Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

Mi secuestro (y IV) hace 30 años

Viene de «Mi secuestro (III) hace 30 años”

(Cada vez que recuerdo los versos –tan poderosos y profundos- del místico de Fontiveros celebro aquel momento de resurrección y de fuerte apego a la vida.

“En una noche oscura,

con ansias, en amores inflamada

¡oh, dichosa ventura!

salí sin ser notada

estando ya mi casa sosegada

”.

Casi podía verme desde fuera de mí, desde arriba. Ahí olvidé la parcela y, por primera vez, desde que empezó aquella ejecución teatral, pensé en mi chica y en el futuro que nos esperaba. Desapareció la parcela de mi mente y apareció ella.

Bocabajo, la nieve aliviaba las quemaduras de mi cara.

Una tarde maravillosa la del 2 de marzo de 1976.

Sentí, quizás por primera vez con tanta potencia, la dulzura de vivir…

Pero ellos no se dieron por vencidos.)

(Continuará. Lo prometo)

——————————–

Magnífica semana de primavera, pese al catarro que me ha dejado un pegote de hormigón en las fosas nasales y me ha alejado durante unos días de este blog.

El “alto el fuego permanente”, anunciado por los terroristas de ETA, ha rebajado muchos puntos el ICOA (Indice de Crispación y Odio Ambiental)

Estoy convencido de que el diálogo entre Zapatero y Rajoy, previsto para hoy martes, volverá a rebajar ese Indice tan siniestro, y aún tan español.

Claro que también provocará la rabia de algunos salvapatrias de la extrema derecha, de algunas víctimas que tienen aún el dolor a flor de piel y seguramente tambien de algunos disidentes extremistas de ETA.

Ambos extremos seguirán metiendo palos en las ruedas de este largo y difícil proceso de paz para que no se les acabe el “chollo” del terror.

He oído, con emoción, que varios demócratas vascos, concejales y otros cargos políticos amenazados por ETA, han renunciado a sus habituales escoltas y que, por primera vez en años, han salido ¡solos! a la calle.

Después de mi secuestro, hace 30 años, pasé varios meses, hasta el verano, bajo la protección permanente –es decir, durante las 24 horas del día- de escoltas armados de la Guardia Civil y de la Brigada Antiterrorista de la Policía.

Fue una experiencia inolvidable y enriquecedora, tanto por la convivencia tan íntima y positiva con los escoltas, que se juegan su vida por ti, como por el pesar que te causa la pérdida de libertad, impuesta necesariamente por la vigilancia permanente. Los escoltas te protegen, pero también te recuerdan que la muerte puede encontrarte al doblar la esquina.

Pero me estoy adelantando un poco en el relato de los hechos. Los escoltas vinieron a protegerme un par de semanas después de mi liberación, cerca del Alto de los Leones, en la Sierra de Guadarrama.

——-

La semana pasada escribí sobre el fusilamiento simulado y la inmensa alegría de vivir que sentí al comprobar que, con esta argucia, los torturadores habían gastado su último cartucho para sacarme los nombres de mis fuentes de información (que yo nunca supe).

Tendido en el suelo bocabajo, entre nieve enrojecida por la sangre, rocas heladas y hojarasca mojada, con la cara ardiendo y recibiendo algunas patadas y golpes, comencé a relajarme.

-“Ya ha pasado lo peor”

, pensé, aliviado aunque atento para no perder el control de mis nervios.

Algunos se marcharon y uno de ellos –el del pasamontañas- me sentó sobre una roca y me limpió la sangre de la cara y de las manos con un trapo, que tiró al suelo con menos miramientos que la Verónica.

El sol ya no estaba en lo alto, sino que daba muestras de querer esconderse a mis espaldas, noté más frío que antes y mis captores daban nuevas señales de impaciencia. Por primera vez, me percaté del ruido no muy lejano de unos motores que adjudiqué a motos potentes más que a coches. O hacían motocros por aquellos montes o estábamos cerca de una carretera.

