Marruecos tiene la enorme habilidad de sacarnos de nuestras casillas, de ponernos al borde del sempiterno abismo, de ser la mano que nos mece a su antojo y en su beneficio. Y por mucho que nuestra ministra de Defensa crea que con España no se juega, lo cierto es que nuestro vecino del sur lo hace habitualmente y además siempre gana. Así de sencillo. Y no voy a entrar en quién tiene la razón de su parte, ni en si el Gobierno de Madrid ha estado o no acertado, si nuestra diplomacia ha fracasado o no, o si la oposición ha actuado con lealtad o no. Es secundario. La historia con nuestro presunto aliado siempre se repite, con pequeños matices, al margen de quien viva en Moncloa y siempre con el mismo resultado: ellos ganan y nosotros perdemos y da igual que sea por dar atención sanitaria al líder del Polisario, por nuestra posición respecto al Sáhara, porque le hacemos chistes a su rey o porque simplemente estamos ahí, al norte y nos hemos convertido en la meta soñada, en la entrada al paraíso de Messi y Cristiano con el que encender la imaginación de una ciudadanía sin apenas esperanza. Rabat hace demasiado tiempo que nos colocó esta soga en el cuello y en su mano está tirar de ella a su antojo.
Antes eran peces y ahora son seres humanos, antes no podíamos pescar y ahora saben positivamente que los vamos a rescatar –nuestra catadura moral nos impediría hacer lo contrario– antes de que se los trague el mar. Aparentemente ellos parecen jugar con ventaja porque no tienen nada que perder y nosotros, demostrado ha quedado, no queremos ganar cuando el perímetro que está en juego es el de la dignidad humana.
Pero tengo que decir que derrotas como esta me enorgullecen. Nuestros vecinos utilizan a sus conciudadanos como carne de cañón. Sus fuerzas de seguridad les abren las puertas del infierno para que se despeñen o les indican el camino del espigón sin importarles el agujero negro que les espera después. La otra cara de la moneda nos muestra como nuestros voluntarios, militares, policías, legionarios y guardias civiles están ahí para rescatarles de las entrañas del averno o de las frías aguas del Mediterráneo. Y como no tienen comportamientos éticos que salvaguardar, ellos siempre se van a salir con la suya frente a quienes creen, creemos, en el valor supremo de la vida.
No todo debería valer en el rifirrafe diplomático. Resulta obsceno que haya sido el ministro de Derechos Humanos marroquí el que se ha encargado de decir que su país simplemente se ha defendido de lo que ellos entienden como ataques españoles. Y qué mejor forma de hacerlo que utilizando a mujeres, hombres, niñas y niños como arma arrojadiza, como fuerza de choque, como marionetas de un régimen corrupto para el que todo está permitido, incluso bombardear con seres humanos.
Frente a tanta barbarie nosotros nos hemos encomendado a Luna, Juan, Paco, Gabriel y todos los demás. Ellos han sido los buenos de esta mala historia. Mujeres y hombres de Cruz Roja y otras organizaciones humanitarias, de la Policía, de la Guardia Civil, del Ejército y de la Legión que no han dudado en dejarse la piel por aquellos que salvo la sangre que recorre sus venas nada tienen excepto la capacidad de soñar.
(Guardia Civil)
El abrazo de Luna, voluntaria de Cruz Roja, a un muchacho tembloroso que se deshacía entre lágrimas, tras ser rescatado de las aguas, nos emocionó hasta tal extremo que preferimos borrar de nuestra memoria algunos comentarios vejatorios y repugnantes que hemos leído y que nos viene a confirmar algo tan sencillo como que realmente existe una gran diferencia entre los buenos y los malos. De los muy buenos son también Juan y Paco: el buzo de la guardia civil salvó de ahogarse a un bebé y la imagen de ambos ya ha dado la vuelta al mundo, mientras que el legionario tuvo que multiplicarse para coger a otros recién nacidos que algunas madres les lanzaban a él y a sus compañeros ante el temor de que se cayeran al mar. Otro muy bueno es Gabriel, legionario también, que tuvo que cargar sobre sus espaldas a un pequeño y luego a otro que se habían quedado atrapados y atemorizados en lo alto de la valla fronteriza.
Pero Luna, Juan, Paco y Gabriel no están solos porque detrás de ellos están todos los demás, muchos y muy buenos, imprescindibles siempre, héroes anónimos y silenciosos, orgullosos de lo que son y de lo que hacen. Y que seguirán estando ahí cuando, más pronto que tarde, Marruecos nos vuelva a lanzar seres humanos de punta.