Cuento (canalla) de Navidad

Para la familia Castillo Casanueva la Navidad se ha convertido en una mala pasada, en un pozo negro y profundo, en una sombra alargada y macilenta que aplasta sus entrañas año tras año desde aquél día; también en un permanente y cruel recordatorio de añorados tiempos pasados cuando su mundo todavía no había saltado por los aires. Ahora la Navidad es una zancadilla tras otra, un maldito cuento canalla sin hueco para el final feliz desde que en enero de 2009 un puñal invisible pero infinito atravesó sus corazones, sus ojos desamparados empezaron a quedarse secos y la sangre dejó de navegar por sus cuerpos con la fluidez que lo hacía antes de que Marta, 17 años, abandonara en contra de su voluntad el mundo de los vivos sin encontrar aún acomodo y descanso –casi 13 años han pasado ya y sigue sin saberse donde está su cuerpo– en el de los muertos. Ea, mi niña, ea musitan desde entonces doña Eva y don Antonio, sus padres, aunque probablemente nunca hayan leído el monumental Mortal y rosa de Francisco Umbral. Ea, mi niña, ea, porque no saben dónde llevarle flores, dónde hablar con ella, dónde llorarla sin desmayo, dónde derramar sus lágrimas de sangre triturados por un dolor que como aquél rayo no cesa jamás. Ea, mi niña, ea.

Trece años sin vivir en sí ni él ni los suyos han llevado a don Antonio del Castillo a visitar en la cárcel a Miguel Carcaño, el asesino de Marta, a darle hasta la mano, sí, a rozar esa piel, ese brazo ejecutor que le arrancó la vida a su hija; a pedirle por favor, a suplicarle por lo que más quiera que le diga dónde está su niña, Ea, mi niña, ea, que la echan mucho de menos. No es el primer acercamiento de la familia con el asesino. Ya en 2011 doña Eva Casanueva, la madre, le escribió una carta con la que arrancaba una retahíla de súplicas que no ha parado desde entonces para que pusiera coto a tanta crueldad y le dijera dónde estaba Marta: “Para llevarle flores el día de su cumpleaños y poder conversar con mi niña”. Ea, mi niña, ea.

Ahora, incluso, después de siete versiones distintas sobre el paradero de la joven, la familia de Marta está dispuesta a ponerle un piso al asesino de su pequeña. Un piso para cuando salga de la cárcel, se habla de 2030, y pueda empezar una nueva vida. Hablo en serio. Y no un piso cualquiera sino el mismísimo lugar del crimen, la casa de la calle León XIII de Sevilla donde Carcaño –era la vivienda familiar del asesino que ahora está dispuesto a comprar el padre de Marta para ofrecérsela– acabó con la vida de la joven, según propia confesión, machacándole la cabeza con un cenicero. “Mi propuesta es la siguiente: –le escribió el pasado mes de julio don Antonio a Carcaño, aunque se ha sabido de la existencia de la carta recientemente– estoy dispuesto a darte el piso para que tengas una casa donde vivir cuando salgas de la cárcel; la única condición para que yo te regale el piso es que le digas a la Policía Nacional (…) el lugar exacto donde está el cuerpo de mi hija Marta. Necesitamos recuperarla y enterrarla”. Ea, mi niña, ea.

Una cierta dosis de perplejidad se apodera de mí cuando me pongo a leer la carta, cuando pienso en el apretón de manos en prisión, cuando, llevados por un dolor que no imagino, me doy cuenta de a lo que unos padres desesperados están dispuestos con tal de saber el paradero de su niña asesinada. Ea, mi niña, ea.  Perplejidad que aumenta cuando me doy cuenta de que vivo en un país tan guay y moderno en el que a lo mejor es posible, con abogados y notarios, llegar a un acuerdo civilizado con un maldito asesino condenado y encarcelado para que tenga a bien señalar el paradero de la víctima de su crimen a cambio de un pisito. Ignoro, todo hay que decirlo, si algo así se puede hacer, si alguien –la Justicia, claro– lo puede frenar, si no hay límites para que un canalla pueda comercializar y sacar réditos de tamaña fechoría.

Estoy con doña Eva y don Antonio. Y los trato de usted porque se han ganado mi respeto y mi dolorosa admiración. Estoy con ellos. Entiendo la pesadilla de la que no pueden despertar. Estoy con su espantosa desesperación, con su prisión permanente no revisable. Y no hay un ápice de crítica por mi parte en sus deseos de encontrar a su niña, Ea, mi niña, ea, aunque para ello tengan que hacer de tripas corazón y vender su alma al diablo o, mejor dicho, a un simple asesino que, día tras día desde aquél 24 de enero de 2009, continúa rematando sin piedad a Marta del Castillo.  

Imagen de archivo de una manifestación para exigir la repetición del juicio por el caso Marta del Castillo donde acudieron los padres de la joven, Antonio del Castillo y Eva Casanueva, y el abuelo, José Antonio Casanueva. (Eduardo Briones/EP)

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