Archivo de septiembre, 2021

El PP, Casado, Ayuso y MAR

El vértigo se ha apoderado de Pablo Casado. El rictus que se le ha quedado a cuenta del deseo del Isabel Díaz Ayuso de ser ya presidenta del PP madrileño sumado a un ligero, pero perceptible, cambio de rumbo en algunas encuestas independientes ha hecho trastabillar al líder popular. Lo que hasta el momento parecía ser un camino despejado hacia la Moncloa se ha convertido en un empedrado cuyo grado final de dificultad aún está por verse. Y si bien el optimismo con el que su equipo había rodeado al presidente era a todas luces tan presunto como desproporcionado, la inquietud reciente por el deseo de la lideresa madrileña de pretender hacerse con lo que cree que le corresponde es tan tangible como real y ha llenado de más dudas e incertidumbre si cabe a quien creía que llegar a ser presidente del Gobierno de España era tan sólo cuestión de tiempo.

El presidente del Partido Popular, Pablo Casado, clausurando el XXV Congreso Extraordinario de la European Seniors’ Union, este viernes. (EFE/ Rodrigo Jiménez)

No es nueva la tensión entre Casado y Ayuso. Muy atrás queda ya la fecha en la que el presidente popular eligió a dedo a una semidesconocida para encabezar la lista del partido a la Comunidad de Madrid y que desembocaría, para sorpresa de todos, especialmente de Génova, con Díaz Ayuso en la Puerta del Sol. Los primeros abrazos se acabaron cuando la recién llegada fichó a Miguel Ángel Rodríguez –MAR para amigos y enemigos– como su jefe de Gabinete. Y a partir de entonces, se acabaron las buenas relaciones

La planta noble de Génova no soporta a MAR y MAR, dicho sea de paso, desprecia a los actuales gestores populares.  Éstos creen que es el gurú de la estrategia de enfrentamiento de Ayuso con Sánchez que tan buenos réditos le ha dado a la presidenta y que ha dejado en evidencia en no pocas ocasiones al líder popular; le acusan de estar detrás del anuncio de su patrocinada de optar ya a la presidencia del PP de Madrid sin esperar al año que viene como quería la dirección del partido, de provocar un problema que no debería haber existido y de haber dinamitado con ello la buena marcha de los populares. Y esto nos lleva, para concluir, al miedo final que subyace detrás de las bambalinas, que no es otro que el hipotético interés que la presidenta de la Comunidad de Madrid pudiera tener en disputarle el liderazgo nacional a su presidente.

Está claro que la mano de MAR está detrás de la mejor Isabel Díaz Ayuso, electoralmente hablando. El éxito del pasado 4 de mayo fue el resultado de la notable transformación de una presidenta que pasó de iniciar su mandato de forma errática, por decirlo educadamente, a convertirse en la verdadera y única oposición al presidente del Gobierno durante muchos meses.

Si España le debe una a Ayuso es evidente que ésta le debe más de dos al hombre que acompañó a José María Aznar en su viaje a la Moncloa.  Ella ha crecido de su mano y por eso siempre ha declinado cualquier sugerencia de Teodoro García Egea para que se desprenda de su profesor Higgins particular.

Es evidente que la estrategia de Ayuso de enfrentarse directamente a Pedro Sánchez resultó un éxito incontestable en todos los aspectos. Y también que está en su derecho de intentar ser la ‘jefa’ del PP de Madrid como lo son de sus territorios todos los presidentes autonómicos del partido. Pero nadie pone en duda tampoco que pretender adelantar estos comicios de andar por casa es una pequeña provocación para llenar de inquietud a los inquilinos de la planta noble de Génova y para que se hiciera visible, como así ha sido, una cierta debilidad en el equipo del presidente y en el propio Casado. Quién sabe si no han sido estos los verdaderos motivos del sorprendente y extemporáneo anuncio; quién sabe si con esta pequeña maldad de MAR sólo se ha pretendido agitar el avispero y alumbrar determinadas debilidades a las puertas del conclave presidencialista de Valencia. También es cierto que si la dirección nacional no hubiera entrado al trapo del globo sonda lanzado por Ayuso, con una negativa demasiado rápida y acalorada que sonaba a pánico e incitaba a la pelea, nada de todo esto habría sucedido y Casado se habría ahorrado el sofoco.

