Estoy dramatizando Estoy dramatizando

"... no me despiertes, si duermo, y si es verdad, no me duermas". (Pedro Calderón de la Barca, 'La vida es sueño')

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Un (imaginado) combate dialéctico entre Freud y C. S. Lewis

4estrellasLa sesión final de Freud

Aplaudiendo con las orejas me pillan. Hacía tiempo que no encadenaba tantos espectáculos poliestrellados consecutivos en tantas salas de teatro llenas hasta la bandera. Con las orejas.

El último, La sesión final de Freud producido por Unir Teatro, bien podría incluirse como obligatorio en el programa curricular de los grados en Filosofía y Arte Dramático. Ahí lo dejo.

La sesión final de Freud

Ortiz y Pedregal en ‘La sesión final de Freud’. (Foto: Teatro Español)

La obra de Mark St. Germain, inspirada en La cuestión de Dios de Armand M. Nicholi, narra el encuentro de Sigmund Freud, ateo convencido, y el converso C. S. Lewis. Un encuentro que probablemente nunca tuvo lugar (al parecer, no hay constancia de que el padre del psicoanálisis y el ensayista y novelista se conocieran) pero que St. Germain sitúa en la Inglaterra del septiembre de 1939, a punto de embarcarse en la II Guerra Mundial, con un Freud octogenario aquejado de cáncer de boca y un Lewis recién entrado en la cuarentena.

El texto, repleto de datos reales sobre las vidas e ideologías de ambos intelectuales, es en realidad un combate dialéctico en torno a la existencia de dios y el sentido de la vida. Y aunque transcurre en un único ambiente y en él apenas subyace una trama, St. Germain evita con maestría que se convierta en una lección tediosa exclusiva para eruditos “combinando momentos de gran fuerza dramática con otros más ligeros que hacen que la obra tenga mucho ritmo”, en palabras de la directora del montaje, Tamzin Townsend.

La sesión final de Freud

Pedregal, irreconocible como Freud. (Foto: Teatro Español)

En efecto, el fino humor y la socarronería que destilan los personajes hacen de contrapeso perfecto para la carga filosófica de la obra. Pero ya la precisión con que están representados los dos y sus caracteres basta para suscitar un interés en el espectador por averiguar más sobre ellos que va creciendo a medida que se va desarrollando la pieza.

Con esa dramaturgia, Townsend muestra una gran sabiduría al rebajar el protagonismo de la dirección en favor del texto y los actores, de tal modo que su tarea, no por ello menos meritoria, pasa casi desapercibida.

Luego está Helio Pedregal en el papel de Sigmund Freud, una de esas interpretaciones que dejan sin palabras. Sustentado en un trabajo físico colosal, el insuperable Freud de Pedregal destila verdad por los cuatro costados. Le contesta, afinado, Eleazar Ortiz.

Título original: Freud’s Last Session

Autor: Mark St. Germain

Traducción: Ignacio García May

Dirección: Tamzin Townsend

Reparto: Helio Pedregal, Eleazar Ortiz

Escenografía: Ricardo Sánchez Cuerda

Vestuario: Gabriela Salaverri

Iluminación: Felipe Ramos

Producción: Unir Teatro

Sala: Teatro Español (sala pequeña), Madrid

Juan Diego ‘el Desalmado’

3estrellasSueños y visiones del rey Ricardo III

Me encantaría decirles que entre mis dramaturgos favoritos están Ionesco, Gorki o, al menos, Pinter y parecer un poco más sofisticada, pero lo cierto es que entre mis dramaturgos favoritos está Shakespeare, qué le vamos a hacer. Entre los míos y entre los de muchas otras personas, por lo obvio y también a juzgar por el llenazo del viernes en la sala principal del Español.

Ricardo III

Terele Pávez y Juan Diego en ‘Sueños y visiones de Ricardo III’. (Foto: Sergio Parra)

En Ricardo III encontramos a uno de los personajes más fascinantemente desalmados del Bardo de Avon, tan cruel que es rechazado por su propia madre. Y este Sueños y visiones… no es sino una curiosa adaptación de aquella, con dramaturgia de José Sanchis Sinisterra y versión escénica (y dirección) de Carlos Martín. Tal y como explican sus creadores, aquí se ha alterado la estructura original, y se ha convertido la escena tercera del quinto acto en el centro de la pieza. El resultado tiene mucho de interesante, sobre todo por la importancia que cobran los fantasmas del monarca, sus temores, sus pensamientos.

