El cajón de los calcetines de correr

¡Cómo ha evolucionado! ¡Qué cantidad de cosas se pueden saber mirando ese amasijo de tejidos que siempre acaban perdiendo su natural desorden! Antaño tuve un cajoncillo en un aparador, bajo las órdenes de la Flora, donde los calcetines iban doblados en apaisado, por la mitad. En aquellos 80 los calcetines eran de un algodón basto, de gran acolchado, con ese par de líneas roja y azul que suponen para muchos la esencia del puesto de la gitana, en el mercadillo o en la misma calle. Sólo el cuidado de una madre los lograba mantener a base de lejía y suavizante mimosín y no se convertían en áspera lija. 

Vuelvo de vez en cuando la vista al cajón, en realidad casi todos los días, a oscuras o a media tarde, y veo cuánto hay de guardado y de nuevo. Una brújula para evitar perderme en medio de la nieve como aquel día que cruzábamos de Segovia a Cercedilla con Zanoni, Guille Yerbajo, Mortadelo y algunos más que cayeron por el camino; un chip en propiedad, casi de las primeras cosas que compré en Holanda, una adquisición de 12 florines (7 pavos de los de ahora) de 1999 y que he paseado por Davos, Rotterdam, Amsterdam, Madrid o decenas de carreras -que no se me olvide para las 6h de BCN; los calcetines más usados del planeta, esos Kalenji que Decathlon vende inundando las carreras de cada uno, primero en blancos y negros, ahora en naranjas, azul, rojo (rojo satánico antilavadoras, color de moda últimamente).

No falta un carné de subscriptor de corricolari, una reserva de vueling para este mes que viene participar en las 6 Horas nocturnas… ¿en realidad ha pasado tanto el tiempo? ¿No estamos hablando de las mismas cosas de siempre? Antes eran imperdibles, ahora son chips. Antes, algún dorsal retirado para aquellas mañanas de noviembre en Moratalaz; ahora, Xtremes, trails, ultras.

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