Un ‘sin papeles’, ganador del Premio Pulitzer

La tremenda historia de José Antonio Vargas me la descubrió en un artículo el gran Moisés Naim. José Antonio es un periodista de origen filipino que vive en EE UU, ha ganado a medias un Premio Pulitzer y trabaja para The Washington Post, aunque su noticia más trascendente la ha publicado en la competencia, The New York Times. En su artículo revela que es un inmigrante ilegal, que hace años que no puede ir a ver a su familia, que ha vivido con el miedo instalado en la garganta. Que su madre lo empaquetó de niño en un avión rumbo al país de las oportunidades para que tuviera una vida mejor, una vida que empezó siendo un infierno y continuó igual. Hasta que decidió falsificar sus papeles a los 16 años para sortear las restrictivas leyes-bucle americanas y poder trabajar.

José Antonio es un héroe, porque lo tenía todo en contra, empezando por la gramática y siguiendo porque el destino, que es conservador y clasista, le tenía reservado quizás un puesto de limpiador de Burger. Es un héroe porque cada día se codeaba con el poder, con periodistas, saludaba a los policías de su barrio, pagaba sus impuestos ante los funcionarios federales, iba al médico a por una baja o reclamaba una subida de sueldo a su director. Todo esto mintiendo(se) cada día, borrando su pasado, luchando para no avergonzarse de él y maquillándolo con una sonrisa amable y certera que no revelase cómo le temblaba la comisura de los labios a cada engaño, cerrando el píloro del estómago para no vomitar que todo era falso. Quizás repitiéndose a sí mismo que es americano pese a sus papeles embusteros: lo dice su acento, sus costumbres, las películas con las que creció, la música que escucha y el aire que silba en su tráquea. Ahora exorciza su secreto en público porque le quema y porque quiere romper una lanza por los 11 millones de inmigrantes ilegales que trabajan en EE UU, un país bipolar que se calza en la mano derecha un puño de acero con los ‘sin papeles’ y con la izquierda los acaricia para que la economía no pare. Sin embargo, la legislación vigente dice que José Antonio no es un héroe, sino un villano. Es verdad, pero es que la legislación vigente no está hecha de sangre y esperanza, sino de anexos y tinta.   

Los agoreros del 15M

Recuerdo el primer día de la acampada en la puerta del Sol, tras la manifestación del 15 de mayo. Se quedó con ellos a pasar la noche un periodista de 20 minutos, Nicolás M. Sarriés. Entonces eran una decena de «chalados» y contamos su desalojo, muy previsible, en directo. Luego llegaron más a dormir, que eran unos «ilusos» y que supuestamente iban a acabar igual, con sus culos fuera de la plaza pública. Luego se montaron unas carpas y más tarde llegaron los niños, las familias y los ancianos, todos ellos una panda de «antidemócratas» que se pasaban por el forro la ley electoral y sus prohibiciones.

Alguna prensa, ciertos tertulianos, varios políticos y gente por lo general ciega, sorda y clasista dijeron que después de las elecciones no iba a quedar ni rastro de esos «perroflautas» que tenían «ratas y piojos». Esas cabezas supuestamente infectadas de liendres son las mismas que dejaron la plaza como una patena cuando decidieron marcharse. Cuando se agotó Sol, los agoreros aventuraron un inmenso y negro vacío, pero la democracia brilló en los barrios. Ahora todas las Españas inician una marcha a la capital, porque la indignación va por dentro y no por autonomías. Ahora les llaman «cuatro gatos», pero quizás se conviertan en una columna de tenaces hormigas. 

Algunos chupamicros, periolistas, visionarios y políticos siguen empeñados en hacernos creer que desprecian y ningunean el 15M mientras se les llena la boca y los minutos de radio y tele con los indignados y sus maldades. Arrastrando palabras pegajosas contra un movimiento que dicen que no les interesa. Hurgando en la excepción, en las debilidades. A cada tropiezo, un «¡lo ves!»; a cada fracaso, un aplauso. Repiten un mantra de malos augurios, un runrún amargo para aguar fiestas a las que no quieren estar invitados.     

Ahora tengo prisa… y luego también

Hay un refrán en África que dice que el hombre blanco tiene reloj pero nunca tiene tiempo. Lo dicen porque llevamos la cabeza desincronizada con el corazón, esta siempre unos centímetros por delante del ahora. Pasamos el día sisando tiempo al tiempo, en un pulso contra las propias pulsaciones. Componemos nuestras agendas para hacer recados de camino al trabajo (-10 minutos). Corremos en una voraz cinta de gimnasio, que se traga la huella de nuestras pisadas sin dejar testigos de nuestro esfuerzo, para no tener que ir hasta un parque (ahí ganamos 20 minutos).  Aprovechamos para llamar a nuestras madres mientras llega el bus (-7 minutos), en el que escribiremos unos versos con la lista de la compra (-5 minutos), que meteremos en un carrito virtual de una web para no tener que ir al súper (-30 minutos). 

