Mil historias de sexo y unas poquitas de amor Mil historias de sexo y unas poquitas de amor

Mil historias de sexo y unas poquitas de amor

Archivo de noviembre, 2009

¿Amistad con el ex? Qué difícil

Qué diferentes somos las mujeres de los hombres en esto tan bueno del sexo, del amor y de la amistad.

Lo dice una amiga, después de digerir como ha podido -no está muy por la labor- que un ex marido pueda ser un amigo después. Porque todo depende de cómo haya sido la ruptura, de cómo se te haya quedado el cuerpo y de la forma de ser de cada cual.

A ella le sentó a cuerno quemado que al mes de separarse -lo decidió él- se le presentara en casa diciendo que ya que se conocían del todo, podían seguir teniendo sexo y pasarlo bien, aunque ya no fueran pareja. Vamos, que fueran amigos con derecho a roce.

Se le pusieron los pelos como escarpias. Con lo que había sufrido y estaba sufriendo ella por esa ruptura y el otro tan pancho proponiéndole que no rompieran del todo. Le contestó que nones.

Hoy son grandes amigos, pero sin roce, porque después de pasado el berrinche y, sobre todo, el tiempo, retomaron una relación de amistad que les vino muy bien a los dos.

Conozco otros casos en los que la relación es nula. Desde que se separaron no se han vuelto a ver ni ganas que tienen. Cada uno ha seguido su camino y no quieren ni recordar al otro porque la separación fue muy dolorosa. Una de ellas no se acuerda ni de la cara de su ex marido.

Qué bien sienta recuperar la pasión con otro

Después de un año de relacionarse, de tontear y con el tiempo ir a más, sólo en la red, han dado el paso de conocerse, venciendo, ella más que él, muchas dudas y temores.

Cada cual tiene su pareja y su vida, y los dos tienen su burbuja, de la que no quieren salir cuando están juntos una vez a la semana.

Ella se ha convencido, después de mucho darle a la cabeza, de que no quiere dejar de vivir esa locura, «por mucha cordura que a veces haya intentando poner a ésta historia desde el principio».

Dice que se siente menos culpable, ahora que se han enrollado, que cuando se pasaba horas a escondidas hablando con él a través del ordenador.

«Ahora siento que todo ese tiempo me ha merecido la pena y que no le hago daño a nadie, porque nada va a cambiar, salvo yo misma, porque me siento fuerte, grande, querida, amada, deseada hasta la locura, tan llena de felicidad que se nota en todo lo que hago e incluso en como respiro».

Incluso ya no tiene celos de la mujer de su amante y ve esa relación, también intensa y apasionada, como parte de la vida ‘exterior’ que ambos tienen fuera de su historia. Porque él sí quiere a su mujer y mantiene una vida sexual plena con ella.

También el sexo con su marido ha mejorado. Aunque es el amante el que está en su cabeza permanentemente, pero se siente tan bien que su pareja no puede ignorarlo y aprovechan ambos esa renacida pasión.

Cuándo y cómo se hacen hombres

«Uno se hacía hombre cuando cumplía la edad de ir a la mili. Entonces, el padre le compraba un cartón de cigarrillos, un mechero y le daba una paga para ir al puticlub, y allí era dónde te hacían un hombre».

Lo cuenta un amigo mío, que es más de pueblo que las amapolas y que es cuarentañero y lo cuenta como si fuera una cosa normal que pasaba antes.

Subrayo su edad, porque a mí me parece que eso que cuenta pasaba en el pleistoceno y no cuando él tenía 20 años, que yo tenía los mismos y nunca escuché decir eso a mis amigos de entonces. Ni me imagino a sus padres empujándolos al burdel, aunque seguro que a más de alguno de aquellos le hubiera encantado.

Lo del tabaco, puede, que les dejaban fumar cuando cumplían la mayoría de edad, pero lo de «hacerse hombres» de aquella manera lo he visto en películas y lo he leído en libros sobre historias de otras épocas, pero nunca en la mía.

Es constante esa relación de la hombría con el sexo. Son hombres cuando ya han follado la primera vez, mientras una chica se ha hecho mujer mucho antes y no precisamente por el sexo.

Pues eso pasaba hace poco más de veinte años aunque yo creo que pasaba más en los pueblos que en las ciudades. O no.

Descubriendo el swinger

Habían leído sobre el tema, pero nunca habían dado el paso hasta que vieron un anuncio sobre una fiesta de lujo, que buscaba parejas exclusivas para una fiesta totalmente privada.

Así fue cómo se inrodujeron en el swinger, que es es el intercambio de parejas con fines sexuales. Una revolución sexual que deja el camino libre a ambos miembros de la pareja para tener relaciones sexuales con otros.

Los swingers (la denominación viene del inglés swinging, columpiarse) pueden mirar o ser observados mientras practican sexo entre ellos o con otras personas que forman parte de la fiesta o del club.

Según el grado de participación, hay soft swinging o intercambio ligero (besos, caricias y sexo oral con una tercera o cuarta persona) o el full swap o intercambio completo (implica coito con alguien distinto a la pareja).

Desde entonces, hará unos cinco años, lo practican con relativa asiduidad y afirman con mucha seguridad que se siguen queriendo igual o más que antes y que estas prácticas les ha servido para conocerse mejor, llegar a un grado de confianza máximo y ser más felices. Dicen que para introducirse en este mundo hay que tener una gran estabilidad en la pareja.

