Ayer os comenté mi intención de acercarme al hotel Miguel Ángel a ver a Ruiz Gallardón con motivo de la presentación del libro de su prima Mabela Ruiz-Gallardón. Un imprevisto me hizo desviar la atención de fisgar en profundidad a Don Alberto y su extensísima familia. Jaime de Marichalar, Presidente de la Fundación Axa Winterthur, estaba en el acto. Tenía muy buen aspecto. Cojeaba menos y en su engominado pelo, algo más largo, peinado por completo hacia atrás, no había ni una cana. Me acerqué a él y le pregunté por las vacaciones con sus hijos en… ¡Ávila! Un cruce de cables comprensible. Me puse nerviosa ante tan egregia presencia. No me besó la mano como a otras damas pero se mostró muy correcto: «Yo no contesto preguntas, lo siento muchísimo». Lo de Ávila le debió de hacer bajar la guardia. Ha sido la Infanta quien se ha llevado a los niños a las procesiones, donde se mostraron aburridísimos. No hay nada más triste que las procesiones castellanas. Si hubieran ido a la casa de Granada donde estuve yo se lo habrían pasado muchísimo mejor. El caso es que la segunda pregunta tuvo respuesta: ¿Es cierto que la Infanta Elena y usted, Don Jaime, se están divorciando? Me miró con una mirada muy noble -a 20 centímetros tiene cara de buena persona-, y ahí sí que se soltó: «No me estoy divorciando, yo no me estoy divorciando». Pues muchísimas gracias, Don Jaime. Si no se bebió unas copas después y soltó la lengua con otros, creo que esto es una exclusiva.
La autora del libro, Mabela Ruiz-Gallardón, se parece a su prima lejana, Cécilia Ciganer, la ex de Sarkozy, aunque no la conoce. Está muy vinculada a Extremadura, la tierra natal de la protagonista de su novela-ensayo histórico, la noble pacense, Juana de León, casada con Harry Smith, un oficial de las tropas que el Duque de Wellington dirigió en apoyo de los españoles.
A Gallardón no le estreché la mano. La da tan fuerte que te la destroza. Aunque en una ocasión la que se la hizo fosfatina fui yo. Llevo una pulsera de plata del año 42, hecha con dos duros de plata. La hizo un republicano en la cárcel y me la regaló mi abuela. Una vez, cuando le hice una entrevista al alcalde lo que apretó no fueron mis débiles muñecas, sino la histórica pulsera, que me protege. Los metacarpianos fastidiados fueron los de Don Alberto, el edil paracaidista y motero.
PD:
Cuando digo triste, me refiero a la solemnidad y a la seriedad y trascendencia que transmiten. No son precisamente un espectáculo para niños muy pequeños. La de Valladolid es impresionante. La imaginería castellana es maravillosa. Perdona Constantine si me he explicado mal.