Por Raúl Rioja
El 3 de mayo de 2014, Los Angeles Clippers dejaron fuera a Golden State Warriors de las semifinales de la Conferencia Oeste. Un año y seis meses después, la franquicia californiana ha pasado de no meterse entre los ocho mejores equipos de la NBA a estar a un solo paso de conseguir el mejor arranque de la historia.
Tras aquella dolorosa eliminación, la gerencia de los Warriors tomó una controvertida decisión: Marc Jackson era destituido. Pese a convertir al equipo en uno de los grandes favoritos a lograr el título y, además, deleitar en muchas fases del campeonato con un baloncesto de lo más atractivo, quedar fuera en primera ronda de los playoffs hizo que se apostara por el cambio y llevó al banquillo de Golden State a un novato en esas lides: el exjugador Steve Kerr.
La revolución llegó con el cambio. Si Curry era ya un gran jugador, Kerr le convirtió en el mejor. La pareja que formó con Klay Thompson, los Splash Brothers, se convirtió en letal e imparable para cualquier defensa, se sacó de la manga a un multiusos como Draymond Green y, lo más importante, Golden State no solo fue una máquina perfecta en ataque, también se convirtió en la mejor defensa de la liga.
Las dudas por el cambio pronto quedaron disipadas, Golden State obtuvo la mejor marca de la NBA (67 victorias y 15 derrotas) y en los playoffs llegó el anillo ante la impotencia de un LeBron estratosférico pero demasiado solo. Los Warriors lograron su primer anillo en 40 años.
Los automatismos adquiridos por este equipo han sido tales que hasta sin el gran gestor de este proyecto, Steve Kerr, siguen siendo una máquina perfecta de jugar al baloncesto. El entrenador aún no ha podido dirigir al equipo californiano debido a está de baja recuperándose de dos operaciones de espalda, y su segundo, el también exjugador Luke Walton, es el que ha tomado el mando. Y nada ha pasado. Las quince victorias logradas de manera consecutiva suponen el mejor arranque de la historia de la competición igualados con los Washington Capitols (1949) y los Houston Rockets (1993), y el siguiente reto es superarles y lograr la decimosexta ante los Lakers en la madrugada del martes al miércoles (4.30 hora española).
Lo mejor de estos Warriors no son las victorias, es la belleza de su baloncesto que en este inicio de temporada tiene un nombre propio indiscutible: Stephen Curry. Verle jugar es una auténtica delicia, posiblemente el jugador con mejores fundamentos que jamás haya pisado la NBA. Con apenas 1,90 metros y un físico aparentemente frágil, este base maravilla con su dominio de balón y su lanzamiento roza la perfección: este año convierte más de 5 triples por partido con un impresionante 43,8% de efectividad y 32,7 puntos por noche. Una versión mejorada del jugador que ya fue MVP la pasada temporada.