Las reglas para relacionarse en estos ambientes son, más o menos, respeto, higiene y discreción.

Quienes lo practican dicen que el respeto es muy importante y que un “no” quiere decir “no”. Esto significa que el rechazo a una proposición sexual no requiere justificación y debe ser siempre respetada. La violación de esta regla puede llevar a la expulsión inmediata.

En España se empieza a conocer en los años setenta, en círculos restringidos, en una lujosa casa de la sierra madrileña donde se organizaban reuniones de pequeños grupos de parejas.

Por la misma época, también había actividad swinger en determinados campings.

Hoy, los swingers saben dónde encontrarse. Se suelen reunir en locales o clubes nocturnos especializados, o bien en lugares privados a través de anuncios, Internet, convenciones e incluso vacaciones en grupo.

A grandes males, mejores polvos

Ha sido visto y no visto. Hace unos días estaba harta de su marido, porque no se lo hacía como es debido; y hoy, su marido sigue sin enmendarse, pero a ella le importa un rábano, porque ha encontrado una perla en su camino.

No tuvo que ir a buscarlo muy lejos, porque lo tenía delante de sus narices casi a diario, aunque no lo quería ver. Pero hace dos días, se decidió y a una invitación de él, le dijo que sí.

Se ha liado la manta a la cabeza y ni cuatro hijos ni el cretino del marido le han frenado. Se ha enrollado con su monitor del gimnasio y ha sido tan estupendo, dice, que ha recuperado la memoria de lo que era un orgasmo del ocho y un buen polvo.

Está encantada, porque es sólo sexo lo que tienen, y no quiere más ni él tampoco. Llevaba tanto tiempo sin que el marido la atendiera, que esto de ahora le sabe a gloria. No tiene remordimientos ni intención de tenerlos. Tampoco piensa dejarlo, porque está disfrutando lo que no ha tenido en no sé cuantos años de maridaje.

En cuanto tienen un rato libre, allá se van a rozarse. Vamos que está como si el mundo se fuera a acabar y ella tuviera que recuperar todo el tiempo perdido. Porque este si que la sabe tratar.

Imagen: óleo de José Ramón Jiménez

P.D. para los que hablan de putones verbeneros: pulsar sobre las letras azules: «harta de su marido» y así podéis opinar con conocimiento de causa

La decepción de las mujeres invisibles

Cuando llegan los cuarentaytantos -una amiga mía los llama los taytantos- las mujeres nos hacemos invisibles para la mayoría de los hombres.

Para los ligues, para los jefes, para los compañeros de trabajo, para el monitor de Pilates… Pasamos a ser incorpóreas por mucho que una se cuide, vaya al gimnasio, esté en forma y se empeñe en llamar la atención. Casi nada sirve, porque no te ven con los ojos del deseo.

Las posibilidades de elegir amante son inversamente proporcionales a los años que vas cumpliendo. Cuantos más años cumples, menos se fijan en ti. Tremeda putada.

Esto lo dice una amiga que está muy desesperada con el asunto de la invisibilidad, que la mayoría acepta, porque es imposible luchar contra el paso del tiempo y la naturaleza masculina.

Dice que por naturaleza, mientras nosotras vamos cumpliendo años, los hombres van despegando el ojo que tenían puesto en nosotras para trasladarlo «con fruición» a otras más jóvenes.

Así lo explica y cuando se escucha se va poniendo de los nervios, «porque a son de qué -dice-me va a desbancar a mí otra veinteañera o treintañera».

Y se responde ella misma: «pues a son de que desde que el mundo es mundo, los hombres fijan su interés en las más jóvenes para todo. Y tú que ya has alcanzado la experiencia, la sabiduría, la paciencia o la tranquilidad te pasas el día en guardia por si te la van a pegar».

¡Qué pena, por dios!

La delgada línea roja del amor por Internet

Dice que está más serena, porque por fin se ha encontrado frente a frente con el hombre con el que lleva un año «queriéndose» por Internet.

Lo de quererse entre comillas es una forma de hablar que ella utiliza para no decir que se ha enamorado hasta las trancas.

Era un amor virtual, muy pasional por ambas partes hasta hace tres días, cuando decidieron dar el paso y verse por fin.

Y verse lo ha revuelto todo, porque, según ella, ha sido mucho mejor de lo que había imaginado, no se arrepiente y dice que necesitaba volver a sentir éste remolino en el estómago.

Un peligro, vaya, porque tanto ella como él tienen sus respectivas parejas, a las que quieren, por lo menos ella dice, con todas sus fuerzas, aunque se les haya ido la pasión por la ventana y ya no lo desee como antes.

El objeto de su deseo es, desde hace un año, el chico de Internet, con el que acaba de dar el paso de conocerse.

Aunque diga que está serena, se le nota inquieta, porque no sabe qué va a pasar con su vida, si quiere seguir adelante con este hombre, con el que ha vuelto a sentir todo lo que sentía cuando tenía veinte años, o no, si seguirá con su doble vida o si y cambiará de vida.

De momento, el otro parece que le corresponde, pero sólo se han visto una vez. Como para pensar en echar las campanas al vuelo.