Con un golpe seco, colocaron sobre mis rodillas una carpeta negra de pastas rígidas y, sobre ella, varios folios, sin membrete, entre los que iban intercalados los papeles para hacer copias de carbón.

Me pareció que se trataba de original y tres copias. Me dieron un bolígrafo y me pidieron que escribiera, apretando con fuerza para que las copias fueran legibles, lo que me querían dictar.

Y así empecé a escribir, con el pulso tembloroso, mi nombre, mayor de edad, DNI, domicilio, etc… hasta que el que tenía enfrente me dio un golpe y me arrancó los folios de un tirón.

-“La estás cagando. Eres periodista y sabes escribir perfectamente. Empieza de nuevo y con muy buena letra, como si lo estuvieras escribiendo tranquilamente en un despacho. No te queda mucho tiempo si no haces lo que te decimos. No te pases de listo.”

Efectivamente, otra vez me dieron original y tres copias con el papel carbón intercalado.

Volví a escribir, y esta vez, con una letra tan perfecta, tan clarísima que no parecía la mía. Di un salto atrás en el tiempo y recuperé mi letra infantil del colegio, la que utilizaba seguramente para los dictados del hermano Amado de María, aquel fraile de La Salle que me enseñó a amar la poesía.

En el encabezamiento puse de nuevo, como en una instancia oficial, mi nombre, apellidos, DNI, domicilio, etc. Luego me dijeron que pusiera EXPONE o DECLARO (¿o, quizás, fue CERTIFICA?). Creo que copié esas palabras pero no recuerdo en qué orden.

Y en la exposición yo escribía, al dictado bastante convincente de una metralleta clavada en mi espalda, todo lo que me iban diciendo.

Se trataba de construir un documento que pudiera tener valor oficial, firmado por mí como autor de artículo “De Vega a Campano”, en el que yo denunciaba al general Saenz de Santamaría y al otro general, cuyo nombre no recuerdo, como fuentes directas de la información que yo había publicado con el seudónimo Rafael Idáñez en el semanario Doblón que yo dirigía.

Me hicieron escribir algunos detalles –totalmente falsos- que daban verosimilitud a mi exposición. Y, al final, me dictaron la despedida oficial, de rigor en aquellos tiempos:

–“Y para que conste y surta los efectos oportunos, firmo la presente en… ”

Silencio de nuevo. ¿Estaban improvisando? Una de las voces que hablaba a mis espaldas intervino, con cierto tono de mando:

-“Guadalajara, a cuatro de marzo de mil novecientos setenta y seis. Escribe eso y luego lo firmas, debajo, con la misma firma que tienes en el DNI. ¿Te enteras?”

Así lo hice. Y, al instante, recogieron mi declaración firmada y pasaron a la última etapa del secuestro: las condiciones de la liberación.

Otra vez, pegaron el esparadrapo sobre mis ojos y, en lugar de utilizar de nuevo las esposas, ya ensangrentadas, me ataron las muñecas juntas por delante con el mismo rollo de cinta, dándole varias vueltas.

Ya tenían algo de mí. Y querían poder usar legalmente ese documento contra aquellos dos generales, sin que yo negara la autenticidad de mi firma ni renegara de mi declaración. Para ello, tenían que asegurarse de que yo no iba a dejarles en mal lugar.

Iniciaron una ronda alrededor de mi, de nuevo cegado por la cinta adhesiva. Hablaban uno detrás de otro, desde distintas posiciones, y yo movía la cabeza de un lado a otro, para atenderles y responderles, guiado por mi oído. Me sentía un poco mareado y agotado, como debe sentirse el toro, arrinconado en tablas, en sus momentos finales, cuando sólo le falta el descabello.

Estaba al límite de mis fuerzas. Creo que cometí un error al relajarme, después del simulacro de fusilamiento. Y ahora necesitaba recuperar la concentración y la sangre fría para no caer en sus provocaciones finales.

