Archivo de mayo, 2021

Luna, Juan, Paco, Gabriel y todos los demás

Marruecos tiene la enorme habilidad de sacarnos de nuestras casillas, de ponernos al borde del sempiterno abismo, de ser la mano que nos mece a su antojo y en su beneficio. Y por mucho que nuestra ministra de Defensa crea que con España no se juega, lo cierto es que nuestro vecino del sur lo hace habitualmente y además siempre gana. Así de sencillo. Y no voy a entrar en quién tiene la razón de su parte, ni en si el Gobierno de Madrid ha estado o no acertado, si nuestra diplomacia ha fracasado o no, o si la oposición ha actuado con lealtad o no. Es secundario. La historia con nuestro presunto aliado siempre se repite, con pequeños matices, al margen de quien viva en Moncloa y siempre con el mismo resultado: ellos ganan y nosotros perdemos y da igual que sea por dar atención sanitaria al líder del Polisario, por nuestra posición respecto al Sáhara, porque le hacemos chistes a su rey o porque simplemente estamos ahí, al norte y nos hemos convertido en la meta soñada, en la entrada al paraíso de Messi y Cristiano con el que encender la imaginación de una ciudadanía sin apenas esperanza. Rabat hace demasiado tiempo que nos colocó esta soga en el cuello y en su mano está tirar de ella a su antojo.

Antes eran peces y ahora son seres humanos, antes no podíamos pescar y ahora saben positivamente que los vamos a rescatar –nuestra catadura moral nos impediría hacer lo contrario– antes de que se los trague el mar. Aparentemente ellos parecen jugar con ventaja porque no tienen nada que perder y nosotros, demostrado ha quedado, no queremos ganar cuando el perímetro que está en juego es el de la dignidad humana.

Pero tengo que decir que derrotas como esta me enorgullecen. Nuestros vecinos utilizan a sus conciudadanos como carne de cañón. Sus fuerzas de seguridad les abren las puertas del infierno para que se despeñen o les indican el camino del espigón sin importarles el agujero negro que les espera después. La otra cara de la moneda nos muestra como nuestros voluntarios, militares, policías, legionarios y guardias civiles están ahí para rescatarles de las entrañas del averno o de las frías aguas del Mediterráneo. Y como no tienen comportamientos éticos que salvaguardar, ellos siempre se van a salir con la suya frente a quienes creen, creemos, en el valor supremo de la vida.

(REDUAN / EFE)

No todo debería valer en el rifirrafe diplomático. Resulta obsceno que haya sido el ministro de Derechos Humanos marroquí el que se ha encargado de decir que su país simplemente se ha defendido de lo que ellos entienden como ataques españoles. Y qué mejor forma de hacerlo que utilizando a mujeres, hombres, niñas y niños como arma arrojadiza, como fuerza de choque, como marionetas de un régimen corrupto para el que todo está permitido, incluso bombardear con seres humanos.

Frente a tanta barbarie nosotros nos hemos encomendado a Luna, Juan, Paco, Gabriel y todos los demás. Ellos han sido los buenos de esta mala historia. Mujeres y hombres de Cruz Roja y otras organizaciones humanitarias, de la Policía, de la Guardia Civil, del Ejército y de la Legión que no han dudado en dejarse la piel por aquellos que salvo la sangre que recorre sus venas nada tienen excepto la capacidad de soñar.


(Guardia Civil)

El abrazo de Luna, voluntaria de Cruz Roja, a un muchacho tembloroso que se deshacía entre lágrimas, tras ser rescatado de las aguas, nos emocionó hasta tal extremo que preferimos borrar de nuestra memoria algunos comentarios vejatorios y repugnantes que hemos leído y que nos viene a confirmar algo tan sencillo como que realmente existe una gran diferencia entre los buenos y los malos.  De los muy buenos son también Juan y Paco: el buzo de la guardia civil salvó de ahogarse a un bebé y la imagen de ambos ya ha dado la vuelta al mundo, mientras que el legionario tuvo que multiplicarse para coger a otros recién nacidos que algunas madres les lanzaban a él y a sus compañeros ante el temor de que se cayeran al mar. Otro muy bueno es Gabriel, legionario también, que tuvo que cargar sobre sus espaldas a un pequeño y luego a otro que se habían quedado atrapados y atemorizados en lo alto de la valla fronteriza.