Los cachivaches, el mail, la lavadora o los taxis se inventaron para el alivio de minutos. Pero el mundo es ávido de segundos, devorador de ahoras, y por muchas cosas que se inventen siempre encuentra el modo de que nos falte tiempo. En el ascensor del trabajo felicitarás el santo a tu abuelo (-5 minutos), dirás en facebook que invitas a una ronda por tu cumpleaños para no tener que llamar uno a uno (-30 minutos). Un mediodía aprovecharás el hueco para comer con ese amigo cuya agenda está condenada a no coincidir con la tuya (-90 minutos que te ahorras de un sábado o domingo). Así es a veces el cariño, una cuestión de huecos compatibles.

Con todo este esfuerzo acabas de ahorrar 197 minutos que irán a parar un agujero negro infinito, donde nadan juntos la prisa, aquella llamada que nadie contestó, la infancia, el amor de tu vida, el clip que tenías en la mesa (¡pero si estaba aquí!) y los alambritos del pan bimbo.

Ilustración: viralata

Ilustración de viralata

La guerra psicológica de Nadal y Federer

En la final de Roland Garros del domingo se vio tenis, sets, lluvia, toallas empapadas, pelotas, algunos pijos y jueces. Lo que más me impactó fue justo lo que no se veía. Había una guerra psicológica, una especie de electricidad líquida arrastrándose por la pista central. Se veía a dos gladiadores, abstraídos de las pancartas y sombreritos de unas gradas que rugían entre bola y bola. Dos superhombres concentrados en sus palancas de músculos y huesos, a muchos kilómetros mentales de unos espectadores que se pueden permitir la charanga porque no está en juego más que el simple disfrute de un domingo por la tarde. Había en la pista dos realidades paralelas. 

Miles de ojos ávidos de emoción e indemnes al resultado estaban puestos en dos fieras que se jugaban el orgullo en duelo con brazos recorridos por venas como sarmientos. Mientras comíamos palomitas, ellos se batían en tierra por honor, en un espectáculo heredero de la Roma de antes de Cristo. Pero sobre todo se mandaban recados de fortaleza con pelotas como palomas mensajeras. Por un momento se desdibujaron el show, el mundo, los entrenadores y las cámaras de televisión. Parecía que el partido era a puerta cerrada y solo existían dos mentes activando con precisión matemática los resortes de sus anatomías. ¿Qué pensarán sus cabezas mientras tú vas a la cocina y te haces un café entre bola y bola? ¿Cómo logran sobreponerse a las mariposas que aletean en el estómago, a los flashes, al miedo, a la amenaza de un fracaso? ¿Cómo consiguen activar las hormonas y las neuronas para doblegar la confianza del contrario? Me pareció tenis, pero también un diálogo intelectual a raquetazos.

Indignados: ¿fin de trayecto?

Ya estás apostando 10 contra 1 a que la revolución de los indignados no llega a ningún sitio tras el 22M. Puede que ganes, pero han llegado a la puerta del Sol y a tantas plazas de tantas ciudades, ese es un claro destino. Haces quinielas y pones Sistema 1, Indignados 0. Pero como poco han conseguido la X: la espontaneidad se ha aupado a la altura de la sólida arquitectura electoral, con su parafernalia de cartelitos, y le ha atravesado la mirada con la suya. 

Puede que quieras un balance de resultados de todo esto porque no encuentras correspondencia inmediata entre el ruido y las nueces. Es normal, nos hemos vuelto utilitaristas. En la línea de ingresos de tu excel puedes poner que han ocupado telediarios, debates y charlas a la hora de comer sin marketing, ni mítines, ni banderitas: solo llenando el vacío que ha dejado una campaña electoral en la UVI de unos políticos en coma.

Te desvinculas porque no va a servir de nada. Pero ya ha servido de mucho: han doblegado a oposición y gobierno, que primero se esquinaron, luego silbaron y más tarde miraron de soslayo (ahora falta que lo hagan de frente). Eso es un hito en la chupocracia que vivimos. Los subestimas porque son neonatos de las protestas (y quizás antes porque solo les importaba el botellón). Es cierto, pero han conseguido lo que no logran los veteranos: que se hable de política en las aceras y que de las conversaciones en las calles se queden suspendidas en el aire las palabras «asamblea» o «Sol» o «estuve».

Puede que te parezca poco. A mí no. Pero si no llega a más, si es el final del trayecto, no te sientas defraudado, porque ellos, al contrario que los profesionales de los escaños, nunca te prometieron nada que no pudieran cumplir.

