en autos de verdad, porque “¿quién te ha dicho a ti las copas de vino que yo tengo o no tengo que beber” antes de ponerme al volante?

Ponen en peligro la vida de los demás innecesariamente, pues parece que no se han enterado de que en su partido ha vuelto la moda de los recortables. Tomas la cara del muñeco, y sin correr ningún peligro que no sea pincharte con las tijeras, lo vas vistiendo según la moda del día.

Ayer, por ejemplo, veíamos a Rajoy en una fábrica, con bata blanca de encargado, que no de currito, que aún hay clases. Y ya hace tiempo que están haciendo furor sus vestiditos de desempleado para jugar a las colas del paro, o el uniforme de besador de niños rubitos en un mitin.

Deberían volver a los recortables los chicos de las Nuevas Generaciones, con borrachos de papel, a poder ser, y líderes de mentirijillas, en lugar de jugar con nuestras vidas.

¿El robo es contagioso?

El reciente terremoto sufrido por Chile, además de servir para comprobar la fragilidad de los edificios y de los puentes, ha valido para constatar, una vez más, la inestabilidad de eso que conocemos como comportamientos humanos.

Tenemos ejemplos históricos de disturbios colectivos que se van alimentando por contagio, como las noches de cristales rotos e incendios de automóviles en Francia, o el comportamiento incontrolado de los tifosi que se funden en la masa como un solo animal capaz de arrasar un campo de fútbol.

En Chile, a las pocas horas del desastre, con las neveras todavía repletas, nubes de saqueadores asaltaban los comercios, como si se hubiese dejado en suspenso el Código Civil. No era el hambre, sino que se habían derrumbado también los principios morales que impedían el robo.

Nada es más contagioso que el latrocinio, como bien saben en los partidos políticos. Como en Unión Mallorquina, por ejemplo (por no hablar de la trama Gürtel del PP), donde algunos de sus miembros más destacados parecían vivir en medio de un terremoto, lanzados frenéticamente al saqueo de las arcas públicas, amparados en ese anonimato que tanto favorece la pertenencia a un grupo que se mueve con el mismo afán.

Uno sólo es un delincuente que transgrede las leyes. Pero muchos al mismo tiempo creen tener la suficiente fuerza moral como para cambiar las reglas del juego, hasta hacer de la delincuencia virtud.