Estamos condenados al indulto sin juicio previo. De nada parece servir la Ley con mayúscula, el Tribunal Supremo y la Fiscalía General del Estado; de nada tampoco la dignidad y el sentido común; de nada que el autoindulto sea, además de ilegal, una farsa y un insulto colectivo; de nada resaltar que no se puede indultar porque sí a un familiar, a un amigo o al principal dirigente del partido que te mantiene como presidente del Gobierno. Que no puede el gobernante perdonarse a sí mismo y que no se puede perdonar, además, a quien no quiere ser perdonado ni tampoco a quién no cree que haya cometido ninguna ilegalidad y por lo tanto está predispuesto para volver a intentarlo a la mínima oportunidad; que no se puede llamar a la justicia venganza y que hacer que se cumplan las penas por el delito cometido nunca puede ser considerado revancha. La siempre inquietante razón de Estado lo es mucho más cuando se transmuta en razón de Gobierno.
También se ha dicho que el indulto político de los independentistas que quisieron poner patas abajo el orden constitucional servirá para cerrar heridas, volver a la senda del diálogo, de la cordura y de la esperanza; que hay que ser generosos, olvidarnos del pasado y saber perdonar por un futuro de concordia entre todos; que ya llevan tres años y medio encarcelados y que mantener en prisión a los condenados aumentaría aún más el enfrentamiento y la distancia que separa a muchos catalanes de España. O como dijo este lunes Sánchez, “será una decisión que nos permita transitar de un mal pasado a un futuro mejor”. Ojalá sea así aunque el panorama que se vislumbra o adivina no invite al optimismo general.
Ante este argumentario de Moncloa no son pocos, juristas especialmente pero no solo, los que están convencidos de que cualquier perdón confirmará su victoria, dará alas a los independentistas y revitalizará el movimiento. Es más: la gracia demostrará que para algunos saltarse la ley puede tener ventajas y que Cataluña no es una comunidad autónoma como las demás y que por lo tanto debe ser tratada de forma diferente. Y esto lo piensa no sólo la derecha cavernosa que se citó y volverá a citarse en Colón y que para nada representa a otros muchos ciudadanos contrarios a los indultos, sino destacados dirigentes socialistas: los viejos de toda la vida y algunos barones actuales lo han dicho abiertamente, mientras que algunos de la nueva ola callan para que Moncloa o Ferraz, que ya es lo mismo, no se los lleve por delante.
Estamos ante el presidente más liante de nuestra democracia reciente. El hombre que cambia de opinión con una solvencia sorprendente y siempre, a la vista está, pensando más en sus intereses personales que en el tan manido bien común. El hombre que un mes antes de las últimas elecciones generales, siendo presidente del Gobierno en funciones, dijo a los ciudadanos que tenían que ir a votar que estaba a favor del cumplimiento íntegro de las penas y que ahora afirma, cuando no hay elecciones hasta dentro de por lo menos dos años y medio, que la venganza y la revancha no son “valores constitucionales”.
Hay quien trata de poner en valor la “valiente” decisión del presidente y destacar el “coraje” que supone llevar a cabo un indulto con el inmenso gasto que le va a suponer, electoralmente hablando. Pero eso es hacer trampas y no conocer el cortoplacismo en el que tan bien se desenvuelve el líder socialista: Sánchez nunca ha sido un hombre de tiro largo sino más bien todo lo contrario. Su ‘gurú’ de bolsillo suele decir que hay que gobernar semana a semana y bajo esta premisa quedan muchísimas hasta finales de 2023 cuando los ciudadanos tengan que volver a votar. Y para entonces es casi seguro que más de un conejo habrá salido de su siempre prodigiosa chistera.
“Creo que los indultos no están para hacer política –ha escrito Elisa de la Nuez, abogada del Estado y secretaria general de la Fundación Hay Derecho– y es fácil que cuando así sea el Tribunal llamado a revisarlos pueda detectar un fuerte componente de arbitrariedad (o si se prefiere de oportunismo político o partidista) y que además le resulte difícil encuadrarlo en los conceptos jurídicos indeterminados de equidad, justicia o utilidad social que emplea la Ley. En suma, desde el punto de vista del Estado de Derecho, el menoscabo que se produce inevitablemente con un indulto de estas características no se ve compensado con ningún beneficio para los intereses generales, aunque tengan interés para un partido o partidos determinados”.
Salvando todas las distancias es como si se indulta, sin todas las garantías que prevé la ley, a un pirómano, a un cleptómano o a un maltratador. Es seguro que tras salir de prisión el pirómano vuelva a las cerillas, el cleptómano a meterse en el bolsillo lo que no es suyo y el maltratador a las hostias. ¿Se acuerdan de la fábula de la rana y escorpión? Pues el independentista no podrá evitar –así lo ha dicho y es de admirar su sinceridad y valentía al reconocerlo– volver a intentarlo, no podrá dejar de ser quien es ni actuar en contra de su naturaleza. Se nos viene encima el ‘procés 2.0’ y sólo nos queda esperar que no se nos lleve barranco abajo.
Por ese barranco por el que se tiraría sin dudarlo Iván Redondo si su jefe se lo pidiera. Por ese barranco de decorado televisivo que el hombre que todo lo sabe ha plagiado del mismísimo Aaron Sorkin para locura de sus incondicionales, periodísticos especialmente. Creíamos que con Iglesias se habían acabado la mitomanía de las series en la política española, pero no hemos tenido tanta suerte; el gran asesor ha copiado al creador de El Ala Oeste de la Casa Blanca para sumar otra genialidad a su ya lustroso catálogo. En el capítulo 3 de la sexta temporada de la citada serie, Leo Mc Garry, jefe de gabinete del presidente Bartlet, le pregunta a este si recuerda lo qué le dijo cuando le ofreció el puesto. “Necesito que te tires por un barranco”, le contestó entonces el primer mandatario norteamericano. Y por ese barranco de cartón piedra ideado por Aaron Sorkin pero trasladado a la imaginaria ala oeste de Moncloa siguen Redondo y su jefe en caída libre, sin freno alguno pero con la inestimable ayuda del Boletín Oficial del Estado, la razón de Gobierno que todo lo puede.