-“Sabemos muy bien donde trabaja tu mujer (en la calle Jorge Juan, redactora jefa de la revista Ciudadano, tiene un dos caballos). Si cuentas algo de todo esto, tu y tu mujer lo pagaréis muy caro”.

-“Si alguien te pregunta, dices que has tenido un accidente. ¿Está claro?”

Uno de ellos permanecía detrás de mí y apoyaba el cañón de su arma sobre mi espalda. Nunca supe si era el de la pistola o uno de los de metralleta, ya que solo sentía la presión de un objeto metálico redondo entre las costillas y volvía a estar ciego.

Apretando el cañón a gran presión, aunque cuidándose de no romperme ningún hueso, me dijo, casi escupiendo sobre mi cogote, que mi mujer (“la yanqui”) y yo teníamos que salir de España en tres días, a contar desde mañana. Y no volver nunca más.

Ahora van a pensar que soy un loco inconsciente o un temerario. Yo también lo he pensado muchas veces y aún no acierto a explicarme por qué, de pronto, cuando el desenlace del secuestro iba saliendo bastante bien, yo me armé de un valor insensato y salí por peteneras. Quizás por agotamiento, o por soberbia, le respondí, sin pensarlo dos veces, al instante:

-“Eso no. Si, por esto, tengo que vivir fuera de España, prefiero que me maten aquí mismo y no dentro de cuatro días. Yo soy español y quiero vivir y morir en España. Me pueden pedir lo que quieran, pero no me pidan que abandone mi país.”

Como si la mano de un ángel hubiera sostenido el arma que me presionaba en la espalda, la presión se aflojó automáticamente, a medida que yo iba pronunciando aquellas palabras que resultaron tener un efecto patriótico balsámico sobre aquella bestia fascista. El cañón del arma desapareció de mis costillas.

Se hizo un largo silencio. Supuse que se miraban, atónitos, entre ellos.

Otro dijo:

-“Ya vale. Puedes quedarte en España si no dices nada de todo esto, para que podamos utilizar esta declaración, que has hecho voluntariamente. ¿Queda claro? Y vas a contar hasta 500 antes de moverte y de quitarte la cinta de los ojos y de las muñecas. Tu coche está en el Alto de los Leones. Cuenta hasta 500”.

En ese momento, me levantaron entre dos y me llevaron andando unos metros. Casi no podía sostenerme sólo en pie y no a causa de los golpes sino, seguramente, por la mala postura que había tenido durante tantas horas sentado en el suelo.

Me dejaron de pie, apoyado en el tronco de un árbol y comenzaron a caminar. Oía sus palabras y sus pasos desvanecerse a lo lejos cuando ya llevaba contados más de cien números. Antes de contar el número doscientos ya no sentía ningún rastro de ser humano por allí cerca. Entonces me llevé las manos atadas a la cara para arrancarme el esparadrapo y recuperar la vista.

Una voz, bien conocida, me frenó en seco. Pertenecía, sin duda, al de la cara quemada:

-“No te muevas. Te hemos dicho que cuentes hasta 500. Espero que ahora sepas lo que es obedecer órdenes. Vas a ver lo que quema este spray y así pagarás lo que me has hecho esta mañana”.

Dicho y hecho. Se puso frente a mí y me vació el bote en la cara y por el pecho. La barba y el esparadrapo sirvieron de escudo y salvaron una parte de mi cara. El spray atravesó la camisa y dibujó un triángulo quemado sobre mi pecho, marcando la parte no protegida por el chaleco.

Y se fue, dejándome aquellas señales de monstruo, en contra las órdenes del jefe del comando. Esta vez sí conté hasta 500. Me quité la cinta de los ojos y mordí el esparadrapo de las muñecas, hilo a hilo, hasta que lo deshice. Estaba molido a palos, pero más vivo que nunca.