En el aspecto escenográfico (también lo explican los responsables) se ha recurrido a un juego de planos que marcan la diferencia entre lo imaginado y lo pasado frente a lo real y lo presente con tules, proyecciones y juegos de luces (por cierto, magnífica la iluminación). Ni la dramaturgia tendría sentido pleno sin esta igual de interesante concepción ni viceversa. Eso sí, obliga, supongo, para subsanar la dificultad que implicaría a la hora de proyectar las voces, a utilizar micrófonos, con la pérdida de encanto y credibilidad que eso conlleva.

Aunque inferior en número, el reparto femenino se impone en Sueños y visiones… al masculino. No solo están estupendas Terele Pávez (la duquesa de York) y Asunción Balaguer como Margarita; con sus limpias interpretaciones, las más jóvenes Lara Grube (Lady Ana) y Ana Torrent (Isabel) consiguen crear una magnética aura alrededor de sus personajes. Juan Diego recrea con gran mérito la deformidad del rey Ricardo y borda sus arranques de cinismo. Lástima que la dicción impida entender algunas de sus líneas.

Autor: William Shakespeare.

Dramaturgia: José Sanchis Sinisterra.

Dirección y versión escénica: Carlos Martín.

Reparto: Juan Diego, Juan Carlos Sánchez, Jorge Muñoz, José Hervás, Lara Grube, Ana Torrent, Aníbal Soto, Óscar Nieto, Carlos Álvarez-Nóvoa, José Luis Santos, Asunción Balaguer, Terele Pávez.

Escenografía: Dino Báñez, Miquel Angel Llonovoy.

Audiovisuales: David Bernués.

Iluminación: Pedro Yagüe, José Manuel Guerra.

Vestuario: Ana Rodrigo.

Composición y espacio sonoro: Miguel Magdalena.

Producción: Teatro Español.

Sala: Teatro Español (sala principal), Madrid.

Dejémonos trabajar en paz

Pude entrevistar al actor Gonzalo de Castro con motivo del estreno en el Teatro Español del Glengarry Glen Ross que tan magníficamente dirigió en 2009 Daniel Veronese. Fue una conversación larga y de las más interesantes que he tenido con personas relacionadas con el mundo del teatro.

Aunque a medida que De Castro me iba respondiendo yo iba disintiendo mentalmente de algunas de sus opiniones, me pareció un tipo inteligente, de los que no recurren a clichés y no dan respuestas vacías de contenido, de aquellos cuyas declaraciones cuesta luego recortar.

Una de ellas, de las que no publiqué por falta de espacio, se me vino a la cabeza el otro día cuando escribía que no siempre los responsables o artistas de un espectáculo tratan con consideración a la prensa (imagino que a la inversa ocurrirá tres cuartos de lo mismo). De Castro consideraba injusto que se recordase tanto a Fernando Fernán Gómez, fallecido dos años antes, por su mal carácter y por alguna salida de tono como por su celebérrima trayectoria.

Gonzalo de Castro

El actor Gonzalo de Castro en el Teatro Español de Madrid con motivo del estreno de ‘Glengarry Glen Ross’, en diciembre de 2009. (Foto: Jorge París)

Pensé que no estaba del todo de acuerdo. El propio De Castro no fue aquel día un dechado de amabilidad, pero nos trató correctamente y nos facilitó nuestro trabajo tanto al fotógrafo como a la redactora. Más que suficiente.

Yo, sin embargo, aún guardaba fresca en la memoria la que hasta ahora ha sido la peor entrevista de mi vida. Me la dio otro gran actor de teatro (al césar lo que es del césar) al que prefiero no mencionar y que, tras cometer yo un error —cierto es— en la primera pregunta relacionado con su trayectoria y a pesar de mis disculpas, respondía a mis cuestiones desdeñándolas, queriendo darme lecciones y como si me estuviera haciendo un favor. Recuerdo que en un momento dado le pregunté qué motivo daría a los lectores de 20minutos para que acudiesen a ver la obra que él protagonizaba entonces, a lo que vino a contestar, todo digno, que tan noble director y tan noble elenco como los suyos no necesitaban convencer a nadie de nada… Y como estaba claro que él no necesitaba nuestra publicidad, nosotros nunca llegamos a publicar aquella entrevista.

Con todo, eso fue lo de menos. Lo de más es que te hagan perder el tiempo y pasar un mal rato cuando estás trabajando. (Comentándolo luego en la redacción, por cierto, supe que el mismo actor le había aguado la fiesta a una compañera en la que para ella fue también la peor entrevista de su vida. Mal de muchos…)

Tal vez Gonzalo de Castro tuviera su parte de razón cuando criticaba que se recordase a Fernán Gómez casi más por su mal genio que por su enorme talento. Pero solo tal vez. En realidad, si él no hubiera mostrado tan mal carácter se le recordaría únicamente como un brillante actor.

