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Alaska, ¡vaya caída!

¡Qué jaleo! Basta que saque un post sobre un concierto para que, acto seguido, me surja otro. Ley de Murphy pura y dura, no cabe otra explicación.

Si en el tema anterior os contaba como un fan asaltaba a Britney Spears en pleno concierto, ahora tenemos a la gran Alaska con una pérdida de equilibrio bastante dolorosa… y también en directo. Cómo está el patio.

Leo en Jenesaispop que se trata de un concierto de Fangoria del pasado sábado en el palacio de los Deportes de Madrid y que la caída le ha traído unas cuantas críticas. Por eso quiero romper una lanza en favor de esta artista. Aunque su música no es del todo de mi devoción, hay que reconocerle su espectacular e intachable trayectoria. Y digo esto porque he leido por ahí que si «estaba perjudicada»… lo de siempre. Mira que gusta tirar porquería. Es deporte nacional.

PD: Alaska no será ni la primera ni la última que se cae en un concierto. El mejor escribano echa un borrón, ¿no? Se cae, te ríes, porque es inevitable, y ya está. Este tipo de situaciones no deberían sobrepasar lo cómico.

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El salto no salió según lo previsto

‘Pa habernos matao’. He encontrado un vídeo bastante reciente en Liveleak que, como se dice vulgarmente, me los ha puesto de corbata.

La voz de los amigos que estaban grabando lo dice todo. Ese «¿estás bien?» tembloroso demuestra que no es la típica frikada preparada para colgar en Internet. Por lo que se ve, el chico llevaba tiempo ensayando con tan mala suerte que, justo el día en que le van a grabar, se pega el ‘rijostio’ padre.

PD: La verdad es que no le guardo mucho cariño a las bicicletas. Una vez, cuando era pequeño, me tiré por una cuesta sin darme cuenta de que los frenos estaban rotos y la cosa no acabó demasiado bien, pero es una larga historia que merece un post aparte. Un día de estos os la cuento.

PD2: Os dejo con algunos de mis favoritos (más antiguos) en la Red relacionados con la bicicleta. El último es mi debilidad.

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¿Qué pasó con Iván tras su accidente?

Se veía de lejos que este chico tenía alma de becario. Metía la pata una vez detrás de otra. Daba la nota en la academia de OT, insultaba cruelmente a la chiquilla que ganó (Virginia o Labuat, como más os guste) y, para colmo, se piñó en un concierto en directo el pasado verano (si alguien aún no lo ha visto, que lo dudo bastante, no seré yo quien se lo niegue).



Con ese curriculum en 2008 yo sabía que las iba a pasar ‘más putas que Caín’, como se dice vulgarmente. Pero él debía ser más optimista.

De hecho, en noviembre lei que «posiblemente» le viéramos en alguno de los dos grandes musicales que estaban por llegar, «La Bella y la Bestia» o «Fiebre del sábado noche» (que se estrena ya), pero no le he visto en el reparto de ninguna de las dos.

¿Dónde estás, Iván? La verdad es que el concurso lo seguí a medias. Recuerdo que me caías muy mal, pero claro, ahora, a toro pasado… podíamos echarte un cable y relanzar tu carrera desde mi blog. Desde la gira de OT y alguna cosilla que sonaba que ibas a hacer con Jesús Vázquez en Telecinco de no sé qué de las décadas o los mejores años… ni rastro. Cántame algo bonito a ver si me hago famoso y me ligo a Eva. Además, ¡qué narices!, que no eres el único que se la pegó en un concierto: Madonna, Beyoncé… a los más grandes también les pasó.

PD: Que los fans de Iván no se ofendan, que el post está hecho desde el cariño.

Oliver Goldsmith

«Nuestra mayor gloria no está en no haber caído nunca, sino en levantarnos cada vez que caemos».

PD2: He leido que hay rumores de que podría ser uno de los participantes de la próxima edición de Supervivientes, aunque esto ya tendría que preguntárselo al gran Gus, que es el que más sabe de televisión del mundo (aunque el prefiere que le llamen genio). Por lo visto, Iván se agarra unas pataletas del copón (como cuando Risto elogiaba a Virginia) cada vez que no le cogen en un casting. «He oído que echa pestes de los seleccionados; no cae demasiado bien en el mundillo», me dice.

