Porque como el sexo es lo auténtico, sin artificio. El sexo es indomable, rebelde, la fiera que llevamos dentro, lo primitivo… Y el lenguaje soez es lo subversivo, lo prohibido, y al igual que el sexo, nos atrae por lo mismo.
Tengo un amigo que se pone hasta nervioso al escuchar a su chica en pleno delirio sexual usar el lenguaje más burdo. La primera vez pensó que era otra, le costó acostumbrarse, pero le gusta, dice que ahora no puede prescindir de ese vocabulario.
Lo cuenta muy bien Paul Auster en su novela Invisible:
Ahora que vives en situación tan íntima con ella, Gwyn se ha revelado como una persona ligeramente distinta a la que conoces. Es a la vez más divertida y más lasciva, más vulgar y excéntrica… y te asusta descubrir el profundo regocijo que le produce el lenguaje indecente y la extravagante jerga de la sexualidad… Un buen orgasmo pasa a ser la gran corrida. Su culo es un polisón. Su entrepierna es un chochín, una almeja, un guardapolvos, el conejo… En uno u otro momento, tu pene es el zupo, el cimbel, la longaniza, el chuzo, el pirindolo, el troncho, el trabuco, el cingamocho, Don Cipote, Doña Polla y Adam junior….
… Margot vuelve a excitarlo con gráficos relatos sobre sus encuentros sexuales con mujeres, su pasión por tocar y besar pechos grandes, por lamer y acariaciar la entrepierna femenina…, y mientras Walker no acierta a decidir si se trata de historias verdaderas o simplemente de una artimaña para que se empalme de nuevo…, disfruta escuchando esas guarradas, lo mismo que cuando Gwyn empleaba aquel lenguaje soez en el apartamento de la calle Ciento siete Oeste. Se pregunta si las palabras no serán un elemento esencial de la sexualidad.
Imagen: Desnudo II, óleo de J. Enrique González.