«Vieron al acusado en camiseta, desnudo de la cintura para abajo, sosteniendo su bicicleta y moviendo sus caderas hacia atrás y hacia delante».
Hace unos días, una comentarista llamada Lola me dijo: «Yo recuerdo la noticia del hombre pillado infraganti en su habitación de hotel fornicando con su bici, ¿fuiste tú?». Me hizo tanta ilusión que le prometí esta dedicatoria.
Efectivamente y sí. Yo investigué y publiqué esta información. El tipo en cuestión, Robert Stewart, había conseguido la condicional después de ser condenado a tres años de cárcel por mantener relaciones sexuales con su bicicleta. Al menos así lo contamos la BBC y yo.
Nadie reparó en pensar en el afán chivato de las empleadas del hotel que fueron con el cuento al dueño. Lo fácil era acusar al pobre bicisexual.
La noticia fue un éxito tan rotundo que tuve que aparcar un par de investigaciones sobre posibles filtraciones de CIA que me había encargado The New York Times (y mira que, aunque toque la cima, no me gusta decir que no a los que están empezando) para centrarme de lleno en el caso. Estuve dos días sin comer un sólo yogur de fresa, pero mereció la pena.
Yo había llegado a la redacción después de haberme tomado un café con leche y una rosquilla (no todo en la vida son los yogures de fresa). Entonces vi que una agencia publicaba una noticia de calado que el resto de medios había obviado. ¿Por qué? Acaso la 
Me había crecido. Había pasado ya un mes y descubrí que en la prensa internacional informaba de Watergates constantemente. ¡Y en España los pasábamos por alto! Así llegaron 
Después de aquello estuve un tiempo prudencial escondiéndome, agazapado con mis comentarios (fuera de tema y fuera de tono). Pero hubo un momento en el que no aguanté más y volví, con más fuerza que nunca. ¿Os imagináis 
