Archivo de abril, 2012

Matar inmigrantes con el BOE

Doy clases de español a chicas africanas en una ONG. Creo que es por egoísmo, para sentirme mejor. Y ellas me dan clase de todo lo demás. Por ejemplo, me enseñan que «el hombre blanco tiene reloj pero nunca tiene tiempo» (con risas y codazos luego). También me han explicado por qué los negros tienen los dientes más blancos que los blancos: porque mastican todo el día la ramita de un árbol, porque no fuman, por lo general no beben y están acostumbrados a comer mucha fruta y pescado y poca carne. Me enseñan a bailar kuduro, aunque no les alcanzo el ritmo de cadera. A ser una groupie de Youssou N’dour y a tejer trencitas con el pelo, que te tienes que deshacer en tu lecho de muerte porque da mal fario. Sus hijos vienen a clase y guardan silencio. Es curioso, los niños negros lloran mucho menos que los blancos, quizás por economía del esfuerzo, porque no les va a servir de mucho. A cambio de mis clases de español ellas me han descubierto su profundo sentimiento de familia, que abarca a los amigos y a los hijos de los amigos. Me han enseñado dignidad y a no quejarme. A sentirme afortunada. Y avergonzada de un gobierno cínico y cruel que convierte el coste público de estas chicas y sus compatriotas en cromos para cambiar con Angela Merkel.

Para ahorrar, ellas y los inmigrantes que no cotizan se quedan sin sanidad gratuita, a excepción del parto, urgencias y pediatría. Antes ya se habían quedado sin trabajo, sin buenos colegios, sin pisos dignos, sin saber qué se siente al entrar en un restaurante, sin un buen abogado, sin contrato, sin la mochila de Spiderman y sin vacaciones. Seguirán aguantando, porque es mejor una mala vida aquí que una buena vida allá. Eso si nuestros políticos no acaban por matarlos de agotamiento y hambre. Ha vuelto Darwin en versión gore. Lo que estamos haciendo con el BOE es estrangularlos hasta que, superados por las circunstancias, se marchen o se mueran. Solo queda limitarles la educación y habremos acabado con ellos. Ya veréis entonces lo mucho que ahorramos.

Es lamentable que los gobiernos sigan obviando que tenemos en el cajón una factura por pagar: hemos arrasado sus continentes aprovechándonos de su ignorancia y no hemos movido un dedo para que puedan subsistir en sus países. Ahora que han venido a los nuestros nos molestan. Asegurarnos de que viven con un mínimo de dignidad no es cuestión de bondad, es una obligación moral. Por eso cuando me los cruzo no siento pena, sino una punzada de vergüenza.

PD: La ONG se llama Karibu (significa bienvenido). Pero hay cientos de ellas en las que puedes colaborar, con inmigrantes o con españoles. O con cualquiera que esté peor que tú.

Ilustración de Elena Gisbert de Elío, del colectivo Vira-lata.

Yo también disparo a los elefantes en África

He tenido la suerte, como el rey, de ver elefantes a menos de cinco metros en África. Ambos blanquitos, pagando, subidos a un todoterreno y con un negro local al volante que busca los bichos para satisfacción de turistas. Hasta ahí todo igual. Pero hemos hecho dos fotos muy distintas. En la del monarca se le ve cogiendo una escopeta como se coge un ramo de flores en una fiesta de la primavera. La ropa mogambo. El gesto orgulloso y sereno. A su derecha, un acompañante con bermudas minifalderas y camisa de Rambo. Relegada a un segundo plano, la bestia doblegada en su propia casa. La trompa cara a la pared, aplastada como la de los niños castigados por no comerse la cena. Los colmillos apuntando al cielo como quien estira la pata. Ridículo final para un hijo de la historia milenaria de África.

La foto que yo disparé es otra bien distinta. Una familia de elefantes (en la imagen, el macho más joven) nos cruzó por delante. No hay ramo de flores, ni Rambo, ni Clark Gable, ni salida de emergencia. Hay un silencio que te quema porque estás a merced de lo que ellos quieran hacer contigo. Eres minúsculo, irrelevante, aunque tengas un coche a gasolina y unos prismáticos de Media Markt. Solo se oye a las bestias y la sangre bombeando el corazón negro de África. Todo es salvaje e inasible.

Quizás mi elefante fue a parar a la foto del monarca por un capricho del destino. O sigue por ahí meciéndose con sus patitas de plomo. La moraleja no reside en el elefante, sino en las dos formas de encarar lo que nos supera: admirar su grandiosidad y emocionarnos ante nuestra propia pequeñez, o caminar hacia esa fuerza superior, increparla por encima del hombro y hacerla sucumbir bajo nuestros insignificantes pies.

