Soy de la generación de catalanes que nacimos y crecimos con el pujolismo. Durante años solo conocimos a Jordi Pujol como president, ya que ganaba unas elecciones detrás de otras, y nos inculcó sus eslóganes a modo de lección moral para la vida. Recuerdo, por ejemplo, aquel de «La feina ben feta no té fronteres» («El trabajo bien hecho no tiene fronteras»). Obviamente, entonces no sabíamos que, cuando Pujol y cía nos hablaban de fronteras, resulta que él tenía una fortuna no declarada más allá del punto fronterizo de La Farga de Moles.
Por aquel entonces, había otro personaje público que estaba tan (o más) presente en la escena pública catalana que Jordi Pujol, en este caso, en el plano deportivo. Me estoy refiriendo a Josep Lluís Núñez, presidente del FC Barcelona durante muchos años. Pujol y Núñez salían tanto en la televisión que, años después, comentándolo con amigos de mi misma quinta, coincidimos en que, de pequeños, los confundíamos a los dos. Es decir, cuando éramos niños, no sabíamos quién era el presidente de la Generalitat y quién era el del Barça y viceversa. De hecho, Núñez también daba lecciones, del tipo «Al soci del Barça no se’l pot enganyar» («Al socio del Barça no se le puede engañar»).
Años después, hemos visto a Núñez sentado en el banco de los acusados y condenado. El Tribunal Supremo le rebajó finalmente de seis años a dos años y dos meses de prisión la pena por el llamado caso Hacienda, una trama de corrupción mediante el soborno de empresarios a altos cargos de la Agencia Tributaria para eludir impuestos durante los años 90. Es decir, dos de nuestros referentes públicos de infancia y que, en sus apariciones nos aleccionaban, han acabado teniendo problemas con el fisco. A nuestros ojos, hoy son una gran mentira, un castillo de naipes que, con el tiempo, se ha venido abajo.
En el caso de Pujol, su confesión ha llegado en un momento clave no solo para su partido, Convergència Democràtica de Catalunya (CDC), sino también para el devenir de Catalunya. Hay quien ha hecho una lectura fatalista con respecto al proceso soberanista, como si el hecho de que el expresident tuviera una fortura en Andorra pudiera influir negativamente. Lo cierto es que CiU ya estaba en un proceso de renovación antes de saberse que Pujol tenía un (mal) as escondido en la manga. Hace unos días, Josep Antoni Duran i Lleida dio paso a Ramon Espadaler (más pro-soberanista) en la secretaría general de la federación nacionalista; Oriol Pujol, acorralado por el caso ITV, se quitó de en medio también poco antes de que su padre lanzara la bomba informativa andorrana; y el nuevo número 2 de CDC, Josep Rull, es un ferviente defensor de hacer borrón y cuenta nueva con respecto al pujolismo. El mismo Artur Mas inició su carrera política a la sombra de Pujol y le costó quitársela de encima para que la gente no le viera siempre como el delfín del expresident. Por lo tanto, la confesión de Pujol, ahora, puede significar para él romper la última atadura que les unía.
Quizás es por eso que ya se habla de un plan B para cuando Mariano Rajoy le diga a Mas en su reunión en la Moncloa que no le va a autorizar la consulta. Hay quien dice que Mas irá más debilitado a esa reunión después de que Pujol haya confesado lo de los 4 millones de euros andorranos, pero, ¿ya nadie se acuerda de los casos Bárcenas y Gürtel?…En cualquier caso, lo más sorprendente del caso Pujol no solo es que tuviera todo ese dinero no declarado en el extranjero, sino la reacción que ha tenido su partido nada más saberse la noticia. ¿Quién iba a pensar 10 años atrás que altos dirigentes de CDC exigieran públicamente que Pujol comparezca ante la justicia y que deje sus cargos en el partido que fundó? Y así ha sido, también, porque no les queda más remedio.
La sociedad está cambiando y las lecciones morales ya no se hacen con eslóganes, sino que los votantes y contribuyentes exigen hechos a los dirigentes públicos. El plan B de Mas contempla un gobierno de concentración con los partidos pro-consulta y convocar unas elecciones plebiscitarias sin siglas al final de la legislatura, en 2016, para ver si ganan o no los partidarios de la independencia. Este plan, por eso, tiene dificultades más que notorias, ya que solo ERC -socio de CiU en el Parlament- podría entrar, a priori, en el Govern. ICV-EUiA está demasiado lejos de los postulados de CiU y la CUP, igual. Y presentarse todos ellos en unas elecciones bajo las mismas siglas también se vislumbra difícil. Una cosa es ponerse de acuerdo en la fecha y la pregunta de la consulta y otra muy diferente concurrir juntos a unas elecciones. En ese caso, solo CiU-ERC (o CDC-ERC) podrían hacerlo. De hecho, un año antes se podría ver y vivir un experimento similar, puesto que CiU necesitaría, muy probablemente, de un apoyo estable para volver a gobernar en la ciudad de Barcelona. Solo ERC se lo podrá dar, porque los partidos de izquierda barceloneses no nacionalistas -sobre todo, a raíz de la irrupción de Guanyem Barcelona- no concurrirán a los comicios municipales pensando en unas hipotéticas plebiscitarias catalanas, sino en clave estrictamente local. El abismo que separa al alcalde Xavier Trias de la CUP, el PSC o ICV-EUiA es demasiado grande, con lo que ERC es su única salida. Es cierto que Trias ha pactado acuerdos puntuales con el PPC esta legislatura, pero en un contexto de gobierno de concentración en la Generalitat y sin ninguna sintonía con el Gobierno central del PP, Alberto Fernández Díaz tendría muy difícil justificar algún apoyo a CiU.
A todo esto, la clase pudiente catalana está perdiendo sus referentes. Ya hemos hablado de Pujol -en la esfera política- y de Núñez -en el plano empresarial y deportivo- pero no hay que olvidar, a nivel cultural, el tsunami que supuso para muchos el caso Palau de la Música. Lo de Félix Millet fue un misil que impactó directamente en la burguesía catalana. Y no olvidemos que CDC aún está lidiando también con este toro.
Por último, quizás sin saberlo, Jordi Pujol acaba de dar otra de sus lecciones cuando ha confesado tener una fortuna en Andorra. Y es que aquello de «quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra» se lo puede aplicar muchísima gente en este país vinculado a aquello de «Hacienda somos todos». Seguramente, sin la economía sumergida, España no hubiera resistido esta crisis económica. Y, si no, pensemos en la gran cantidad de españoles que intentan escatimar el IVA cuando pueden. Sea como sea, lo de Pujol traspasa la esfera puramente tributaria, porque no deja de ser una estafa moral a todos aquellos catalanes que, independientemente de si le votaron o no alguna vez, lo tuvieron de president durante muchísimos años.