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Ciudadano Pujol

Si Orson Welles hubiera tenido entre sus manos un guión con la historia de Jordi Pujol, seguramente, la hubiera convertido en otra obra de arte del cine. Su Ciudadano Kane y este nuestro Ciudadano Pujol entrañan un mismo misterio por resolver. Si en uno todo arrancaba con una palabra enigmática (Rosebud); en el otro, todo se basa en determinar de una vez por todas esa frontera que separa -o que no debería separar- al político del ciudadano de a pie. Efectivamente, en su comparecencia en el Parlament, el expresidente de la Generalitat, Jordi Pujol, «desnudo ante la opinión pública», tal como él mismo ha declarado, ha pronunciado en voz alta su propio Rosebud, como un moribundo Kane que agoniza: «Yo no he sido un político corrupto». Y lo ha argumentado así: «No he recibido nunca dinero a cambio de una decisión político-administrativa».

De todas las intervenciones de los grupos parlamentarios, la única que ha dado en el clavo ha sido la de David Fernández (CUP), quien ha sabido captar el Rosebud de Pujol y le ha replicado: «Sí es un político corrupto porque el fraude fiscal es una forma de corrupción». Y es que Pujol ha acudido al Parlament para intentar desvincular su mala imagen ‘como ciudadano’ de su ‘buena imagen’ (ya perdida) como expresidente de la Generalitat durante más de dos décadas de gobierno. Es por ello que les ha leído la cartilla a los diputados, como el padre que intenta volver a dar lecciones a un hijo ya perdido y que no confía en él. Y es por ello que lo más terrible de su (pseudo)voluntaria crucificción pública es que prefiere ser un mal ciudadano a que le tomen, además, por un mal político. Es decir, aún después de haber confesado que tenía una fortuna oculta en Andorra, ha continuado defendiendo, en cierta manera, que lo del «molt honorable» era (y debería seguir siendo) para siempre.

Ciudadano Kane

Cartel de la película ‘Ciudadano Kane’, de Orson Welles.

Pero, lo más terrible de esta historia, es que Ciudadanos Pujol hay muchos en política, es decir, aquellos que se niegan a aceptar que un político es un ciudadano más y que, por lo tanto, no se puede separar la conducta de Jordi Pujol político de la de Jordi Pujol ciudadano. Este es el Rosebud de la comparecencia del expresidente de la Generalitat, porque, hasta que todos los políticos no se den cuenta de ello, continuará habiendo casos de corrupción en esta esfera tan importante de nuestra sociedad.

De la comparecencia de Pujol en el Parlament ha quedado demostrado que sigue estando en forma, pero, también, que le separa un abismo su discurso del que hoy en día está inculcado -por suerte- en la calle. Yo he crecido escuchándole desde muy pequeño y, en cierta manera, hoy ha vuelto a decepcionar, no ya por lo que no ha dicho, sino por lo que sí que ha dicho. Y es que el Ciudadano Pujol y el Político Pujol no han entendido nada. No lo digo porque no haya dado todos los detalles que le pedían los diputados -ninguno de los presentes se había imaginado ni por un momento que los iba a dar-, sino porque sigue defendiendo que gobernó honestamente, aunque haya sido un mal ciudadano.

Los diputados se han dedicado más a darse palos entre ellos y a reproducir las disputas por el proceso de la consulta del 9-N más que a atacar y dejar al descubierto este Rosebud de Pujol. Y es que, en realidad, todos son políticos. Lo cierto es que ha sido una película con un final previsible y con una ejecución que Welles hubiera mejorado mil veces. Cabe esperar que si la líder del PPC, Alicia Sánchez-Camacho, acude alguna vez al Parlament -como se le pidió- para explicar el caso Método 3, se pueda dar un paso más hacia la simbiosis entre el político-ciudadano/ciudadano-político. El enigma Rosebud aún espera ser resuelto de una vez por todas.