PD: Malos tiempos para ser príncipe.

Cinco claves de un Rajoy a la fuga

Así como en el mundial de fútbol todos éramos Del Bosque y aprendimos de estrategias, de pases y de fueras de juego que comentábamos en los bares, hoy todos somos analistas económicos. Cada cual tiene su receta, sus culpables, sus dudas y acusaciones. Es raro que cualquier conversación banal no desemboque en un comentario preocupado sobre cómo se está haciendo, qué se debe hacer o qué están haciendo otros. Es raro no escuchar diversidad de opiniones y discusiones políticas y la palabra Merkel o Keynes como antes se escuchaban discusiones sobre el ladrillo, Letizia o Zapatero. Rajoy cometió ayer uno de los errores de comunicación política más graves desde que es presidente: en ese escenario tan complejo y tenso ha logrado poner de acuerdo a casi todo el mundo sobre su huida y su silencio.

1. Darse la vuelta y marcharse sin dar explicación es de mala educación. Es un pacto de convivencia básico.

2. Plantar a los periodistas es algo que enfada mucho… a los periodistas y poco a la gente, que cree que es la segunda peor profesión (por detrás de los políticos), según algunas encuestas.

3. Pero si no es plantar, sino que es huir de los periodistas, eso enfada a los periodistas… y aterra a los ciudadanos. Escapar connota desprecio, pero sobre todo significa miedo y debilidad.

4. Salir del Senado, esa prestigiosa casa del pueblo, de extranjis por el garaje te convierte en culpable de algo lo seas o no.

5. Esquivar la maraña de micros puede ser normal si eres la Pantoja, está en el imaginario colectivo. Pero si eres el presidente y los mercados te ha dado un revolcón porque no se creen los megarrecortes que acaban de laminar la esperanza de un país, no puedes dejar de dar un mensaje de tranquilidad si tienes la ocasión. Si no lo haces, todo el mundo pensará que es porque tienes algo que ocultar o porque no puedes decir la verdad y no quieres mentir.

A estas alturas nadie puede echarle la culpa a nadie de la crisis ni de que el capitalismo, aquel suflé reventón del horno del consumo, se haya arrugado como un pasa y se haya llevado por delante el trabajo, el dinero y la perspectiva de tantos. Por eso el grave e incomprensible error de Rajoy: cargar con todo eso a sus espaldas al dársela a los ciudadanos. Dar la imagen de sospechoso en su huida. Convertir su aterrador silencio en una maraña de dudas y debilidades.

Foto de Uly Martín, de El País

Un ataque de felicidad

La felicidad a veces te alcanza a traición. Te asalta y te araña el estómago con su garra de plumas. Por ejemplo, es un día normal, de esos que creemos -en nuestra vanidad occidental- que están bajo nuestra tutela. Estás en la ventana pensando en nada y de repente se asoma el sol por las costuras de las nubes y suena una ópera heroica al fondo y el puzzle de la vida baila un vals aleatorio y se encaja él solito sin que tú te empeñes. La gente y también los desconocidos te caen bien de pronto, los comprendes, les ayudarías si te lo pidieran. Entras en ellos a través de la llave que abre todas las puertas, la contraseña genética de quienes comparten el mismo tiempo y el mismo mundo. Hey brother. Las costillas se ensanchan y ahora cabe más aire para refrescarte por dentro. Los ojos supuran un agua con gas que les da un brillo efervescente. Los hombros dejan la posición de ataque y se relajan, alejándose de tus oídos, que ahora perciben el sol y el calor de sus mensajes mudos. Los párpados toman la iniciativa y se cierran para que puedas escucharte piel adentro. Te sacude un calambre de vida. Intentas agarrarlo, retenerlo, subirlo a facebook. Felicidades, eres feliz.

La infelicidad a veces te alcanza a traición. Te asalta y te muerde el estómago con su dentadura de alambres. Por ejemplo, es un día normal, de los que están bajo nuestra tutela. Es viernes y estás pensando en nada. Y sale el sol nadando entre nubes de tinta y suena una sonata limpia al fondo y de repente la vida se enmaraña y te ata los brazos y las piernas con una maroma de seda delicada y morbosa. Y tus pensamientos se tropiezan entre ellos, el futuro le echa la culpa al pasado, que te estorba el presente, que no ve futuro. Eres un pin indescifrable, un álgebra de noes. Tu cuerpo se pone en posición de combate. La campanilla se ensancha y corta el paso en el túnel de tu boca. Por tus sienes desfila un ejército de mariposas infelices. Felicidades, eres humano.

Ilustración de Elena Gisbert de Elío, del colectivo artístico Viralata.