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Tiene fobia a los botones y se queda paralizada cada vez que ve uno

Quienes me vais conociendo un poco sabéis que yo trabajo en España por error. Primero porque me hicieron la beca sin querer y luego, viendo que ponía cara de perro pachón y que les salgo por cuatro bocadillos al mes, les dio pena prescindir de mis servicios. Segundo, porque mi hábitat natural está en un diario on line británico, o en la sección de sucesos de un medio estadounidense. Ahí es donde cuentan historias de las de verdad, de las que llegan al ciudadano, como la de hoy. Lástima que no sepa inglés (solo sé decir «my taylor is rich» y creo que eso fue lo que dijo Camps antes de meterse un buen lío, así que mejor me callo), si no… el puesto era mío.

Antes de empezar quiero confesar que yo siempre he sido un poco cabronías. Tengo una tía que sufre una fobia atroz a los reptiles, insectos y bichejos en general. Cuando digo fobia quiero decir que no soporta verlos fotografiados ni dibujados, que salta cuando ve una serpiente de plástico… ¿os hacéis a la idea? Bueno, pues cuando yo tenía unos ocho años ella se fue de vacaciones unos días y convencí a mi madre de que fuésemos a su casa para, aprovechando su ausencia, colgar de su pared una mosca de plástico gigante. No vimos la cara que puso cuando lo vio, pero tardó cosa de un minuto en llamarnos para decirnos: «¡Venid a casa, por favor, y quitadme eso de ahí». Qué tiempos…

Pues bien, yo era un encanto de crío comparado con la hija de Louisa Francis, Bobby (que también hay que tener mala leche para ponerle ese nombre a la cría, más aún viendo cómo se ha desarrollado con los años), que tiene 11 años y se dedica a putear hacerle la puñeta a mamá cada vez que puede. Algo que le resulta extremadamente fácil porque su madre, de 30 años, padece koumpounofobia. ¿Cómo, que no sabéis lo que es? (Obviamente sí lo sabéis, lo pone en el titular, pero no me rompáis este silencio dramático). *Silencio dramático* Pues la koumpounofobia es lo que se conoce como fobia o miedo irracional a los botones (a los de la ropa, no a los de los hoteles… a esos les tenemos miedo todos cuando estiran la mano a por propina y tú no llevas nada encima), algo que quizás pensáis que es estúpido o que me acabo de inventar, pero que es un problema mayor de lo que creemos.

He estado investigando (he buscado la palabra en Google, después de bajarme unas fotos de Perry el ornitorrinco y de hacer la quiniela) y es un mal bastante común. Incluso he localizado un blog de alguien que lo padece y trata de investigar el tema, hay grupos de Facebook e incluso una canción. Pero no nos desviemos (no todavía) del tema, que luego mis jefes me regañan (o me regañarían, si me leyeran… aquí no entran ni mis padres). Volvamos al caso de Louise ¡ay que rise María Louise!.

Louise siente pánico cada vez que ve un botón, se queda paralizada, algo que le resulta extremadamente hilarante a su hija, según recoge la prensa británica que también ha fotografiado a ambas haciendo chanzas sobre la situación: podemos ver a la pequeña Bobby con un bote lleno de botones y a su madre poniendo cara de susto y enfado, porque ahora, según confiesa Louise, ha aprendido a tomárselo «a broma», aunque no se ha quitado de encima el miedo.

Cuenta la leyenda (bueno, la leyenda no, la prensa inglesa) que esta mujer de Newcastle teme a los botones desde los siete años, después de participar en un juego donde había botones involucrados. Fijaos hasta dónde llega su acojone temor, que un día, cuando llegó a casa y encontró a su hija con un botón en la mano, Louise gritó y terminó arrinconada en una esquina de su casa, con su pequeña disfrutando de la escena. Supongo que la pobre madre no sabe si llamar a Supernanny o enviarla directamente al Kampamento Krusty.

En otra ocasión, esta mujer que no lleva ni un botón en la ropa, estaba comprando en un supermercado cuando vio que el cajero que estaba pasando su compra llevaba una pulsera hecha de botones. La pobre salió corriendo sin compra ni nada, bajo la atenta mirada del resto de clientes, que pensarían: «¡Coñe, Forrest Gump!».

Quizás creáis que ser koumpounofóbico (dicho así suena a insulto) es lo peor que te puede pasar, pero no. Entre otras fobias raras he encontrado la ablutofobia, o miedo a bañarse (es un mal endémico en el metro de Madrid), la bibliofobia, o miedo a los libros (una enfermedad que yo padezco desde mi más tierna hinfanzia) o la caliginefobia, o miedo a las mujeres guapas (lo que se conoce como «ni a pagafantas llegas, amigo»).