El tiempo no es lineal, es poliédrico

En el colegio nos enseñan a calcular en qué punto se cruzarán el coche A y el coche B teniendo en cuenta sus velocidades y el espacio a recorrer. Los niños se apresuran a hacer ecuaciones en cuadernos de cuadrícula hasta que hallan la solución o se la cogen prestada al vecino. Lo que nadie nos ha contado es que quizás esos dos vehículos nunca se crucen, porque el tiempo no es lineal, sino poliédrico. Quizás la conductora A olvidó el móvil el casa y se da la vuelta mientras el conductor B cogió un atajo para ganar tiempo al tiempo. Quizás crees que vives en la cara del presente del poliedro y que avanzas linealmente, pero esa cara tiene en su cara opuesta y latente aquel trabajo que no cogiste, aquella ciudad a la que no te mudaste, aquel amor del pasado con el que no te atreviste, al que creíste mandar fuera del poliedro y en realidad mandaste a una arista del futuro.

Queremos ordenar el tiempo, retenerlo con fotos o cirugía si hace falta, hacerlo elástico a nuestro antojo para que avance rápido o se quede suspendido. Queremos que sea una linea por la que caminar, correr o hacer funambulismo, del extremo A al extremo B. Eso nos hace creer que avanzamos. Pero es un cubo de muchas caras: hay pasados que no han pasado aún (¿adónde va a parar lo que no has vivido?) y que están en la cara Z del cubo. Junto a la cara P, de presentes que no disfrutamos, demasiado ocupados en hacer planes en la cara F, de futuros que esperamos que sean mejores que O, donde se almacenan las oportunidades perdidas con las que te toparás mañana porque no estaban perdidas, sino escondidas en la cara S, de segunda oportunidad, del cubo.   

El tiempo no se divide en ayer, hoy, mañana, lo que pasa es que así es más fácil imprimir los calendarios.

Bin Laden manda a Fukushima al banquillo

La radiactividad sigue supurando por las grietas de la central nuclear de Fukushima. Las madres almacenan leche venenosa en sus pechos, revelan las últimas informaciones. Los japoneses siguen levantándose entre escombros. Hay casi 8.000 voluntarios remendando heridas por todo Japón. Hace solo unas horas se han revelado niveles de radiación entre 100 y 1.000 veces superiores a los normales en el fondo marino cerca de la central, un peligro latente en el suelo donde se apoya el mar. Lo dicen los escuetos y escasos teletipos que mandan las agencias de información, antes trufadas de nombres nipones.

Los libios siguen matándose entre ellos, con la OTAN metida en sus costuras, que llegó para defender a la población civil y ha acabado intentando matar a Gadafi, apartándose del paraguas de la legalidad. Gadafi sigue bombardeando a su pueblo. Apenas se publican ya una decena de imágenes al día. El mundo árabe se sigue despertando con dictadores que se resisten a abandonar el trono. Y cada vez nos impacta menos. Cada vez nos importa menos.

Las noticias envejecen rápido y los medios solemos mandar al banquillo de las informaciones breves los asuntos que semanas antes abrieron portadas. Es una cuestión de espacio. Y también de tiempo, a los periodistas nos cansa hablar mucho tiempo de lo mismo. Seguramente porque a ti también te cansa escuchar durante demasiado tiempo lo mismo. Ahora Bin Laden lo ocupa todo. No es para menos. Más bien su cadáver. Supongamos que haberlo, haylo, como las meigas. Ahora los flashes están enchufados a las explicaciones de Mortadelo y Filemón que da cada día EE UU, que exige al mundo un acto de fe en su asalto (dejemos la fe para las iglesias) y que donde dice digo dice diego, daga o dogo sin despeinarse.

Quería solo recordar(me) con este post que el mundo sigue girando con permiso de la CIA. Y advertir de que, aunque ahora parezca imposible, se apagarán las preguntas sobre la muerte de Bin Laden, como se quedó a oscuras Haití, o Costa de Marfil, o Siria o Corea del Norte. Quizás deba ser así. Quizás nos falta tiempo y espacio.

Foto: Dos niñas libias en un campamento de Túnez ayer, miércoles 4 de mayo.

 

Idioteces (1) – Fútbol (0)

Cuando salió Guardiola el martes en rueda de prensa y dijo lo del «puto amo», ya todo hacía presagiar que el fútbol no se iba a jugar en césped, sino en barro. Guardiola, que aparece siempre ante el micrófono con la barbilla modesta apuntando al pecho, con el tic de pasear la lengua por los labios todo el tiempo para que sus palabras, tímidas, resbalen más fácil hacia las grabadoras, parecía otro. O el mismo, pero cabreado.