“En la vida como en el metro, dejen salir antes de entrar”, dice mi compañero Chema. Pues, eso, en la vida como en el teatro, dejémonos trabajar en paz. No olviden que ser amable es gratis.

La reconciliación

4estrellasMisántropo

De un tiempo a esta parte, no eres nadie en el círculo teatrófilo madrileño si no has visto lo último de Miguel del Arco. Concreto: desde el éxito de La función por hacer en el vestíbulo del Teatro Lara a finales de 2009, que su nombre figure en el cartel de una producción significa, como mínimo, que se va a hablar mucho de ella.

Hago un repaso somero de su trabajo en estos cuatro años y medio por si quedase algún despistado. A la versión libre de Seis personajes en busca de autor con Kamikaze, la productora que comparte con Aitor Tejada y en la que trabajan con un elenco –digamos– fijo de actores, la siguieron El proyecto Youkali, una bonita y entretenida pieza sobre la inmigración que Del Arco escribió y dirigió para la Comisión Española de Ayuda al Refugiado y que vendría muy a cuento rescatar (¿algún productor en la sala?), y la alabada La violación de Lucrecia, en la que dirige a la gran Núria Espert y que, por cierto, vuelve a reponerse (creo que digo bien, que se repone por segunda vez) estos días en el Teatro de la Abadía. En 2011 repitió con los Kamikaze en la adaptación de Veraneantes (a partir de la obra de Maxim Gorki), casi tan aplaudida como La función por hacer –aunque para servidora, a esta le sobraban minutos–, y volvió a ganarse las loas de crítica y público dirigiendo a Carmen Machi en Juicio a una zorra. En 2012 dirigió maravillosamente De ratones y hombres y firmó una versión de El inspector de Gógol trasladada con demasiada obviedad a nuestros días –los críticos no compartieron mi opinión, pues el montaje fue bastante celebrado– para censurar la corrupción . Y, ya el año pasado, nos descubrió su prometedora faceta de autor con Deseo.

Misántropo

Israel Elejalde y Bárbara Lennie en ‘Misántropo’, de Miguel del Arco. (Foto: Eduardo Moreno)

Así que cada vez que el director de moda estrena –decía–, vamos todos como pollos sin cabeza hasta que podemos opinar sobre ello. Y como lo de no poder comentar servidora no lo lleva bien, ha sucumbido a Misántropo.

Ahora, lo que tiene dejarlo para ‘tarde’ (están en el Español desde el 23 de abril y el montaje se estrenó el pasado octubre, en Avilés) es que a estas alturas se ha dicho prácticamente todo. Han sido aclamadas, muy merecidamente, hasta la saciedad la dirección –podemos discutir algunos planteamientos, pero ¡qué dirección de actores!– y la versión (libre) del texto de Molière. Una versión magnífica, tan magnífica como la de La función por hacer, que trae la obra a la época contemporánea sin caer en lo fácil.

Pero para mí este ha sido sobre todo el montaje de reconciliación con Bárbara Lennie. (Si se le puede llamar reconciliación cuando la otra parte ni siquiera sabe que existe un conflicto y cuando a la otra parte, de saberlo, le importaría un pepino.) El caso es que andaba preocupada (servidora, Lennie en este caso es a la que le importa un pepino, no se me pierdan). Un poco a lo Glinda de Wicked en Popular, rollo «my tender heart tends to start to bleed», sí, pero preocupada al fin y al cabo. Porque todos pusieron sus ojos en ella (Lennie) en La función por hacer, la subieron a los altares con Veraneantes, en la que tenía más protagonismo, y aplaudieron con las orejas cuando con fue nominada al Goya a Mejor Actriz Revelación por Obaba… Y una que no acababa de pillarle el punto y que reivindicaba (sigo haciéndolo) a Manuela Paso.

Pues, bien, en Misántropo, y aunque al principio me pareció ver a la misma Lennie de las obras anteriores, por fin la entendí a ella y a los que la elogian. Por fin me la he creído. Me ha ganado definitivamente para su causa con el papel de la cínica Celimena –un personaje, de nuevo toca alabar a Del Arco, sublime–, con sus flirteos insinuados, con los desdenes de quien mira por encima del hombro, con su actitud entre indignada y de cordero degollado cuando se siente descubierta.

… Lo cual no quita que, en una función en la que el actor peor parado no baja del 8, Misántropo sea el montaje de Israel Elejalde. Está impecable y, sobre todo, sabe reservar la tensión para cuando de verdad tiene que estallar. En una función en la que el actor peor parado no baja del 8, insisto, Elejalde se come el escenario.

