La palabra periodista sigue estando excesivamente manoseada, de manera especial por aquellos que, creyendo que lo son, distan mucho incluso de parecerlo. Son los que han conseguido que la credibilidad de lo que hacemos haya caído en picado y que ser periodista provoque más sospechas que garantías. Ya no somos de fiar. Últimamente hay mucho impostor que ennegrece esta forma de vida, antaño luminosa, y que ensucia, por extensión, trayectorias rotundas y sobresalientes, ejemplarizantes y enriquecedoras, discretas y siempre humildes. Trayectorias que engrandecen esta religión, esta forma de transitar por el mundo que tiene al ser humano, a los seres humanos, como eje de su existencia, como fin único de su trabajo y de su vida.
Trayectorias como las de David Beriain (navarro de 44 años) y Roberto Fraile (vizcaíno de 47), asesinados en Burkina Faso mientras realizaban un documental sobre la caza furtiva. Dos periodistas de los que ya no crecen en los árboles. Y no porque lo dijeran ellos –su modestia se lo hubiera impedido– o lo pusiera en documento alguno sino porque lo llevaban escrito en su mirada y lo dejaron grabado en su trabajo.
He conocido a algunos como ellos –Fernando Múgica, Julio Fuentes, Miguel Gil…–, hombres de bien, enfermos de justicia, para los que ir, ver y contar, algo tan sencillo y a la vez tan difícil, era la esencia misma de su deambular por este tinglado. Hombres librepensantes y honestos que quisieron ser esclavos de una forma de cabalgar por el mundo en la que ellos nunca fueran lo importante, en claro contraste con la mediocridad, el ‘ombliguismo’, la bazofia y la pornográfica exhibición que vemos ahora a diario.
Les gustaba volar y cualquier nido se les quedaba pequeño. Les faltaba el aire en una redacción y los llamados medios tradicionales preferían tenerlos, todo hay que decirlo, como colaboradores ocasionales. Se jugaban la vida sin querer pero sin poder evitarlo aunque jamás hicieran ostentación de ello. Su alargada sombra creó escuela y marcó el camino de otros locos sin remedio, aunque los nuevos derroteros de lo nuestro no transitaban, no transitan, por esos vericuetos. Son inmensamente grandes pero siempre aspiraron a la invisibilidad.
A Beriain y Fraile no los conocí personalmente, pero sí su trabajo, y resulta más que suficiente para saber que pertenecían a ese grupo reducido y envidiable de periodistas, ellos sí, que huían de cualquier protagonismo y a los que debemos agradecerles que pusieran sus manos sobre lo que tanto amamos, engrandecieran este trabajo e hicieran justicia a través de las historias que nos han dejado.
En una entrevista en Nuestro Tiempo, la revista de la Universidad de Navarra, Berian dejó claro en 2017 hacia dónde podía ir lo nuestro y que este quehacer corría serio peligro de quedarse sin alma: “Los griegos buscaban la sabiduría, y de ahí pasamos a la Ilustración en busca del conocimiento. Ahora estamos en la sociedad de la información, que ni supone conocimiento ni supone sabiduría. Y dentro de poco estaremos en otra sociedad que ni siguiera supondrá la información, será la sociedad de los datos”.
Beriain, que en 2012 puso en marcha la productora ‘93 Metros’, siempre pensó que el ser humano era lo único que podía salvar esta profesión y que la realidad era mucho más grande que todo aquello que uno pudiera creer o pensar… “Y que si las historias son grandes, tú tienes que honrar esa grandeza con medios, con pasión… con lo que sea; con lo que tengas. Todo nuestro trabajo sólo sigue un principio, y es que nuestra mediocridad no se interponga en la grandeza de la historia; que sepamos hacerle justicia”.
Y Fraile y Beriain, que nunca fueron mediocres, supieron hacerle justicia a la historia en Latinoamérica, en el Sudeste Asiático, en Irak, Afganistán, Libia, Siria… allá donde hubiera algo importante que contar y que captar; allá donde hubiera una voz que tuviera algo que decir y mereciera ser escuchada o una mirada perdida que debiera ser recuperada y recordada. El nombre de ‘93 Metros’ es un homenaje de David a su abuela Juanita, y también una declaración de intenciones: “Noventa y tres metros es la distancia que hay entre la que era la puerta de su casa y el banco de la iglesia donde ella rezaba. No salía de ahí nunca. Jamás. Por eso nos llamamos así, porque no nos olvidamos nunca de que a veces la historia más grande está en el lugar más pequeño… No hay historias pequeñas, hay ojos pequeños”.
En aquella entrevista, Beriain, que al igual que Fraile siempre fue por ahí con los ojos muy abiertos, dijo delante de Rosaura, su mujer, algo que seguro ella recordará todos los días de su existencia: “He tenido mucha suerte en la vida. Mis padres, mi familia y mi mujer me han querido de la manera más hermosa que se puede querer a alguien: libre. Aunque eso suponga en su caso que un día pueda haber una llamada que les diga ‘no va a volver’. Es un acto de generosidad del que yo no sé si sería capaz”.
Roberto y David, siempre libres, siempre generosos. Dos periodistas muertos en acto de servicio.