Pero Luna, Juan, Paco y Gabriel no están solos porque detrás de ellos están todos los demás, muchos y muy buenos, imprescindibles siempre, héroes anónimos y silenciosos, orgullosos de lo que son y de lo que hacen. Y que seguirán estando ahí cuando, más pronto que tarde, Marruecos nos vuelva a lanzar seres humanos de punta.

(ATLAS)

Jordi Pujol y los nidos voladores

Ahora que la familia real catalana va a sentarse en el banquillo de los acusados de la Audiencia Nacional es necesario recordar aquél dardo envenenado lanzado en 2014 por el cabeza visible y pensante de la dinastía. “Cuando se sacuden las ramas del árbol se pueden caer todos los nidos”, dijo Jordi Pujol i Soley al verse obligado a rendir cuentas al Parlament tras descubrirse que durante 34 años su familia mantuvo 140 millones de pesetas en el extranjero, lejos del alcance de Hacienda.

Jordi Pujol en su segunda comparecencia en la comisión de investigación sobre fraude y evasión fiscal en el Parlamento catalán, en febrero de 2015. (ANDREU DALMAU / EFE)

Y cierto es que los nidos cayeron y salieron volando, que todavía hoy siguen volando. Ahí arrancó, con esa amenaza nada velada y de la mano de Artur Mas, el hijo político del monarca destronado, la deriva independentista que sigue controlando la política catalana y condicionando la española. El miedo a la Justicia, y quizá a la cárcel, provocó una sacudida de tal magnitud que nos trajo, no se sabe bien si por acción u omisión, el referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017, la República Catalana del 27 de ese mismo mes y una situación de enfrentamiento perpetuo entre Barcelona y Madrid, sin visos de solución en el horizonte.

Pero no es por nada relacionado con esto por lo que Jordi Pujol, su esposa Marta Ferrusola y sus siete hijos –Jordi, Marta, Josep, Pere, Oriol, Mireia y Oleguer– van a ser juzgados. No. No tiene nada que ver ni con nacionalismos ni con independencias. Serán acusados por algo mucho más vulgar, íntimo y personal; y por supuesto menos elevado y alejado de cualquier ideal político. Por robar, vamos; por montar una “red de clientelismo” con la que ganaron “ingentes cantidades de dinero” procedentes de la corrupción. “Organización criminal, asociación ilícita, blanqueo de capitales, delito contra la Hacienda pública, falsedad documental y frustración de la ejecución”, según el auto de la Sala de lo Penal.

Por todo esto, la Fiscalía Anticorrupción acaba de pedir 9 años de cárcel para el ex president, 29 para su hijo Jordi, 14 para Josep y 8 para Oriol, Oleguer, Pere, Marta y Mireia Pujol Ferrusola. Pide también que no se siente en el banquillo a la matriarca del clan, Marta Ferrusola, por la grave enfermedad degenerativa que padece, aunque le otorga un papel fundamental en la gestación y funcionamiento de la lucrativa trama corrupta.

Marta Ferrusola ante la comisión de investigación en febrero de 2015. (Alberto Estévez / EFE)

Hablamos de obscenas cantidades de dinero que parecían caídas del cielo, de bolsas de billetes que viajaban de un lado para otro, de colecciones de automóviles de lujo, de cuentas en paraísos fiscales de medio mundo y de inversiones multimillonarias en el otro medio. Muchos se han preguntado de dónde salía tanto y tanto dinero. De donde no salió, seguro, es de esa herencia que les dejó el abuelo Florenci, por mucho que la quieran presentar como la madre de todas las gallinas de los huevos de oro. La Fiscalía está convencida de poder demostrar que la familia Pujol operó corruptamente, en medio de una total impunidad, al amparo de los 23 años en los que el cabeza de familia fue president de la Generalitat.

Pero para que el castillo se fuera haciendo cada día más inexpugnable y el salvoconducto más incontestable, mirar para otro lado se convirtió prácticamente en una razón de Estado. Los gobiernos de Madrid, tanto del PSOE como del PP, siempre dieron cobertura a todo aquello que llegaba de Cataluña. Y mucho más si implicaba a la familia del molt honorable president. Carta blanca. Hablamos de tiempos en los que ambos partidos, no sólo el popular, hablaban catalán en la intimidad; tiempos en los que llevarse bien con la Convergencia de Pujol, o con sus herederos después, significaba estabilidad a ambos lados de la frontera. Y oír, ver y callar era la opción más segura para todos.

