Paracetamol y fostato de codeína, sorbitol, dextrometorfano, el corredor tenía ante sí una escuadrilla kamikaze dispuesta a suicidarse por él y terminar de una vez por todas con sus mocos, la congestión y el cerebro cataplásmico. A cual más asesina y a cual más abyecta en la negra escalera que desciende al sótano de las sustancias prohibidas en el deporte profesional.
El corredor miró de reojo al calendario. Tres días de aplatanamiento y estornudos, pero pronto era viernes. Tras el viernes, tomar aire y preparar los trastos por la noche. Apostó fuerte por el ritual de colocar las zapatillas en la puerta, por dentro, claro, los calcetines tirados en un reguño y el reloj de correa de plástico porque el sábado intentaría escupir y sudar las congestiones.
El sábado fueron sesenta minutos de suave moqueo acompasado a los chistes y las barrabasadas y, el domingo, un par de sopapos al cuerpo acumulando otros ochenta minutos y dos arreones largos que dejaron la pituitaria en mejor estado pero las piernas y los riñones en duda.
Creo que el corredor hubiera preferido acostarse con una buena manta, leche con miel y mimos. Pero el corredor es rematadamente gilipollas y ahora dice que se lo ha pasado de miedo, que casi no nota nada de catarro. De donde no hay, no se puede sacar.
Ácido cerril correriano!
03 octubre 2011 | 14:51