La más grande. La más grande era Rocío Jurado hasta que se murió, pero desde entonces no encontramos fácilmente a alguien que pueda heredar ese título honorífico que le colocó la prensa rosa. Rosa Benito está a años luz, es que ni se le acerca. Rocío Jurado era la que salía una y otra vez en Crónicas Marcianas imitada por Paz Padilla diciendo aquello de “destructores”. Se enfadaba con la prensa, a veces, pero la prensa la quería mucho porque era la más grande. Era buena, era auténtica, era una de esas personas que deja huella. Se fue hace diez años: el cáncer se la llevó el 1 de junio de 2006, maldita sea.

Rocío Jurado, en 1998, de celebración. © Gtres
Un cáncer de páncreas, concretamente. Un cáncer contra el que luchó durante 16 meses. “Ha muerto como ella quería, rodeada de los suyos”, dijo su hermano, Amador Mohedano, el mismo que ahora apenas se habla con su sobrina Rociíto, la hija de la más grande, que podría hacerle el favor a su madre de hablarse con su familia, por ejemplo. Vale, esto es un juicio como una catedral, qué sabe nadie. Pero sí parece que tal vez a Rocío Jurado, desde el cielo (o si levantara la cabeza), le gustaría contemplar una familia un poco más unida y no esas ridículas peleas y recelos absurdos, ese no dirigirse la palabra… ¡Arreglaos, hombre! Que, como dice el sombrerero en Alicia a través del espejo, sólo hay una familia y es importante.
Tenía 61 años y se la llevaron, ya muerta, hasta Chipiona, como era su deseo. Aquel día yo fui a la capilla ardiente en Madrid a darle el último adiós en silencio. Yo era esa que escuchaba sus coplas sin decírselo a nadie. En España hay cientos de miles de personas que escuchaban y cantaban secretamente “Como una ola” y que vibraban de emoción con “la más grande”, que era enorme no solo por su voz, inigualable, ni por su sentido del humor, inimitable, ni por su increíble porte de artista. Era grande porque se entrega al público con el corazón.
El lugar en el que fue enterrada, Chipiona (Cádiz), fue también el lugar en el que nació. Su padre era zapatero y de los buenos, pero murió cuando ella tenía 15 años. Rocío empezó a cantar, se presentaba a todos los concursos, taconeó en diferentes escenarios hasta que Manolo Caracol y Pastora Imperio la contrataron para El Duende, uno de los primeros tablaos flamencos de la capital.

Con el que fue su primer marido, Pedro Carrasco.
También actuó en películas, se hizo cada vez más famosa, y se enamoró locamente de un campeón del mundo de boxeo, Pedro Carrasco, con el que se casó por todo lo alto (500 invitados y toda Chipiona en la calle para verla) en 1976 y tuvo a la niña de sus ojos el 29 de abril de 1977.

Con Pedro Carrasco y su hija, Rocío Carrasco. © Gtres
El amor se gastó de tanto usarlo, se separaron discretamente y sin añadir polémica a la polémica. Y luego llegó, ya lo saben, el torero, José Ortega Cano. “Estoy enamorada hasta las trancas”, llegó a decir, aunque a lo largo del tiempo fuera un romance muy cuestionado por los sabelotodos del corazón.

Con José Ortega Cano © Gtres
El resto de la historia, ya la sabéis. Murió en su casa. Murió como ella quería. Y ahora, diez años después, somos much@s quienes seguimos recordándola y cantando secretamente “Como una ola”. Rocío: no te vamos a olvidar.

¡Grande! © Gtres