Lo cierto es que los recientes datos del barómetro político de DYM para 20minutos dejan al descubierto esta debilidad de los populares y de su líder. Por una parte, el PSOE ha recortado su distancia con el PP hasta casi un empate técnico; desde julio, los socialistas han subido dos puntos, los mismos que prácticamente han retrocedido los populares. Y por otro lado, el sondeo de DYM también nos dice que Pablo Casado es el segundo líder peor valorado, sólo por delante de Santiago Abascal, y que la fortaleza de su liderazgo en el PP apenas supera a la de Inés Arrimadas en Ciudadanos.

Después de las dos derrotas de abril y noviembre de 2019 a Pablo Casado le queda una sola bala para finales de 2023 y Ayuso, de entrada, no se la va a intentar quitar de las manos. Además, todas las encuestas salvo la del CIS le da por ahora mayoría al PP sumando con VOX. Ella ha dicho públicamente que su camino no pasa por la Moncloa ni por disputarle el liderazgo a Casado, pero no hay que descartar que un futuro tsunami político en Génova 13 la llevara a replantearse sus prioridades que hasta la fecha empiezan y acaban, dice, en la Comunidad de Madrid. Si esto sucediera, si cayera en la tentación de querer volar más alto, haría bien en recordar la actual inquilina de la Puerta del Sol el ‘papelón’ que hizo Esperanza Aguirre en el congreso popular de Valencia de 2008, cuando se dio cuenta, demasiado tarde, de que Madrid no es España y de que una cosa es predicar y otra muy distinta dar trigo, que dice el rico refranero español.

Isabel Díaz Ayuso el pasado viernes en la inauguración del Paseo de la Fuente del Cura, en Miraflores de la Sierra. (Rafael Bastante/Europa Press)

Un país de odiadores

Vuelvo a leer Emociones corrosivas, de Ignacio Morgado, catedrático de Psicobiología del Instituto de Neurociencia en la Facultad de Psicología de la autónoma de Barcelona. Y vuelvo a subrayar esta frase: “Desgraciadamente el odio, la peor y más peligrosa de todas las emociones corrosivas, es casi siempre un camino sin retorno, un billete sólo de ida, pues dejar de odiar es siempre difícil, muy difícil”.

(GTRES)

Y vuelvo a pensar lo mismo que la primera vez que lo leí a finales de 2017: que desgraciadamente somos, o lo parecemos, un país de odiadores potenciales que posiblemente no tenga solución; que sin saber muy bien por qué hemos instalado un odio excesivo en nuestra vida cotidiana, que siempre vamos con la faca en la mano y el ‘no’ en la boca. Un país en el que resulta demasiado fácil demonizar al otro, tachar de detestable a quien no va por nuestro camino, a quien no piensa como nosotros, a quien es diferente, especialmente al diferente. Ventilamos con ira nuestra rabia y sacamos a relucir lo peor de nosotros mismos que siempre resulta infinitamente peor de lo que creemos. Vivimos lastrados por ese gen canalla y barriobajero que lo pudre todo y que a lo peor nos acompaña como un maleficio desde que nacemos, por ese odio de amplio espectro que nos viene persiguiendo a lo largo de toda nuestra historia como tribu.

Todos deberíamos estar obligados a luchar contra los eventuales gérmenes del odio colectivo, dejó dicho Václav Havel antes de irse. Pero vivimos tiempos en los que un sector muy importante de nuestra clase política no parece muy dispuesta a aplicarse el cuento y apuesta justo por lo contrario, por el enfrentamiento, por la agitación permanente del avispero, por soliviantar desde el otro lado del ring. Son ellos los que con sus palabras y acciones instigan con demasiada frecuencia al odio y a la muerte civil de los odiados, a la aniquilación del adversario en base a ese odio ancestral. Y todo en busca de unos réditos mezquinos que finalmente nos acaban conduciendo a ese camino sin retorno del que habla Morgado.

Pero nosotros tampoco somos inocentes porque mirar para otro lado no es suficiente. Banalizamos las consecuencias de nuestra estupidez y lanzamos en demasiadas ocasiones esa primera piedra sin caer en la cuenta de que una vez inoculado el veneno resulta prácticamente imposible frenar su expansión.

Vuelvo también a don Antonio Machado quien nos dejó escrito en sus Proverbios y Cantares –pido disculpas por tanta cita pero en determinadas cuestiones es mejor leer a los que realmente tienen algo inteligente que decir– que somos un país que “de diez cabezas, nueve embisten y una piensa”. Pues bien, necesitamos urgentemente dar con esas cabezas que piensan, aunque sean en la desigual proporción de uno a nueve, porque a las que embisten, a las que sólo viajan con el billete de ida, a las que se aferran al odio como estandarte, ya las vamos teniendo identificadas.