
Fuente: b.pellizzon.
Lo de los estudios científicos es un misterio inescrutable. Los hay de todo pelaje y condición, aunque a mí los que me subliman son los que vinculan prodigios a objetos nacidos para otro fin. Me explico. ¿Qué tienen que ver la bicicleta, cuyo fin es el transporte, y el sexo? A algunos os vendrá a la mente la leyenda urbana de que hay gente que las utiliza sin sillín, pero la investigación de la que hablamos no se refiere a eso, precisamente.
Dice el célebre genetista británico Stephen Jones, del University College de Londres, que la bicicleta revolucionó las relaciones sexuales y que fue clave en la evolución de la especie humana. Hasta tal punto está convencido Jones de que la bici ha sido fundamental para el hombre (y la mujer), que asegura que es el invento más importante de los últimos 100.000 años. Ni más, ni menos. La razón es que los hombres ampliaron su radio de cortejo gracias a este medio de transporte. Esto es, si antes sólo podían aspirar a aparearse con hembras de su entorno cercano, al entrar en escena la bicicleta, el campo de acción aumentó considerablemente. Ya no sólo se copulaba en el pajar del pueblo, sino que, en palabras del científico, «pudieron trasladarse a aldeas vecinas y mantener relaciones sexuales con la chica del pueblo de al lado».
Tal fue la revolución ciclista que, según medios de la época, por su culpa (o gracias a ella, según se vea), disminuyó la asistencia a las iglesias e, incluso, provocó un declive en el uso del piano, que era el hobby preferido por los británicos pudientes en el siglo XIX. Las tediosas homilías y la paz musical dejaron paso al furor amatorio.
Además, esta influencia de la bicicleta en la ‘revolución sexual’ trajo consigo otros beneficios para la especie humana. Según Jones, fue el instrumento que propició la diversidad genética, base de la evolución y clave en el desarrollo de nuestro sistema inmune.
Moraleja: tira más una bicicleta que dos carretas.