Para Pujol i Soley, hombre de una inteligencia privilegiada, Cataluña siempre ha sido su gran armadura para defenderse de las consecuencias de sus dislates. Ya se presentó como “una víctima del Estado español” cuando en 1982 tuvo lugar la bancarrota de Banca Catalana, entidad de la que fue vicepresidente ejecutivo hasta que abandonó el puesto para presentarse a las elecciones que lo coronarían como president de la Generalitat. La quiebra le costó al erario público 345.000 millones de pesetas, y aunque los fiscales José María Mena y Carlos Jiménez Villarejo presentaron una solvente y documentada petición de procesamiento contra Pujol, que ya reinaba en la Casa dels Canonges, y otros 17 directivos del banco por presuntos delitos de apropiación indebida, falsedad en documento público y maquinación para alterar el precio de las cosas, el pleno de la Audiencia de Barcelona desestimó el procesamiento –33 magistrados frente a 8– al estimar que no había indicios racionales de criminalidad.

Entonces y siempre la utilización de Cataluña y el “Madrid nos roba” que nació, creció y se desarrolló bajo su tutela, ha sido el manto bajo el cual todo era posible. Y cuando alguna nube se avistaba en el horizonte de los intereses familiares, el nacionalismo, primero, y la independencia, después, se convertían en el arma arrojadiza que siempre hacía temblar al Estado. Y cuando el miedo entraba en acción el resultado era siempre el mismo, indistintamente de quien viviera en Moncloa: más dinero y competencias para Cataluña y más protección para la familia del president. Qué tiempos aquellos en los que, con el mismo énfasis, se apoyaban las emociones colectivas y las fortunas privadas, como muy bien reflejó El Roto en una famosa viñeta.

Un alto porcentaje de las pretensiones independentistas de Cataluña ha pasado siempre por la faltriquera de Jordi Pujol y su ‘organización criminal’. Él ha sabido manejar de manera sobresaliente los anhelos legítimos de una parte del pueblo catalán para adaptarlos a unas circunstancias que siempre han fluctuado en función de sus intereses. Ahora tendrán que venir a Madrid, el eje del mal por excelencia, para rendir cuentas ante la Justicia española. Y los nidos, aunque siguen por los aires, no parece que puedan ser capaces de evitar ya que el cielo se pueda desplomar sobre sus cabezas. Salvo que el antaño honorable tenga aún más árboles que sacudir.

Yo, Ayuso

Isabel Díaz Ayuso, lo malo conocido según una compañera de siglas, se ha bastado para sumar mucho más que las tres izquierdas de Madrid juntas. Y aunque no lo sea formalmente, el resultado tiene el efecto de una holgada mayoría absoluta. Ha ganado en 177 de los 179 municipios de la comunidad, en zonas de clase alta, media y baja; ha sumado 900.000 votos más que en 2019, ha triplicado su apoyo en el ‘cinturón rojo’ y se ha impuesto en todos los distritos de la capital. Ha multiplicado casi por tres los votos de Más Madrid y PSOE y por más de seis los de Podemos. Poco hay que añadir, salvo que además no va a necesitar a la siempre inquietante ultraderecha para gobernar estos dos próximos años. De una sola tacada ha acabado con Ciudadanos, ha echado definitivamente de la política a Iglesias, ha hundido en la miseria al PSOE, ha bloqueado a Vox y ha troleado a Pedro Sánchez. Y todo esto siendo intelectualmente escueta, según proclama Tezanos.

La otrora virgen gótica se ha olvidado del postureo, las meteduras de pata, el falso luto y las lágrimas de cocodrilo. También ha dejado en casa el ‘efecto Tamagotchi’ y en dos años ha pasado de obtener el peor resultado de la historia del PP en la Comunidad de Madrid a enfrentarse cuerpo a cuerpo al presidente del Gobierno, ganarle por amplio margen y cosechar la que posiblemente es la mejor victoria de los populares y no sólo en votos. Cierto es que su porcentaje es inferior a los obtenidos por Gallardón y Aguirre, pero también lo es que entonces no existían ni Vox ni Ciudadanos. 460.000 votos entre ambos este 4M.  Con este bagaje, Ayuso ha obtenido algo más que una simple victoria, ha dejado de ser un ‘meme’ y cree haberse ganado el derecho a seguir su propio camino.