Cierta prensa deportiva estaba encantada con el cambio y con que la lengua del entrenador se hubiera afilado. Es porque en realidad son prensa rosa disfrazada de prensa verde. Con las comparecencias del martes se empezó a enredar y amplificar un conflicto que envenenó las gradas, los banquillos y los túneles de vestuarios, donde el miércoles se llegó a escuchar el chasquido seco de un cachete (¿por qué será tan humillante que te toquen la cara?). Había en el ambiente cierta rabia y malhumor, una atmósfera asfixiante de dimes y diretes que recorrió los cables de las teles autonómicas hasta los salones y los bares.

Cada vez hay menos fútbol y más propaganda, más gatos y menos liebres. El espectáculo de 11 contra 11 antes era suficiente. Ahora el partido empieza en la sala de prensa repujada de spots, en las que hay salidas de tono, repreguntas sobre salidas de tono, carnaza vuelta y vuelta. Y en el campo muecas, chulerías, caras encendidas ladrando a otras caras encendidas, como hacen los rotweillers. No sé si el conflicto será lo que la gente quiere. A mí me parece, sobre todo, aburrido e irrelevante. Idioteces (1) – Fútbol (0).

PD: Si hubiera que buscar un culpable, para mí sería Mou. Lamentablemente, sea cual sea el origen, el resultado final es el mismo.

Quejarse, indignarse… y no mover un dedo

El escándalo Telefónica pone la guinda a esta nueva modalidad de capitalismo devorador en el que vivimos, en el que se socializa el gasto y se privatiza el beneficio. Desde que se conoció la noticia de los despidos en plenas ganancias récord hay una especie de calentamiento global en los bares, en las tertulias, en los patios de vecinos, dentro de los taxis. Todos hablamos de ello con indignación y aspavientos. Un minuto después hablamos del fastidio de que llueva en Semana Santa. 

Mientras gruñimos en voz baja de camino al trabajo o a casa, o tomando una caña con los colegas, los jefes de Telefónica nos observan desde sus sillones de piel de las últimas plantas de los rascacielos donde trabajan. Algunos esbozan una sonrisa y dicen «tranquilos, ya pasará», porque saben que el runrún de la queja no subirá a grito en el cielo, se quedará en las aceras y se lo tragarán las alcantarillas. Ni mucho menos alcanzará el parqué y los escritorios de roble de sus despachos. Pueden estar tranquilos porque, además, en España ni siquiera se convocan referéndums para oír a los ciudadanos como se hace en Islandia.

¿Por qué somos capaces de echarnos a la calle en el Mundial y no ante los abusos? ¿Reaccionamos ante asuntos que nos tocan el corazón, pero nos quedamos paralizados si nos tocan la cabeza o el bolsillo? Podemos esperar con cierta ingenuidad que el mundo funcione mejor por iniciativa propia. Pero mientras sigamos instalados en la pereza, los poderosos seguirán su camino, porque saben que somos domésticos y ellos, inmunes.

Elogio a la juventud

Hace unos días asistimos a la primera manifestación de jóvenes que pedía oportunidades, esperanza. Somos una generación que ha crecido en el confort de las zapatillas de marca, es verdad, pero también en el engaño masivo de los bancos, que nos pusieron la zanahoria hipotecaria y, sin esperar a que la oliéramos, nos dieron el palo. Es cierto que somos la generación más formada y licenciada de la historia de este país, pero también la que tiene más parados. Somos esos que metieron en su menú diario cocacolas y restaurantes, nos íbamos a comer el mundo y, sobre todo, a consumirlo. La crisis y los salarios basura se nos han comido a nosotros, de momento.

No somos tan niñatos como algunos creen. No estamos deseando entrar en la casa de Gran Hermano, solo tener una vivienda a un precio razonable. Tampoco nuestro sueño es hacer botellón y ruido: es que las copas cuestan más de 1.000 pesetas y así de paso imaginamos que la calle es nuestra. No somos insociables por relacionarnos en twitter: es que ahí hemos encontrado un medio para cambiar las cosas y hablar de lo que nos importa, en lugar de hablar de lo que otros dicen que es importante. No es que todo nos dé igual, es que tenemos intereses distintos a las fuerzas vivas que aún manejan este país. Es verdad que somos inexpertos, pero nos lo curará el tiempo. No somos irreverentes: tenemos prisa por darle la vuelta al mundo, disculpa si te arrollamos. No es verdad que queramos vivir de nuestros padres hasta que podamos vivir de nuestros hijos. Es una mentira social que, de tanto repetirla, se ha convertido en una verdad mentirosa. No somos lo que dice la tele que somos. Te lo aseguro. Es solo una cuestión de tiempo. Ya lo verás.