Me lavé con agua nieve y busqué la salida de aquel monte bajo de robles. Salté un muro de piedras y encontré algo que parecía una vereda que bajaba hacia el valle. No recuerdo el dolor.

Iba dando saltos de alegría, con una excitación indescriptible y mirando a todos lados con una curiosidad desmedida: como si nunca hubiera visto un monte de robles surcado por arroyuelos de agua nieve.

Pronto encontré casas, allá abajo, a ambos lados de una carretera. Hacía frío de atardecer invernal y el pueblo estaba prácticamente desierto. Sólo había dos jóvenes de mi edad (de la de entonces), cada uno a un lado de la carretera, sosteniendo una bolsa de deportes con picos pronunciados impropios de una raqueta de tenis. No quise acercarme a ellos.

¿Llevaban metralletas en esas bolsas? ¿Acaso me estaba volviendo paranoico? ¿Quedaron de retén para seguir mis pasos?

Fui directamente a la farmacia y pedí algo para las quemaduras de la cara. La nieve no era alivio suficiente. La dependienta me preguntó y le dije que me había estallado el carburador en la cara. Nunca entendí de motores de coches, pero creo que ella tampoco. Me dio una crema contra la inflamación creciente y me limpió las heridas. Pude abrir un poco más los ojos.

De la farmacia pasé al bar de al lado, donde pedí una copa de brandy. No pude probarlo. Tenía las encías y todo el interior de la boca llena de llagas. Pedí Anís del Mono, dulce, y lo tomé a sorbitos para cerrar las heridas internas, que no sangraban desde que comencé a bajar de la montaña.

Busqué un teléfono y llamé a Ana, mi mujer, a la revista Ciudadano. Me notó algo raro, quizás por la forma de hablar con la boca un poco torcida. Le dije que había sufrido un accidente, nada grave, que yo estaba perfectamente y que tenía que venir a recogerme con su coche. Me preguntó donde estaba y ahí me pilló. No me había preparado y no sabía donde estaba.

-“Un momento”, le dije. Y pregunté al camarero cómo se llamaba este pueblo.

-“San Rafael”, me contestó.

Mi mujer me preguntó entonces si había que llegar hasta allí por el túnel de Guadarrama o por el puerto. Yo no lo sabía. Eso le extrañó tanto que me preguntó, alterada, qué estaba ocurriendo.

-“¿Cómo es posible que no sepas cómo se llega hasta allí?”.

El camarero me ayudó.

-“Sí, por el túnel. Yo vine por otro lado. Y no preguntes más. Ven a recogerme sin decir absolutamente nada de todo esto a nadie. Por favor. No digas nada a nadie. ¿Está claro? Estaré en la carretera que cruza el pueblo, junto a la farmacia”.

Mientras esperaba allí, más de una hora, empezó a oscurecer. Los jóvenes de las bolsas de deportes seguían cada uno en su sitio. Adiviné, a lo lejos, el dos caballos de Ana y le hice señales, pero ella pasó de largo. No me había reconocido. Volvió a pasar por la farmacia y me recogió muy asustada. Le dije:

-“No hagas gestos extraños. Disimula como si nada. Me han secuestrado esta mañana y me han interrogado durante todo el día. Aún quedan dos de ellos mirándonos. Arranca el coche y vamos hacia el Alto de los Leones antes de que sea completamente de noche.”

Allí estaba mi coche con las llaves puestas. Ella insistió en dejarlo aparcado, para llevarme directamente al hospital, pero yo quise conducirlo, con un ojo y medio abiertos, muy despacio, seguido por su coche. Así lo hicimos y tardamos más de dos horas para llegar a Madrid, al domicilio del dueño de la revista, el doctor Julio García Peri, editor también del diario gratuito “Noticias Médicas”, en La Moraleja.