Total, que si quieren ser alguien en los círculos teatrófilos… o si simplemente les gusta el buen teatro, déjense caer por Misántropo.

Versión y dirección: Miguel del Arco.

Reparto: Israel Elejalde, Raúl Prieto, Cristóbal Suárez, Bárbara Lennie, José Luis Martínez, Miriam Montilla, Manuela Paso.

Escenografía: Eduardo Moreno.

Iluminación: Juanjo Llorens.

Producción: Kamikaze, en coproducción con Teatro Español y Teatro Calderón.

Sala: Teatro Español (sala principal), Madrid.

Buenas maneras

Aprendí la lección la primera vez que fui al Auditorio Nacional. El programa constaba de tres obras de Beethoven, las dos primeras más breves, sin divisiones; la tercera, el Concierto para piano nº 5. Al acabar la orquesta de interpretar el primer movimiento de esta última, el público empezó a aplaudir.

Ya venía yo sospechando entonces (lumbreras que es una) que nuestro sistema educativo no nos proporciona ni siquiera las herramientas básicas para que aprendamos a consumir cultura en vivo. Pero todavía pensaba que los espectadores de las ciudades grandes, con más fácil acceso a una oferta también más amplia y variada, sí tendrían por lo general un comportamiento adecuado en este tipo de eventos y de recintos.

Aprendí la lección, como decía: no necesariamente.

MBIG

El elenco de MBIG. (La Pensión de las Pulgas)

Recuerdo cómo en la sala principal del Teatro Español, años después, un buen número de personas comenzaron a cuchichear sin disimulo al desnudarse los actores en Escenas de un matrimonio / Sarabanda. Y, hace solo un par de meses, pasó tres cuartos de lo mismo en la función de MBIG a la que asistí en La Pensión de las Pulgas durante el encuentro sexual de Macbeth y Lady Macbeth. Con la agravante de que, al tratarse de una sala tan pequeña, molesta sobremanera, y no me quiero imaginar cuánto a los actores.

Pero peor aún fue en septiembre de 2012 en la ‘hermana’ de La Pensión de las Pulgas, La Casa de la Portera, cuando a un par de señoras (que me hicieron sentir una mezcla de rabia, lástima y vergüenza) les dio por increpar o animar, según correspondiera, a uno de los personajes de Petición de mano.

Pues sí. Saber estar en un espectáculo pasa por aspectos como guardar un escrupuloso silencio o aplaudir cuando corresponde (me gusta esta miniguía de Radio Clásica que me descubrió Mirentxu Mariño).

También en resistirse a silbar una melodía, algo que hace años no logró un compañero de patio de butacas durante una función de Coppélia del Ballet Nacional de Cuba, no sé si movido por su pasión musical o por un absurdo ánimo de demostrar que conocía la composición de Léo Delibes. O en intentar hacer el menor ruido posible comiendo si se ha sucumbido a la tentación de comprar palomitas de maíz. Claro que en este caso cabría discutir si el productor debería renunciar a los ingresos que le reporta su venta… Pero eso ya es otra historia.

Una (clásica) baza segura

4estrellasLa cortesía de España

A medio camino entre el truco y la manía, cuando encadeno una serie de funciones flojas o poco epatantes suelo bucear por la cartelera teatral en busca de alguna baza segura, de algún autor, director, actor, de alguna compañía o sala de los que funcionan siempre para que me quite el mal sabor de boca.

Una de esas bazas seguras es la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Con piezas en mayor o menor medida de mi agrado, con repartos más o menos atinados, pero siempre elegante, siempre encontrando ese difícil equilibrio entre el respeto a la obra y la innovación.

En esta ocasión he recurrido a su ‘cantera’, la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico, que ha dejado la sede temporal (sin comentarios) de la CNTC para instalarse en las Naves del Español con La cortesía de España.

Definitivamente, el texto no se encuentra entre mis favoritos. No me termina de convencer la forma en que se combinan drama y comedia, encuentro precipitado el desenlace y considero que no es el Lope al que mejor le ha sentado el paso del tiempo (no descarto ir al infierno de los teatrófilos por haber escrito esto). Sin embargo, disfruté mucho, y fue gracias al sello de la compañía que ahora tiene al frente a Helena Pimenta.

El equilibrio del que les hablaba más arriba está aquí por partida triple. Primero, en la fina versión, de Laila Ripoll. Después, en la dirección de Josep Maria Mestres, impecable, ni una réplica fuera de lugar, magníficas las transiciones (con la ayuda de una buena composición musical, por cierto). Por último, en la contraposición entre vestuario y escenografía.

