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Roba el banco en el que tenía su dinero y pide que se lo ingresen en cuenta

paul_neaversonCreía que lo había visto todo en ladrones, pero de nuevo me volví a equivocar. Al más puro estilo John Dillinger, Paul Neaverson, un británico de 61 años, fue a una sucursal del NatWest Bank, en Kent, con un pasamontañas (quizá creía que no le iban a reconocer) y armado con un cuchillo con el que intimidó al cajero del banco.

Hasta este punto todo entra dentro de la normalidad de un robo, pero Neaverson se transformó en uno de los protagonistas de Atraco a las tres, y pidió al asustado empleado que transfiriera el dinero que estaba robando a la cuenta que tenía en dicha entidad. «¿Para qué voy a escapar con la pasta si la puedo ingresar en mi libreta al instante?«, debió de pensar. ¿Lo qué? Este tipo es un portento del crimen, un as del delito, un alumno aventajado de Arsène Lupin… ¡¡¡Mi ídolo!!! Lee el resto de la entrada »

Condenado a llevar un cartel en el que se llama «idiota» por amenazar a un policía

condenacartelidiotaCon más frecuencia de la deseada, algún juez nos sorprende con sentencias que rayan el esperpento. No hace falta una búsqueda muy exhaustiva para encontrar decenas de casos rocambolescos. Por citar dos de ellos, recordemos al hombre que fue condenado a 50 años de prisión por robar unas costillas de cerdo y al que estuvo una semana a la sombra por ser víctima de una terrible diarrea.

El enésimo ejemplo de sentencia friki curiosa nos llega esta vez desde un juzgado de la ciudad estadounidense de Cleveland, Ohio. Su señoría el chistoso juez Pinkey Carr (permitidme el apodo) decidió condenar al escarnio público a un ciudadano que cometió una infracción menor. Richard Demeron amenazó por teléfono a varios agentes de la policía y, por ello, tendrá que pasar tres horas al día durante una semana con un cartel colgado del cuello en el que se puede leer: «Pido disculpas al oficial Simone y al resto de agentes de la policía por ser un idiota y llamar al 911 amenazándoles con matarles. Lo siento y no volverá a ocurrir».

El hombre reconoce que se encontraba borracho durante el incidente y ahora cumple religiosamente con la sanción, en la que se ve obligado a reconocer en público que es idiota. ¿Por qué tanta mala uva, señor juez? ¿No podría mutar esta pena por otra de servicio real a la comunidad? No sé, algo así como ayudar a limpiar las calles, ayudar a cruzar pasos de peatones a personas que lo necesiten… Cualquier cosa que sirva para algo y que no implique una humillación per se.

Por lo visto, no es la primera vez que su señoría el juez Carr impone un castigo de este estilo. El año pasado, obligó al autoinsulto a una señora que circuló por la acera para adelantar a un autobús escolar. La mujer también se reconocía como una idiota por hacer esa maniobra.

He hecho una rápida consulta entre mis compañeros para pulsar su opinión sobre los poco ortodoxos métodos del juez Carr y los resultados han sido variopintos. Algunos creen que es una forma como otra cualquiera de ejemplarizar, los hay que creen que sus decisiones son muy poco severas y que «los condenados pueden darse con un canto en los dientes» (sic, aunque no citaré al autor de la frase) y, los más, aseguran que es una manera de llamar la atención y que contribuye al descrédito de la Justicia. ¿Qué opináis vosotros?