Al otro lado de la sierra

Estamos poniendo a calentar una salida para este mes que viene y más o menos ya queda claro por dónde no tirar, qué no hacer, qué no llevar y hasta cómo no comportarnos. La mala ventura hace que uno tienda cada vez más a rodearse de lobos solitarios, que gustan de correr en manada y a los que, afortunadamente, ya les ha llegado la hora de la tranquilidad. Uno, con síntomas aún no totalmente curados del síndrome de joderse las piernas por correr demasiado deprisa, tiene ya tarea para las próximas semanas.

Diseñar el trazado de esta simbólica senda, cartografiar para que luego el Niño Diabólico de los huevos diga que quiere él interpretar los mapas (y que nos costó un día casi 3 km extra, precisamente un día que habíamos escogido correr 50), y sondear de nuevo ese material de las grandes travesías que ahora yace un poco abandonado. La foto señala con el dedo dónde iremos a dar con los huesos en la salida: el Acueducto de Segovia, al que iremos en tren, para regresar hasta las poblaciones serranas de Madrid, atravesando por ese paso histórico que es la Fuenfría. El que quiera apuntarse, que mande un correo y así le enseñarenos a qué dedicamos nuestra optimista visión.

Uf, el material. Ha estado abandonado durante los meses del otoño. Apenas recuerdo la última carrera montesa. Tantos dosmiles nocturnos, tantos ritmos altos, tantas salidas urbanas… a ver en qué estado tenemos las riñoneras, mochila de ataque, mallas de ultrafondista, agujeros en los calcetines… ah, el material de las expediciones. De las huidas voluntarias ociosas, como las llamo yo. De esas miméticas pruebas de resistencia que los occidentales tenemos de vez en cuando para comprobar, con pavor, lo que duele cruzar tres valles, una cordillera, o dos provincias. Esas pruebas que otros hacen para buscar refugio de los machetazos, bombardeos o terremotos, o buscar agua potable o, sencillamente, buscar.

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