Mi editor se sobresaltó. En la redacción estuvieron todo el día muy inquietos sin saber nada de mi paradero. Ernesto Garrido, el redactor que firmaba el reportaje “Cómo es la Guardia Civil”, junto al mío “De Vega a Campano”, no había dormido en su casa del barrio del Pilar. Unos vecinos le dijeron que unos desconocidos había ido a buscarle muy pronto por la mañana.

Nadie sabía lo que pasaba.

Le hice un resumen muy rápido al doctor García Peri –un hombre cabal a quien yo apreciaba mucho y en quien confiaba con los ojos cerrados- y decidió llevarme inmediatamente al hospital de quemados de la calle Lisboa.

Llamó a un cirujano colega suyo (un tal doctor de la Fuente), abrió el cajón de su mesa, sacó un revólver y se lo guardó en un bolsillo del chaquetón.

Debo reconocer que me impresionaron su resolución y entereza tanto cómo su revólver. Salí de su garaje tumbado en el suelo de un gran Mercedes, para que nadie me viera.

En el Hospital me curaron las heridas de la cara, de la boca y de todo el cuerpo. En el quirófano, el doctor de la Fuente bromeó:

-“Has tenido suerte, joven. En Hollywood, muchas actrices pagarían por lo que tú tienes. Vas a cambiar varias veces las costras de la cara. Se te caerán como si fuera lepra, pero, al final, te quedará la piel tan fina como la de un bebé”.

Al regresar a casa del editor, encontramos allí al juez Clemente Auger –que más tarde sería presidente de la Audiencia Nacional. Le conté todo y me dijo que, al día siguiente, antes del cuatro de marzo, debía denunciar ante el juez de Guardia que me habían obligado con amenazas a firmar un documento, cuyo contenido no recordaba, fechado en Guadalajara a cuatro de marzo.

Teníamos que anular los eventuales efectos de aquel documento contra los dos generales demócratas de la Guardia Civil.

Dormí como un bendito y fui al Juzgado de Guardia acompañado por mi mujer y por el fiscal Jesús Vicente Chamorro, un viejo amigo que, en la democracia, llegaría a ser fiscal del Supremo.

Nos recibió el juez de Guardia, Jaime Mariscal de Gante, ex director general de Prensa de la Dictadura, quien me conocía perfectamente pero que, en aquel estado, no pudo reconocerme hasta que le dije mi nombre.

Con mi breve declaración judicial, el documento contra los generales moderados creo que quedó desactivado e inservible.

Al día siguiente, aún bajo los efectos tremendos de la matanza de obreros a la salida de una Iglesia de Vitoria, visitamos al jefe superior de Policía; teniente coronel Quintero, y al director general de Seguridad, general Castro Sanmartín –ambos a las órdenes del ministro Fraga Iribarne-, a quienes contamos la misma versión escueta, y con problemas de memoria causados por el trauma sufrido, que le habíamos dado al juez de Guardia.

Previamente, un general de Inteligencia de Franco, tío de un amigo nuestro en quien confiabamos, me recomendó personalmente, al oír toda la historia, que no dijera nada de nada a los cargos oficiales. Solo la versión que dimos al juez. Y así fue hasta ahora, al cabo de 30 años.

El general Castro nos recomendó salir de la península, a Canarias, por ejemplo, pues no podían garantizar nuestra seguridad, frente a las amenazas de esos grupos armados incontrolados. Decidimos refugiarnos, durante un par de semanas, en el Parador Antonio Machado de Soria. Y fue un acierto. Nunca olvidaré aquellos días de convalecencia junto a los álamos de amor, en la ribera…

¡Ay, Soria! De allí me traje un pino, guardado en el bolsillo de mi chaqueta.

Lo planté en nuestra parcela.

Hoy tiene ya 30 años, y está tan hermoso como la Democracia.

FIN

(Al fin lo terminé. ¡No puedo creerlo!)