Brutal caída por no perder el bus

Ya que muchos queréis saber más de mí, y aunque se avecine un nuevo encuentro digital, os voy a contar una historia personal que no tiene desperdicio. De hecho lo recuerdo como uno de los mayores ridículos de mi vida.

Eran las 6.30 de una mañana fría del invierno de 2007. Yo entraba al periódico a las 7.00 horas (los comentarios no podían esperar) e iba con el tiempo pegado al culo. Tenía que coger el bus de ‘y media pasadas’ o esperar, congelarme y encima llegar tarde, con la consiguiente reprimenda. El autobús que me llevaba hasta la Plaza de Cibeles se había retrasado y yo no paraba de mirar el reloj. Sólo me faltaba bajarme y empujar para intentar que fuese más rápido.

Cuando llegué a mi parada, miré de reojo y vi que el otro autobús ya estaba cogiendo gente. Yo tenía que esperar a que el semáforo se cerrase, cruzar corriendo y conseguir que el conductor, con la marcha casi iniciada, se fijase en mí y me esperase en un gesto de piedad sólo válido para los habituales de la línea.

Con las ideas claras y la mente Dios sabe dónde, vi que el muñequito cambiaba a verde y empecé a correr como un poseso. Pero creo que sólo empecé, ya que a las tres primeras zancadas empecé a notar cómo mi centro de gravedad se desestabilizaba por completo. La cabeza, de buen tamaño, iba por delante de mi cuerpo. Pero no me asusté. Y ese fue el error.

Durante unas décimas de segundo me sentí capaz de enderezar la situación. Era extraño. El cerebro me decía que ya no me caía mientras el cuerpo me demostraba justamente lo contrario. Lo siguiente ya fue el hostión. Ese exceso de confianza involuntario fue el culpable, no de que me fuese contra el suelo, que desde un principio no tenía remedio, sino de que aterrizase prácticamente sin manos.

De repente me vi en el suelo, en medio del paso de peatones y con cinco carriles repletos de coches delante apuntándome con sus luces. Parecía que en cualquier momento iba a salir la clásica chica cañón de las películas con las bragas en la mano para dar el pistoletazo de salida. Primero tuve miedo de que arrancasen, pero hacía falta ser cabrón, luego de que se estuviesen descojonando de mí, bastante probable, y por último… ¡mi autobús!

Me levanté más rápido que Usain Bolt, arranqué de nuevo, levanté la mirada (estilo Laudrup) y me di cuenta de que era innecesario seguir corriendo. No porque se hubiese marchado, sino porque el coductor se había asustado tanto al ver la leche que me había pegado que decidió esperar. Al subir, me dijo: «Pa que corres tanto, chaval, que si lo pierdes no pasa ná». Avergonzado, le respondí con las orejas agachadas un simple «ya… pfff…» Enseñé el abono y me senté.

Ya en frío empecé a sentir dolores. Tenía la mano ensangrentada, no podía mover un dedo y me había roto la camisa, bajo la cual se escondía un costado cada vez más morado. El riñón acabo negro la jornada. Pero el ridículo no había acabado.

Mi amigo Chemita, el de la tabla periódica, se subió dos paradas después. Al verme como si acabase de salvar al soldado Ryan me dijo: «¿Pero qué coño te ha pasado?». Tardé diez minutos en contárselo. Cuando acabé, como sabiéndole mal (se notaba que no sabía como entrarme sin herir) me comentó: «Tienes dos mocos enormes colgando». Me quería morir. Del impacto, mis dos fosas nasales habían despedido dos estalactitas que casi llegaban a darme un beso. ¡Y llevaban conmigo todo el rato! Dios, como se tuvo que reír el conductor.

Tardé más de una semana en dejar de sentir dolores, pero ese día aprendí que no vale la pena tanta prisa. Que le den al bus. Mejor me levanto antes.

PD: Todo esto pasó entre las 6.32 (la última vez que miré el reloj antes de bajarme del primer autobús) y las 6.49 horas (momento en el que Chema advierte de los dos extraños seres que brotan de la nariz del becario).