José Ángel Esteban. Señales de los rincones de la cultura. Y, por supuesto, hechos reales.

Derrotas excepcionales

Empiezo una novela y me encuentro con esta cita:

«Las derrotas han de salir a la luz, y no ocultarse, pues son las derrotas las que nos hacen personas. Aquel que no llega a entender sus derrotas no aprenderá nada para el futuro»

Es de Aksel Sandemose, un sueco, y precede a El cerebro de Kennedy, el último título de otro sueco, Henning Mankel, el hombre de la saga Wallander, que maneja todos los elementos del género criminal, pero con sutileza sueca: psicópatas, por ejemplo, aunque más melindrosos que exhibicionistas; conspiraciones políticas, desde luego, pero con más fondo que glamour; xenofobia reprimida y poder encastillado y secreto pero sin vocación de dominar el mundo y mucho, mucho tiempo para observar, calibrar, mal dormir y sentir el peso abrasivo de la soledad. En Mankell, en Wallander, hay más enfermedad que sangre, más miedo que disparos, más crisis de familia y de sociedad y de seguridad que cosmopolitismo de consumo; más bosques que interiores de lujo, más papeles que derroche científico forense. Muy poco, en suma, de las fórmulas que acostumbra a vender el ultimo thriller cinematográfico y televisivo y mucha paciencia de termita para entrar en las carcasas de un cierto modelo europeo que se desmorona. Y, sin embargo, tiene versión audiovisual, toda una serie que han programado los canales digitales y que se puede encontrar en dvd. El cerebro de Kennedy no tiene a Wallander pero tiene todos los aromas de su creador.

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Ahora ha decidido salir a la luz. Tenía 11 años y rastreaba cada día las calles de Kabul desde la cuatro de la madrugada para buscarse la vida. Vestido de hombrecito echó horas en zanjas, acarreó ladrillos en la construcción, limpió estiércol en una granja. Creció, se ganó la vida, ayudó a su familia a salir adelante. Durante diez años un pañuelo le tapaba el rostro para esconder las cicatrices que un obús le dejó de firma. Pero el pañuelo ocultaba, además, su verdadera naturaleza. Fue hombre para poder sobrevivir. Ahora, con 21 años, Nadia Ghulan, quiere quitarse el pañuelo y el resto de disfraz para mostrar su cara de mujer. Una nueva cara lejos de su cruz. Ha llegado a España para operarse, reconstruir su aspecto y su ser. «Se que cuando vuelva a mi país, como una mujer se me habrán acabado los derechos que he tenido pareciendo un hombre. pero yo soy una chica y quiere ropa de chica. No quiero seguir caminando como un chico, porque no lo soy». Así que no es Mulan, ni la monja Alférez, ni una dama enamorada, (ni, al revés, Tootsi o Con faldas y a lo loco) pero Shakespeare o Lope de Vega habrían hecho maravillas. El hombre que diseñó el arte nuevo de hacer comedias, por ejemplo, escribió 460 comedias y en 113, casi una de cuatro, había disfraz varonil para que las mujeres pudieran conseguir sus deseos. Claro que en esas obras, al final, el enredo erótico, el juego entre lo prohibido y lo admitido, el equívoco desvelado se premiaba con la risa ( «porque a veces lo que es contra lo justo/ por la misma razón deleita el gusto»). Nadia Ghulan se jugó la vida para tener derecho a ella, y su final feliz depende de una suscripción popular.

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En 1981 yo tocaba el bajo en un grupo de corte moderno, de la movida. Una tarde, después del ensayo, llegué a casa y encontré a un amigo que había llegado de visita a la gran ciudad. Habíamos pensado patear garitos, ver conciertos, una exposición, amanecer. Pero éll estaba pegado al transistor escuchando ráfagas de ametralladora. Ese día dejé de ser músico y volví a ser sólo periodista. Amanecimos frente al Hotel Palace con miedo a una derrota histórica.

Ahora, 25 años después, La Movida triunfa definitiva, institucional. Es historia. Poder. Hay quien dice: votos, o estirar la cuerda, mascar un chicle escupido, alcanfor. Un macroacontecimiento, dice el consejero, que no sabe donde está el número 14 de la calle de la Palma. Historia congelada. Presupuesto. Herencia.
Torpe, nunca me quedo donde hay que estar.

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En Segovia, en Sevilla, en Madrid, en Barcelona, los pequeños acontecimiento se hacen regla, pero siguen siendo la excepción. Después cuando llega cualquier día todo lo que ofrecen desaparece derrotado por lo que los hace excepcionales..

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