19 comentarios

  1. Dice ser Daniel Basteiro

    Bravo! A mi me quedan muchas preguntas, sobre los secuestradores. ¿Qué será de ellos ahora? ¿Se acordarán de sus tormentos? ¿Se habrán integrado en la democracia?Sabiendo más de los primeros momentos de la España sin Franco, de los momentos de los sueños aventurados, los jóvenes de hoy (hijos de todos los millones de protagonistas), aprendemos a valorar el sistema de libertades que se nos da, de regalo, «de serie» en nuestras vidas.Aprendemos a ser conscientes de que el milagro necesitó de muchos brazos, de mucha buena voluntad, y de mucho sacrificio.Nuestra es la labor de conservar la herencia, y de hacerla más fuerte. Esperemos que hoy, en la reunión entre Rodríguez Zapatero y Rajoy, haya el mismo espíritu, y el mismo empeño.Felicidades

    30 noviembre -0001 | 00:00

  2. Dice ser Sayonara

    Ahora comprendo tu vitalidad. Nada como verse vivo tras pensarse muerto para valorar cada minuto, cada segundo, cada instante de nuestra existencia.Gracias por el relato, ha sido muy emocionante.

    30 noviembre -0001 | 00:00

  3. Dice ser Orlando

    Da una enorme alegría comprobar que, a pesar del miedo y del peligro cierto que suponía, denunciaras los hechos para evitar que esos violentos pudieran hacer uso del documento que te obligaron a redactar.No eres sino una persona, que tuvo miedo de su integridad física y que, como bien has dicho, no hubiera podido evitar ser vencido por el interrogatorio de haber sabido algún dato crucial. Pero una vez pasado el peor momento, pensaste más en los demás y en la democracia que en ti y en tu mujer.Y eso, a mis ojos, sí te convierte en un héroe. Desde mis veintiocho años de libertad y democracia, tienes mi completa admiración.En fechas como las que vivimos necesitamos más gente como tú, que no olvida su sufrimiento, pero que no consiente que éste sea una excusa para evitar avanzar en la convivencia pacífica de todos, y que tiene fe, aunque a veces no se vea correspondida, en la fuerza de la ley.Piénsalo, empezaste tu narración de los hechos tras una manifestación de víctimas indignadas, y ha terminado al inicio de un alto el fuego permamente de los que nunca debieron abrir fuego. Sin duda, debe tratarse de una señal…Un saludo.

    28 marzo 2006 | 09:04

  4. Dice ser carmen ochoa

    Ha sido emocionante, José. Por fin me entero de todo lo que pasaste. Terrible, terrible. Espero que te haya servido, como nos ha servido a los demás. Nunca más, nunca más.Un abrazo fuerte, fuerte de toda una vida. Carmen

    28 marzo 2006 | 11:33

  5. Dice ser DonAire

    Mientras leía olía a pino. Ahora ya sé por qué.A lo mejor hacía falta un epílogo, aunque eso sería abusar mucho. Se me amontonan las preguntas. ¿Cómo fue la convalescencia?. ¿Qué secuelas psíquicas le dejó?. ¿Tuvo alguna noticia posterior?…De todas formas, gracias por el escrito. Me enganché cual telenovela venezolana y he estado esperando las entregas con emoción.

    28 marzo 2006 | 11:39

  6. Dice ser Cesar Calderon

    Debe haber sido enormemente liberador contarnos tu experiencia. Muchas gracias JAMS , los que tenemos algunos años menos no somos conscientes de lo que tu generación luchó para que podamos vivir en paz y libertad.Ahora entiendo prefectamente tu cara de emoción al cantar sanjuaneras con Verónica.