Ella, y no su partido, ha sido la principal triunfadora de la jornada electoral. “Me presento yo. El proyecto lo encabezó yo. La Comunidad me la he echado a las espaldas yo”, dijo en una entrevista radiofónica y a nadie se le escapa el mensaje que dejaba entrever tamaña sentencia. Durante la campaña no ha utilizado a ningún expresidente y a Casado le ha dejado el papel de telonero en tan sólo dos mítines. Es indudable que ha nacido una estrella en la derecha española y no lo es tanto que quiera brillar sólo en Madrid. Por si fuera poco, está convencida de que España le debe ya más de una.

Además, y pese a los abrazos de este martes en el balcón de las victorias de Génova 13, no se descartan tiranteces –como las que hubo en la preparación de la campaña electoral– entre la cúpula del PP y el entorno de la presidenta triunfante. Miguel Ángel Rodríguez, mentor y mano derecha e izquierda de la nueva lideresa del PP, ha sido tachado, incomprensiblemente según los militantes de toda la vida, como ‘persona non grata’ por parte de la dirección del partido y todo parece indicar que las escaramuzas no han hecho más que empezar.

La verborrea un tanto simple y caliente de la presidenta popular, su defensa de una desconocida hasta el momento identidad madrileña y su capacidad para atraer a  un sector importante del ‘antisanchismo’ creciente, que nunca había votado PP, ha provocado una participación histórica y ha dado a estos comicios un perfil casi plebiscitario. Los ciudadanos querían votar no sólo a favor de la candidata popular, que por supuesto, sino también en contra del presidente del Gobierno, esclavo sin duda de una desacertada gestión de la pandemia.

Y bajo estos parámetros, Ayuso se ha desenvuelto mucho mejor que su oponente y le ha soltado a Sánchez un bofetón de los que suenan y duelen, de esos que te dejan escocido y te marcan la cara. Y no va a ser el último. Madrid sigue siendo la espina clavada, la asignatura pendiente de los socialistas y ahora también la del propio presidente. Los datos del 4M hablan por sí solos y señalan que él es tan despreciado como apreciada resulta ella.

Además del indudable ‘efecto Ayuso’, deberían preguntarse Pedro Sánchez y su partido qué han hecho tan rematadamente mal para que un porcentaje relevante de antiguos votantes del PSOE le hayan dado su apoyo a alguien tan de derechas como la candidata popular. Y qué han hecho tan rematadamente mal para perder 274.000 votos en la comunidad, en sólo dos años, y ser incapaces de pescar alguno de los 500.000 que se ha dejado Ciudadanos en este mismo tiempo. Y preguntarse una vez más por qué siguen equivocándose a la hora de elegir candidatos que siempre resultan ser de aluvión, de esos que vienen y van sin dejar huella alguna, transparentes cuando no invisibles, que nunca suman, que incluso parecen restar. Madrid sigue siendo para los socialistas un libro cerrado que nunca han sabido abrir y mucho menos leer, una especie de roca Tarpeya por la que siguen despeñándose, elección tras elección.

Demostrará escasa inteligencia el PSOE si, como parece, circunscribe el castañazo recibido a los bares, las tapas y las cañas o a los campos de concentración como ha hecho un tanto ridículamente la vicepresidenta Carmen Calvo. Esta vía, además de conducirles a la melancolía y al autoengaño, confirma que es más grave de lo que parece su desconexión con la realidad y pone en peligro, de cara al futuro, la vuelta a casa de muchos de los nuevos votantes de la presidenta madrileña que hasta hace cuatro días votaban al PSOE y a quienes no van a recuperar llamándoles fascistas.

Y en medio de esta escabechina socialista, Isabel Díaz Ayuso, con un discurso populista, inconexo y algo atrabiliario, según sus detractores, pero muy eficaz electoralmente hablando, ha llegado donde no llegaba ningún líder político desde hace muchos años, se ha llevado los votos de unos y otros, ha puesto al presidente del Gobierno y al de su partido al borde de sendos ataques de nervios y le ha devuelto al Partido Popular la fe y la esperanza que la corrupción a espuertas se había llevado por delante.

Isabel Díaz Ayuso el pasado miércoles 5 de mayo en la sede del PP. (EFE/EPA/DAVID MUDARRA)