PD: Si tenéis algún miedo extraño es el momento de confesar, ahora que os podéis amparar en el anonimato 🙂

 

Esto no lo arregla ni Supernanny

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Tengo dudas. Hasta justo antes de arrancarme a escribir no sabía si tirar por este tema o por los montajes que ha dado de sí el policía del espray pimienta. Como lo del espray es un tema complicado y puede herir sensibilidades, al final he optado por niños traviesos, que al fin y al cabo suelen ser una apuesta segura. Arrancamos…

Yo fui un niño travieso, ya lo sabéis. Quizás no un gamberro, pero sí travieso. En mi historial cuento con un suicidio colectivo de juguetes que saltaron con mi ayuda por el balcón (entonces no existía Toy Story y no me sentía culpable) y con un bote de jabón que vacié en la bañera al grito de «espumita, espumita». No tenía canas, eran otros tiempos.

Sin embargo, nunca la lié de forma tan parda como estos dos muchachos que vais a ver a continuación. Cuenta la leyenda (la prensa internacional, pero bueno, con el paso será leyenda) que la madre de estas dos criaturas fue al baño. No me preguntéis por qué, seguramente no queréis olerlo saberlo, pero mamá tardó más de la cuenta hablando con Roca (el váter, no aquel de la corruptela marbellí). Quién sabe, a lo mejor llevaban tiempo sin verse o se quieren mucho. El caso es que cuando salió parecía que un muñeco de nieve había regurgitado dejando sus entrañas por todo el comedor (perdón por ser tan gráfico, es ella misma quien sugiere esto, más o menos, al final del vídeo).

Si alguna vez tenéis una bolsa de harina de dos kilos y no sabéis qué hacer con ella, os recomiendo que busquéis a dos niños, de uno y tres años como los del vídeo, se la entreguéis y digáis: «Pequeños, haced lo que sabéis». El resultado se aproximará, casi con toda seguridad, a esto:

No se salva nada. Bueno, el techo, porque no llegan, claro. Durante la batalla resultaron heridas las paredes, los cuadros, el sofá, una lámpara, el televisor, la ventana, el suelo, peluches… se hizo lo que se pudo, pero lamentablemente no hubo supervivientes. Los dos niños acabaron con todas las fuerzas enemigas y también con la paciencia y la cordura de su madre, que no pensaba que a la salida del baño el panorama pudiera ser así.

Supongo que hay varias soluciones, aunque no sé cuál es la mejor.

  • Podemos llamar a Supernanny y que se ponga manos a la obra. En unos seis o siete años a lo mejor mete en vereda a los niños.
  • Podemos llamar al encantador de perros. Quién sabe, a lo mejor los críos aprenden a hacer cosas interesantes con la harina… como mínimo, aprenderán a distinguir al macho alfa, que ya es algo.
  • Podemos llamar a Risto Mejide. Educarlos no los educará, pero a estos niños se les van a quitar las ganas de hacer este tipo de travesuras.
  • Podemos llamar a Trolly. Él se encargará de que la próxima vez la casa salte por los aires. Y a lo mejor le contrata una ADSL, que el trolly éste es muy suyo.

Así podría seguir hasta la extremaunción extenuación, pero como seguramente tenéis mejores cosas que hacer, os cuento que el vídeo va ya por el millón de visitas y que el momento del niño enseñando la bolsa vacía a la madre es realmente espectacular.

PD: ¿Os lo creéis o pensáis que la madre lo ha preparado todo para conseguir este viral?

PD2: Me da que mi sobrino va a dejar a la altura del betún todos mis récords de trastadas. ¡Es puro nervio!


Madison tiene nueve años y ha arruinado a su madre

Ahí la tenéis. Madison, una princesa que no es princesa pero que gasta tanto dinero como si lo fuera. La pequeña tiene nueve años y una ambición insaciable (ojo, antes de seguir… la culpa no es suya, porque con 9 años la pobre habrá hecho lo que le hayan dejado hacer).

La madre de la criatura, escocesa, está desesperada y se ha visto obligada a vender su casa después de que los gustos caros de Madison y su hermana mayor, Leah, hayan dejado a la familia en bancarrota.

Los caprichos son ropa a medida y tratamientos de belleza de hasta 4.400 euros al mes. El problema es que claro, la niña podrá ser pesada, pero no creo que desde que nació le pidiera a su madre tratamientos de belleza millonarios para ir por todo el mundo intentando ser una famosa modelo… suena más a capricho de mamá, ¿o no?

Como supondréis, una vez que estaba montada en el tren del lujo, la niña dijo que «tu tía» y ahora no hay Dios que la convenza de que no puede seguir así.

La solución que se le ha ocurrido a la madre, no os la perdáis, ha sido llamar a Supernanny (a la británica, como es lógico). ¿Puede la historia ser más surrealista? Pues sí. Justo antes de llamar a la cuidadora, la niña le escupió en la cara a la madre. Encantadora, ¿verdad?

Según la madre, ella animó a Madison a que participara en concursos de belleza porque «promueven las buenas costumbres» (O_O). Tengo serias dudas sobre qué desayunó la madre antes de decir esto a la prensa británica.

PD: Repito que me parece más culpa de la madre.

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