    28 marzo 2006 | 15:08

  7. Dice ser Virgula

    Sin duda una historia estremecedora que no me deja indiferente, de las que dan que pensar y que nunca olvidas. Enhorabuena y gracias por contarla, supongo que no habra sido nada facil. Y en mi caso, siento una especial alegria, pq fuera mi tierra, la que te disese paz y cobijo en esos momentos, y que de ella no solo te trajeras un pino, sino mucho mas, buenos recuerdos y sensaciones. Y un placer haber podido compartir contigo (totalmente inesperado y sorpresivo), un dueto de ese «Lunes de Bailas»… La tarde del Lunes (piribipiribipiribiiii) Lunes de San Juan, todos Los Sorianos a las Bailas van… a San Polo bajan bajan a bailar…. sobre laaa pradera del verde Solar…Un beso

    28 marzo 2006 | 16:49

  8. Dice ser Mozart

    Gracias, JAMS, emocionante. En estos días tu relato cobra una especial relevancia. ¡Nunca mais!

    28 marzo 2006 | 19:59

  9. Dice ser pericles

    JAMS, he seguido con mucho interés la relación de capítulos sobre tu secuestro. Me alegro mucho que pudieras salir con bien de todo ese mal trago que tuviste que pasar y siento también una gran admiración porque seas capaz de mirar hacia atrás sin ira. Un gran ejemplo para los tiempos que corren.Un cordial saludo.

    28 marzo 2006 | 20:33

  10. Dice ser Hwang-ho

    Gracias JAMS, tu catarsis es muy útil ahora. Me ha encantado tu prosa y me ha emocionado cada paso que diste. Teniendo en cuenta que lo que hizo la policía en Vitoria fue una auténtica carnicería (cinco muertos y más de cien heridos de bala en una asamblea de trabajadores) el que coincidiera eso en el tiempo con lo tuyo te hace más heróico.Lo del pino es fantástico…Me alegro de que hayas podido superar todo eso. Gracias.

    28 marzo 2006 | 20:45

  11. Dice ser imagina

    Nada que decir, sólo estar aquí para testimoniar mi respeto y admiración.Saludos

    28 marzo 2006 | 21:02

  12. Dice ser Hwang-ho

    Perdón, otra vez. Ha sido error mío. Ya lo veo.Mil perdones. No volveré a decir nada.

    29 marzo 2006 | 01:00

  13. Dice ser Hwang-ho

    JAMS:Perdón por haber escrito aquí algo inconveniente.Me has borrado el comentario.Siento haber manchado tu cuaderno, pero veo que has puesto solución.Me gusta tu mucho tu blog y esto es la primera vez que me lo haces. Me enmendaré.

    29 marzo 2006 | 12:57

  14. Dice ser Goyo Tovar

    No debe extrañarte que cuando tenga la suerte de saludarte personalmente se me arrasen los ojos.

    29 marzo 2006 | 17:11

  15. Dice ser Fontiveros

    Antes te escuchaba, ahora te leo. De cualquier manera eres agradable. Te toca escribir Jams.abrazos.

    29 marzo 2006 | 23:36

  16. Dice ser Adriana

    Muchas gracias Jose Antonio por contarnos esa parte de tu vida tan amarga, de una manera tan sensible y tan clara. Ha debido ser terrible rememorarlo todo de nuevo pero tambien creo que ha sido una liberación. Yo toda vía engo un nudo en el estómago.Tus hijos se sentirán muy orgullosos de un padre con esa entereza y esa poesia. Tengo que visitar ese pino que ya tiene 30 años.Un abrazo muy fuerte de vuestra amiga.

    02 abril 2006 | 18:18

  17. Dice ser DVDCano

    Gracias, periodista.

    05 abril 2006 | 17:54

  18. Dice ser Carlos Lamas

    Impresionante relato. Me ha hecho revivir oscuras etapas de nuestra historia. Un abrazo, José Antonio, con toda mi admiración.

    07 abril 2006 | 22:22

  19. Bien hecho Papá,Ya está escrito, ya está compartido en el tiempo, en la hsitoria de la familia y en el de a quien quiera leerlo.¿Así que de ahí viene el pino al lado de la puerta?Te quiere y admira,tu hijo,Erik

    09 abril 2006 | 12:06

Los comentarios están cerrados.