Yo, Ayuso

Isabel Díaz Ayuso, lo malo conocido según una compañera de siglas, se ha bastado para sumar mucho más que las tres izquierdas de Madrid juntas. Y aunque no lo sea formalmente, el resultado tiene el efecto de una holgada mayoría absoluta. Ha ganado en 177 de los 179 municipios de la comunidad, en zonas de clase alta, media y baja; ha sumado 900.000 votos más que en 2019, ha triplicado su apoyo en el ‘cinturón rojo’ y se ha impuesto en todos los distritos de la capital. Ha multiplicado casi por tres los votos de Más Madrid y PSOE y por más de seis los de Podemos. Poco hay que añadir, salvo que además no va a necesitar a la siempre inquietante ultraderecha para gobernar estos dos próximos años. De una sola tacada ha acabado con Ciudadanos, ha echado definitivamente de la política a Iglesias, ha hundido en la miseria al PSOE, ha bloqueado a Vox y ha troleado a Pedro Sánchez. Y todo esto siendo intelectualmente escueta, según proclama Tezanos.

La otrora virgen gótica se ha olvidado del postureo, las meteduras de pata, el falso luto y las lágrimas de cocodrilo. También ha dejado en casa el ‘efecto Tamagotchi’ y en dos años ha pasado de obtener el peor resultado de la historia del PP en la Comunidad de Madrid a enfrentarse cuerpo a cuerpo al presidente del Gobierno, ganarle por amplio margen y cosechar la que posiblemente es la mejor victoria de los populares y no sólo en votos. Cierto es que su porcentaje es inferior a los obtenidos por Gallardón y Aguirre, pero también lo es que entonces no existían ni Vox ni Ciudadanos. 460.000 votos entre ambos este 4M.  Con este bagaje, Ayuso ha obtenido algo más que una simple victoria, ha dejado de ser un ‘meme’ y cree haberse ganado el derecho a seguir su propio camino.

Ella, y no su partido, ha sido la principal triunfadora de la jornada electoral. “Me presento yo. El proyecto lo encabezó yo. La Comunidad me la he echado a las espaldas yo”, dijo en una entrevista radiofónica y a nadie se le escapa el mensaje que dejaba entrever tamaña sentencia. Durante la campaña no ha utilizado a ningún expresidente y a Casado le ha dejado el papel de telonero en tan sólo dos mítines. Es indudable que ha nacido una estrella en la derecha española y no lo es tanto que quiera brillar sólo en Madrid. Por si fuera poco, está convencida de que España le debe ya más de una.

Además, y pese a los abrazos de este martes en el balcón de las victorias de Génova 13, no se descartan tiranteces –como las que hubo en la preparación de la campaña electoral– entre la cúpula del PP y el entorno de la presidenta triunfante. Miguel Ángel Rodríguez, mentor y mano derecha e izquierda de la nueva lideresa del PP, ha sido tachado, incomprensiblemente según los militantes de toda la vida, como ‘persona non grata’ por parte de la dirección del partido y todo parece indicar que las escaramuzas no han hecho más que empezar.

La verborrea un tanto simple y caliente de la presidenta popular, su defensa de una desconocida hasta el momento identidad madrileña y su capacidad para atraer a  un sector importante del ‘antisanchismo’ creciente, que nunca había votado PP, ha provocado una participación histórica y ha dado a estos comicios un perfil casi plebiscitario. Los ciudadanos querían votar no sólo a favor de la candidata popular, que por supuesto, sino también en contra del presidente del Gobierno, esclavo sin duda de una desacertada gestión de la pandemia.

Y bajo estos parámetros, Ayuso se ha desenvuelto mucho mejor que su oponente y le ha soltado a Sánchez un bofetón de los que suenan y duelen, de esos que te dejan escocido y te marcan la cara. Y no va a ser el último. Madrid sigue siendo la espina clavada, la asignatura pendiente de los socialistas y ahora también la del propio presidente. Los datos del 4M hablan por sí solos y señalan que él es tan despreciado como apreciada resulta ella.

Además del indudable ‘efecto Ayuso’, deberían preguntarse Pedro Sánchez y su partido qué han hecho tan rematadamente mal para que un porcentaje relevante de antiguos votantes del PSOE le hayan dado su apoyo a alguien tan de derechas como la candidata popular. Y qué han hecho tan rematadamente mal para perder 274.000 votos en la comunidad, en sólo dos años, y ser incapaces de pescar alguno de los 500.000 que se ha dejado Ciudadanos en este mismo tiempo. Y preguntarse una vez más por qué siguen equivocándose a la hora de elegir candidatos que siempre resultan ser de aluvión, de esos que vienen y van sin dejar huella alguna, transparentes cuando no invisibles, que nunca suman, que incluso parecen restar. Madrid sigue siendo para los socialistas un libro cerrado que nunca han sabido abrir y mucho menos leer, una especie de roca Tarpeya por la que siguen despeñándose, elección tras elección.

Demostrará escasa inteligencia el PSOE si, como parece, circunscribe el castañazo recibido a los bares, las tapas y las cañas o a los campos de concentración como ha hecho un tanto ridículamente la vicepresidenta Carmen Calvo. Esta vía, además de conducirles a la melancolía y al autoengaño, confirma que es más grave de lo que parece su desconexión con la realidad y pone en peligro, de cara al futuro, la vuelta a casa de muchos de los nuevos votantes de la presidenta madrileña que hasta hace cuatro días votaban al PSOE y a quienes no van a recuperar llamándoles fascistas.

Y en medio de esta escabechina socialista, Isabel Díaz Ayuso, con un discurso populista, inconexo y algo atrabiliario, según sus detractores, pero muy eficaz electoralmente hablando, ha llegado donde no llegaba ningún líder político desde hace muchos años, se ha llevado los votos de unos y otros, ha puesto al presidente del Gobierno y al de su partido al borde de sendos ataques de nervios y le ha devuelto al Partido Popular la fe y la esperanza que la corrupción a espuertas se había llevado por delante.

Isabel Díaz Ayuso el pasado miércoles 5 de mayo en la sede del PP. (EFE/EPA/DAVID MUDARRA)

 

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