Es importante insistir sobre el hecho de que las elecciones se ganan o se pierden en escaños y que los votos obtenidos no siempre son el factor más determinante, ya que como ha sucedido algunas veces (aunque no en las Generales) se puede ser la candidatura más votada y no ser la candidatura ganadora por no ser la que logre más escaños. Ello es posible debido a que normalmente la elección está fraccionada territorialmente por circunscripciones de tamaño desigual y porque también en todo sistema electoral existen fórmulas que traducen los votos en escaños de forma más o menos acorde (aunque no siempre) con el principio de proporcionalidad, es decir acordando cuotas de representación parlamentaria más o menos ajustadas a los porcentajes de votos obtenidos en las urnas.
En España el número de escaños o de puestos de diputado que están en juego en las elecciones Generales, 350, no ha cambiado desde las primeras elecciones democráticas celebradas en 1977. Ese número de representantes a elegir correspondía en la época, hace 34 años, a 1 diputado cada 100.000 habitantes. Hoy, evidentemente, este número ha quedado desfasado y debería alcanzar el tope de 400 diputados que permite la Constitución, lo que redundaría en una mayor proporcionalidad y pluralidad parlamentaria que la actual, estando nuestro Congreso de los Diputados ocupado hoy en más del 90% por representantes de solo dos partidos.
Como se ha dicho, los escaños se distribuyen por circunscripciones, es decir, por distritos electorales que coinciden con cada provincia además de Ceuta y Melilla. En total 52, con un número de diputados a elegir que varía de 1 a 36 (este caso, Madrid en estas elecciones). Aunque en casi todo el mundo el número de diputados a elegir está en función de la población, en España se da una cierta distorsión, ya que la distribución de una parte importante de los que se eligen se hace por criterios territoriales: se adjudican de oficio 2 escaños a cada provincia por el hecho de serla (102 diputados del total de los 350 del Congreso se reparten territorialmente) y los 248 restantes se distribuyen según la población de cada circunscripción provincial. Esto tiene como efecto la fuerte penalización de las circunscripciones más pobladas en detrimento de las menos pobladas.
Un ejemplo claro es si comparamos electoralmente Madrid (1 provincia) con Castilla-León (9 provincias): en 2008 Madrid obtuvo en el reparto 1 diputado por cada 173.762 residentes mientras que en Castilla-León tenían 1 diputado por cada 79.013 habitantes. Dicho de otro modo: los castellano-leoneses elegían el doble de representantes “per capita” que los madrileños. Y si hablamos de votos, los 18 diputados del PP elegidos en las circunscripciones de Castilla-León costaron de media 46.457 votos, mientras que los 18 también del PP conseguidos en Madrid necesitaron de media 96.538 votos. A IU su escaño obtenido en Madrid le costó 164.595 votos. En definitiva, el sistema electoral no corrige las desigualdades territoriales, las amplifica.