En esto me detengo. Se ha optado por un vestuario de época, acertado por lo general y con alguna preciosidad como la chaquetilla y falda con tul de Lucrecia, creo recordar que en la escena del acto segundo que transcurre por la noche en la venta. Con un solo pero: hay algo en la vestimenta de Don Juan (¿las espuelas?) que produce un sonido impertinente cada vez que se mueve, juraría que en la segunda mitad del primer acto y en la primera mitad del segundo; no creo que compense.

Y, como decía, el vestuario tiene su contraposición en la escenografía, con su propia área delimitada dentro del escenario, a la antigua usanza, pero que no ahorra en elementos modernos —proyecciones, líneas sobrias…—. ¡Ya hay que tener arte para atreverse con el anacronismo y que resulte a las mil maravillas! Resuelve los cambios de escena, da agilidad a la función, funciona en el aspecto plástico… ¿Se puede pedir más?

Last but not least, que diría un anglohablante, siempre es una gozada ‘descubrir’ talentos interpretativos como los de Natalia Huarte, que clava a Lucrecia; Francesco Carril, excelente cuando Don Juan se debate entre la moral y el deseo, pero también en el aspecto cómico; o Álvaro de Juan, que sabe sacar provecho del (casi siempre) agradecido papel del gracioso —ahora que reparo, ¿lo será por una cuestión léxica?—. Y otros en papeles secundarios pero no menos brillantes como Sole Solís e Ignacio Jiménez.

They all made my day…, que diría un anglohablante.

 

Autor: Lope de Vega.

Versión: Laila Ripoll.

Dirección: Josep Maria Mestres.

Reparto: Elsa González, Sole Solís, Manuel Moya, Jonás Alonso, Alba Enríquez, Natalia Huarte, Borja Luna, Guillermo de los Santos, Francesco Carril, Álvaro de Juan, Júlia Barceló, Laura Romero, Ignacio Jiménez, José Gómez.

Composición musical: Lluis Vidal.

Escenografía: Clara Notari.

Vestuario: María Araujo.

Producción: Compañía Nacional de Teatro Clásico.

Sala: Naves del Español (sala 1), Madrid.

 

«¿Ha venido usted por la Velasco?»

Hécuba

U247414

3estrellas

Me habría encantado preguntarles a los cientos de espectadores que llenaban el teatro: «¿Ha venido usted por la Velasco?», y confirmar mis sospechas. Apostaría a que Concha, como reclamo, tiene más que ver con el éxito de taquilla de Hécuba que la publicidad del montaje desde su estreno, en el pasado Festival de Mérida.

Y yo lo entendería y aplaudiría, porque, en su papel protagonista, es la actriz la que sostiene una función en conjunto correcta, digna, tibia. Ella muestra de forma magistral el peso de los años y las penas en el personaje de Eurípides.

Hay pasajes en los que se le podría achacar una excesiva linealidad…, pero para dramáticos ya están algunos de sus compañeros de reparto (que parecen salidos de otra producción).

Aunque la dirección de José Carlos Plaza pueda plantear alguna duda en este sentido, no lo hace en absoluto con la escenografía, muy equilibrada, y me gusta en particular –aunque suene horrible– cómo reparte los cadáveres.

También merecen alabanzas la iluminación de Toño Camacho y el vestuario de Pedro Moreno.

Luego, la función va de menos a más. Me parece que la versión, de Juan Mayorga, no ‘anima’ nada la primera mitad, con determinadas redundancias. Tampoco ayudan las canciones: no niego su belleza, pero creo que ralentizan todavía más un ritmo al que, como decía, no contribuye la adaptación.

Sí hay que aplaudir a Mayorga por haber acercado el texto, por haberlo hecho comprensible, sin desvirtuarlo.

Por cierto, en la hora y media que dura la representación, sonaron tres móviles, TRES. Hay una docena de personas trabajando encima del escenario… ¿En serio? 

 

– Autor: Eurípides.
Adaptación: Juan Mayorga.
Dirección: José Carlos Plaza.
Reparto: Concha Velasco, José Pedro Carrión, Juan Gea, Pilar Bayona, Alberto Iglesias, Luis Rallo, Alberto Berzal, Denise Perdikidis, Marta de la Aldea, Zaira Montes, María Isasi.
Iluminación: Toño Camacho.
Escenografía: José Carlos Plaza.
Sonido y música original: Mariano Díaz.
Vestuario: Pedro Moreno.
Producción: Pentación Espectáculos y Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida.
Sala: Teatro Español (sala principal), Madrid.

Concha Velasco y María Isasi

Concha Velasco y María Isasi en ‘Hécuba’. (GTRES).